Las 10 vidas atrapadas en el pozo de Coahuila
EL PA?S reconstruye las historias de los mineros a los que sorprendi¨® el derrumbe de una galer¨ªa de carb¨®n en Sabinas, que perfilan la ¨²ltima tragedia colectiva de una tierra acostumbrada a los zarpazos de la mina
El d¨ªa que el pozo de carb¨®n se vino abajo en Sabinas, sus galer¨ªas de piedra negra atraparon a 10 hombres que a cambio de un jornal se juegan el futuro en una apuesta poco rentable y con la baraja trucada. M¨¢s de 240 horas despu¨¦s del derrumbe del mi¨¦rcoles 3 de agosto, no hay ni rastro de los obreros: no se sabe si est¨¢n vivos o muertos, aunque la falta de comida y agua potable en el interior de galer¨ªas inundadas y sumergidas en la oscuridad m¨¢s absoluta a 60 metros en las profundidades de la tierra, convierte las probabilidades de que se mantengan con vida en un asunto m¨¢s de fe que de estad¨ªstica.
Ese mi¨¦rcoles, cuando una filtraci¨®n de agua subterr¨¢nea inund¨® las galer¨ªas, la mina se trag¨® a 10 personas y abri¨® un par¨¦ntesis de terror que todav¨ªa no se cierra para las familias. Una espiral de ausencias y recuerdos, de dolor y esperanza, de agotamiento y fuerza de voluntad, mientras el rescate se alarga y las posibilidades de volver a verlos se agotan. Estos son algunos trazos de las historias que se esconden tras los 10 jornaleros atrapados, los rostros detr¨¢s de la ¨²ltima tragedia colectiva que ha sufrido Coahuila, una zona que aboca a los hombres a buscarse el futuro en el interior de los pozos desde adolescentes. Una tierra en la que la vida de los mineros vale menos que el carb¨®n que mancha sus manos.
El soldado enamorado que acab¨® en los pozos
Margarito Rodr¨ªguez Palomares, 54 a?os
Margarito Rodr¨ªguez se enamor¨® de Mar¨ªa del Refugio cuando todav¨ªa eran unos cr¨ªos. Crecieron en el mismo barrio de Agujita. Rondaba la casa de la joven, pero ella no le hac¨ªa mucho caso. Quer¨ªa ser doctora y no ten¨ªa tiempo para novios. As¨ª que Rodr¨ªguez se alist¨® en el Ej¨¦rcito y durante tres a?os se fue lejos de su tierra. Volvi¨® un par de meses con un permiso y por fin consigui¨®, despu¨¦s de tanto tiempo busc¨¢ndolo, que Mar¨ªa del Refugio se interesara por ¨¦l. Para la segunda conversaci¨®n ya le hab¨ªa propuesto matrimonio. Ella acept¨®.
Tuvieron un hijo que ahora tiene 23 a?os y es minero como su padre, una hija que ha cumplido los 23 y un adolescente de 15. Los dos hombres participan en las labores de rescate. Al cuerpo todav¨ªa de ni?o del peque?o, el chaleco le viene demasiado grande y el casco le baila cuando sale manchado de carb¨®n del per¨ªmetro de la mina.
Rodr¨ªguez todav¨ªa fue soldado un par de a?os m¨¢s despu¨¦s de casarse. El Ej¨¦rcito iba a trasladarlo a Toluca, pero cuando naci¨® la ni?a abandon¨® su carrera militar. Y en ese momento, con dos cr¨ªos a su cuidado y sin sueldo, se vio obligado a hacer lo que tantos otros hombres en Coahuila: descender a los pozos de carb¨®n. ¡°El peligro estaba, pero nunca ha tenido miedo. A veces sal¨ªa golpeado, pero se acababa un pozo y buscaba otro¡±, cuenta Elba Hern¨¢ndez (71 a?os), la madre de Mar¨ªa del Refugio.
Hern¨¢ndez y otra de sus hijas, Alicia, aguardan noticias de Rodr¨ªguez en los alrededores de la mina desde el mi¨¦rcoles. Han dormido ah¨ª la mayor¨ªa de d¨ªas. La espera al raso le ha hinchado los pies a la mujer y ha tenido que vendarