¡°Ah¨ª viene el agua, c¨®rrele¡±: los minutos clave antes del colapso de la mina de carb¨®n en Coahuila
EL PA?S reconstruye a trav¨¦s de los familiares de uno de los 10 mineros atrapados el momento en que el lodo arras¨® el pozo, la angustia de ocho d¨ªas de rescate y las condiciones mortales de la miner¨ªa en M¨¦xico
La ¨²ltima vez que alguien vio a Jorge Luis Mart¨ªnez, El Loco, escapaba a toda velocidad por un t¨²nel hundido a 60 metros en las entra?as de Sabinas mientras le gritaba a su compa?ero: ¡°?Ah¨ª viene el agua, c¨®rrele!¡±. Era poco despu¨¦s de la una de la tarde del mi¨¦rcoles 3 de agosto y en los alrededores de la mina de Las Conchas acababa de o¨ªrse un estruendo profundo y seco. Como si la tierra de Coahuila rugiera y se rebelara contra las decenas de agujeros que la perforan sin piedad. Como si una bomba acabara de estallar en el fondo del pozo de carb¨®n.
No era una bomba. Era algo peor: cientos de miles de litros de agua acumulados a lo largo de 40 a?os de abandono en el interior de la mina de Las Conchas. El Loco (34 a?os) extra¨ªa carb¨®n junto a sus compa?eros en tres pozos clandestinos abiertos a principios de 2022, apenas unos metros distantes de la antigua explotaci¨®n. Ahora el agua acababa de abrirse paso entre las grietas del subsuelo. Fue como liberar a una bestia enjaulada. En cuesti¨®n de segundos inund¨® los t¨²neles, arras¨® con todo lo que encontr¨® a su paso y aprision¨® bajo tierra a 10 mineros, que ocho d¨ªas despu¨¦s siguen atrapados. No se sabe si vivos o muertos.
El Loco y sus compa?eros corrieron hasta la plancha (el fondo de la boca del pozo). Uno de ellos se mont¨® en el bote que se usa para subir y bajar a los t¨²neles.
¡ªS¨²bete Loco, s¨²bete.
¡ªAhorita te alcanzo, suban ustedes.
Tra¨ªa fresco en la memoria el recuerdo de una inundaci¨®n en la que los mineros murieron porque demasiados hombres se montaron a la vez y el bote colaps¨®. ?l pensaba subir en el siguiente viaje, pero una r¨¢faga de agua que arrastraba consigo herramientas y listones de madera irrumpi¨® en la plancha. Golpe¨® con fuerza y el bote se lade¨®. Uno de sus compa?eros se agarr¨® a un extremo y pudo salir. El Loco se hizo a un lado. ¡°Yo pienso que lo hizo para protegerse, vio que ven¨ªa algo grande hacia ellos, entonces nom¨¢s sintieron un impacto de aire, polvo y agua¡±, explica Sergio Mart¨ªnez, el hermano mayor del minero, que ha podido reconstruir esos momentos gracias al testimonio de dos compa?eros del Loco que lograron escapar.
El agua les cubri¨® r¨¢pidamente, pero se hizo una burbuja de aire por la que pudieron sacar parte de la cabeza y respirar. El Loco gritaba que mantuvieran la calma, que el nivel de agua ten¨ªa que descender en alg¨²n momento. Hay quien dice que rezaron. A uno de los mineros ¡ªcuyo nombre se ha omitido para respetar el anonimato¡ª la pierna se le enganch¨® entre la pared y un trozo de madera. Consigui¨® zafarse y empez¨® a manotear desesperado a su alrededor. En ese momento sucedi¨® algo que ¨¦l solo pudo explicar como un milagro ¡ªle cont¨® a Mart¨ªnez¡ª: su mano palp¨® una manguera que sub¨ªa hasta la superficie. Trep¨® por ella. Cuando lleg¨® arriba y mir¨® hacia el fondo, se dio cuenta de que todo el pozo estaba inundado.
El Loco y nueve hombres m¨¢s ya no subieron.
Chicos de pueblo minero
A Jorge Luis Mart¨ªnez en Cloete, su pueblo natal, todos le conocen como El Loco. El Loco porque es puro nervio, de mecha corta pero de coraz¨®n grande, de esas personas que son incapaces de estar quietas. ¡°Ten¨ªa una risa que la escuchas y dices: es El Loco¡±, dice la madre de sus hijos, Carolina ?lvarez Oviedo (33 a?os). Llevan seis a?os separados, pero son buenos amigos. Ella ha pasado casi todas las noches en la mina, esperando que ¨¦l salga con vida del pozo. Trabaja de soldadora en una maquila que fabrica piezas para trenes. Cobra 1.400 pesos a la semana (menos de 70 euros). Solo de alquiler se van 1.000. Sin el sueldo de El Loco, ese ingreso precario ser¨¢ el ¨²nico de la familia.
Los n¨²meros rojos amenazan a todas las familias de los 10 obreros atrapados. En esta tierra, la divisi¨®n de g¨¦nero hace que los hombres se jueguen la vida en los pozos y aboca a las mujeres a jornadas interminables en la miseria de las maquilas, m¨¢s seguras, pero mucho peor pagadas. Otras trabajan en casa, en el cuidado de sus hijos y las labores del hogar sin recibir un sueldo a cambio. Cuando un minero fallece en el pozo, las indemnizaciones se convierten en una batalla m¨¢s para sus viudas. En la explosi¨®n de gas de 2006 en Pasta de Conchos, las esposas de los 65 mineros muertos recibieron, a cambio de la vida de sus maridos, pensiones de entre 1.500 y 3.000 pesos (unos 150 euros) al mes.
Cloete es un pueblo minero. La mayor¨ªa de la poblaci¨®n trabaja, ha trabajado o tiene un familiar en los pozos. Los barrios llevan los nombres de las viejas minas sobre los que fueron construidos. Las casas tienen las paredes agrietadas por la inestabilidad del suelo agujereado. El paisaje est¨¢ salpicado de tajos ¡ªexplotaciones a cielo abierto¡ª y castilletes. Sus calles podr¨ªan ser el escenario de un western moderno: hay viviendas bajas con colores deste?idos por el polvo, viejos con sombrero de vaquero sentados a la sombra de sus porches, perros callejeros y carreteras resquebrajadas que hace tiempo que nadie asfalta.
En casa de Sergio Mart¨ªnez, una vivienda humilde de una planta que levant¨®, como la mayor¨ªa de sus vecinos, con sus propias manos, el lunes amanece como lo ha hecho la ¨²ltima semana: con la ausencia omnipresente de su hermano. Desayuna caf¨¦ y pan junto a su esposa, Victoria Guajardo, y sus hijos, ?lex (16 a?os) y Denver (2). Entre la u?a y la carne de sus dedos callosos de trabajador manual tiene restos de carb¨®n. En un rinc¨®n descansan el casco y el chaleco que en un rato vestir¨¢ en las labores de rescate de los 10 mineros, pero antes, quiere demostrarle a los reporteros de EL PA?S que todo el lugar es, m¨¢s que un pueblo, una gran mina.
Mart¨ªnez y ?lex trepan con agilidad por un cerro seco desde el que se divisa todo Cloete. Caminan entre tajos abandonados y pozos agotados que nadie se ha molestado en cerrar. El Loco estuvo en la mayor¨ªa de ellos. Mart¨ªnez intent¨® varias veces que su hermano trabajara con ¨¦l en una empresa que fabrica vagones de tren, un empleo que requiere aguantar temperaturas extremas bajo la exposici¨®n a materiales que pueden corroer la piel. Duro, pero bien pagado para los est¨¢ndares de la regi¨®n carbon¨ªfera de Coahuila. Y sobre todo: lejos de la ruleta rusa de las minas.
El Loco nunca quiso. Es algo com¨²n entre sus compa?eros. Todos han ligado su vida al carb¨®n. Como Jaime Montelongo que entr¨® a la mina con 14 a?os y a sus 61, ya con pensi¨®n, sigue sin salir. Su vida son los pozos y all¨ª quiere morir, cuenta su hermana Ang¨¦lica. O Margarito Rodr¨ªguez, que nunca pens¨® en buscar otro trabajo porque en ninguno pod¨ªa cobrar tanto como para mantener a dos hijos y luego a tres nietos de los que su padre no se ocup¨®. O los dos Jos¨¦ Rogelio Moreno, padre e hijo que compartieron el nombre y la suerte en el pozo de carb¨®n, porque en esta tierra la miner¨ªa corre por la sangre y se hereda de generaci¨®n en generaci¨®n.
Mart¨ªnez se?ala con el dedo hacia un punto en el horizonte que ahora est¨¢ cubierto por ¨¢rboles. Hace a?os, en ese lugar hab¨ªa un r¨ªo al que su hermano y ¨¦l iban de ni?os a jugar. Una empresa minera lo desec¨® para poder abrir all¨ª un tajo. La explotaci¨®n fue abandonada hace mucho tiempo, completamente expoliada de carb¨®n. El r¨ªo nunca volvi¨® a correr.
La casa en la que El Loco vive junto a su madre, Mar¨ªa del Rosario, es una vivienda blanca maquillada por el polvo del desierto, con grietas en las paredes, suelo irregular de cemento y poca luz. Tiene dos habitaciones, una cocina y un sal¨®n con chimenea que el minero tambi¨¦n usa como taller. ?ltimamente estaba aprendiendo carpinter¨ªa. La pared del ba?o est¨¢ salpicada de manchas negras de carb¨®n que delatan a su habitante. Es la primera vez que Mart¨ªnez entra desde el accidente. Abre los cajones, mira la ropa, pasa la mano por los muebles. Encima de una mesa encuentra las gafas de sol de su hermano. Se las lleva a la boca. Se tapa la cara con la gorra para que sus hijos no le vean llorar.
Sobrevivir con 110 pesos por tonelada de carb¨®n
Mart¨ªnez y ?lvarez Oviedo le pidieron mil veces al Loco que dejara la mina. ?l siempre se neg¨®. La regi¨®n es pobre y fuera de la explotaci¨®n mineral, el ¨²nico trabajo disponible est¨¢ en las precarias maquilas o la construcci¨®n. Y le gustaba la sensaci¨®n de poder controlar su tiempo. En los pozos, se cobra por tonelada de carb¨®n, no hay requisito de permanencia ni horarios establecidos. En ocasiones, con el trabajo de tres d¨ªas ganaba suficiente para una semana, el doble que en las maquilas, pero a costa de turnos demoledores que rompen el cuerpo, de los que nunca se sabe si se va a volver con vida.
En los t¨²neles siempre se trabaja en pareja. Un d¨ªa bueno, es decir, uno en el que los mineros se deslomen picando carb¨®n durante horas y horas, entre los dos pueden extraer 12 toneladas. La tonelada de carb¨®n se paga a 110 pesos, pero dicho as¨ª, con la frialdad de las cifras, se puede pasar por alto una matem¨¢tica perversa. La brutalidad de este dato se entiende mejor si se disecciona: una tonelada son mil kilos; 110 pesos son poco m¨¢s de cinco euros. Mil kilos es lo que pesa un coche peque?o. Cinco euros poco m¨¢s o menos lo que cuestan dos cocacolas. Al final de una jornada, dos hombres pueden extraer carb¨®n suficiente para llenar el tr¨¢iler de un cami¨®n de carga, y a cambio, recibir 1.320 pesos ¡ªunos 63 euros¡ª entre los dos.
O lo que es lo mismo: 10 mineros pueden perder la vida por 30 euros al d¨ªa.
Los pozos en los que trabajan El Loco y sus compa?eros no cumplen los requisitos de seguridad m¨¢s b¨¢sicos y muchos de los obreros no cuentan con seguro. ¡°Las condiciones eran terribles, por eso ni siquiera nadie se atreve a decir la lista oficial de mineros atrapados. Eso significa que no importan los mineros. Si ni siquiera hay algo tan elemental como un registro [de qu¨¦ personas bajan a la mina], no hay nada m¨¢s¡±, argumenta Cristina Auerbach, una de las mayores expertas en miner¨ªa de la regi¨®n. Seg¨²n el registro que llevan los familiares de v¨ªctimas, desde que se empez¨® a extraer carb¨®n a finales del siglo XIX, m¨¢s de 3.100 mineros han muerto en Coahuila.
Sus muertes salen baratas. Son un sacrificio que engrasa el ente monstruoso del bien com¨²n: la perforaci¨®n sin cuartel de las tierras de Coahuila produce el 99% del carb¨®n del que se alimenta la Comisi¨®n Federal de Electricidad (CFE), la piedra angular de la reforma el¨¦ctrica del presidente mexicano, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, que aspira a prescindir de las empresas privadas del sector. Unas 3.000 familias de la zona dependen directamente de la explotaci¨®n del mineral, y otras 11.000 de empleos indirectos. Son el da?o colateral a pagar por conseguir la ansiada ¡°soberan¨ªa energ¨¦tica¡± a la que aspira el presidente.
Hace un mes El Loco tuvo un accidente. Cargaba una carretilla llena de carb¨®n por un t¨²nel. El suelo estaba cubierto de una capa de agua que le impidi¨® ver una tabla de madera de la que sobresal¨ªa un clavo. Pis¨® encima. El clavo entr¨® por la planta de su pie y sali¨® por el empeine. En el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), no quer¨ªan atenderle porque no ten¨ªa seguro, aunque acab¨® consigui¨¦ndolo. A los pocos d¨ªas volvi¨® a la mina. ¡°Aqu¨ª no te puedes dar el gusto de parar de trabajar¡±, dice Mart¨ªnez.
Plumas de pavo real, espadas de madera y ropa nueva
Una de las noches de vigilia a las puertas de la mina, mientras los equipos de salvamento trabajan para rescatar a los mineros, su familia se re¨²ne y cuenta historias sobre ¨¦l. Ninguno quiere irse a casa. Est¨¢ su hermano; su hermana Perla; su madre, Mar¨ªa del Rosario; su esposa, ?lvarez Oviedo y su hija mayor, Alison, de 16 a?os. Su hijo peque?o, Jorge Lionel, de 10 a?os, no es todav¨ªa consciente de la tragedia. Durante los primeros d¨ªas se la ocultaron. Una de las psic¨®logas que acompa?an a los parientes de los mineros atrapados le recomend¨® a ?lvarez Oviedo que lo preparara, en caso de que su padre falleciera dentro del pozo. De momento solo le han dicho que ha sufrido un accidente en el trabajo.
Alison saca de una mochila con forma de peluche unos pendientes decorados con plumas de pavo real que su padre le hizo. Los ense?a a la luz de los altos focos blancos que han colocado en torno a la mina y se los pone. Todos r¨ªen recordando c¨®mo El Loco persegu¨ªa al animal para conseguir las plumas. El minero es bueno con las manos. Como en su casa siempre hubo poco dinero, aprendi¨® a fabricar lo que necesitaba. Construy¨® una litera de madera para colocar en su habitaci¨®n y que sus hijos pudieran dormir en ella cuando pasaban noches con ¨¦l.
El ni?o espera con ansia que lleguen los viernes, el d¨ªa que le toca ir con su padre. Como El Loco no tiene recursos para llevarlo de campamento, se iban juntos de acampada al medio del desierto, con tiendas de campa?a y sacos de dormir que tambi¨¦n ¨¦l fabric¨®. Inventa juegos para su hijo, le talla espadas de madera. El chico idolatra a su padre.
¡°?ramos muy humildes, mi mam¨¢ siempre trabajaba¡±, relata Mart¨ªnez. A veces para comer solo hab¨ªa un plato de sopa. Mart¨ªnez se quedaba sin ¨¦l para que El Loco, dos a?os menor, pudiera alimentarse. ¡°Es mi hermano consentido, no lo voy a dejar nunca solo. Si por m¨ª fuera ya me habr¨ªa metido al pozo a por ¨¦l. Es un amor muy especial. Crecimos juntos, ten¨ªamos mucho que platicar, ech¨¢bamos toda la noche con unas cervezas y puras an¨¦cdotas¡±, se emociona. Llevan seis meses sin verse. Mart¨ªnez estaba fuera de Coahuila por trabajo, pero acudi¨® corriendo cuando se enter¨® del desplome en la mina. Grit¨® su nombre pozo por pozo, esperando una respuesta que a¨²n no llega. ¡°No s¨¦ c¨®mo va a salir. La mente ya la estamos preparando m¨¢s para posibilidades malas que buenas. S¨ª te garantizo que va a ser m¨¢s triste que ahorita¡±.
Mart¨ªnez muestra en su tel¨¦fono m¨®vil un recuerdo feliz: el video de unas navidades que pasaron todos juntos. Se ve al Loco bailando con una sonrisa enorme, a sus hijos danzando alrededor, a su esposa, a su madre, el sal¨®n con la chimenea encendida. ¡°Es una casa humilde¡±, se justifica al ense?arlo. Mira la pantalla y su cara no sabe si quiere sonreir o llorar: una expresi¨®n rota, un gesto descompuesto. Mart¨ªnez hab¨ªa comprado ropa nueva que pensaba regalarle a su hermano cuando volvieran a verse. La ma?ana del s¨¢bado, cuando abri¨® el armario para vestirse y acudir a su turno de rescate en la mina, se la encontr¨® ah¨ª: doblada, limpia, todav¨ªa por estrenar. Se derrumb¨®.
Los 10 mineros atrapados, de entre 22 y 61 a?os
1. Jos¨¦ Rogelio Moreno Morales (22 a?os) , hijo de Jos¨¦ Rogelio Moreno Leija
2. Ramiro Torres Rodr¨ªguez (24 a?os)
3. Hugo Tijerina Amaya (29 a?os)
4. Jorge Luis Mart¨ªnez Valdez (34 a?os)
5. Sergio Gabriel Cruz Gait¨¢n (41 a?os)
6. Jos¨¦ Rogelio Moreno Leija (42 a?os), padre de Jos¨¦ Rogelio Moreno Morales
7. Mario Alberto Cabriales Uresti (45 a?os)
8. Jos¨¦ Luis Mireles Arg¨¹ijo (46 a?os)
9. Margarito Rodr¨ªguez Palomares (54 a?os)
10. Jaime Montelongo P¨¦rez (61 a?os)
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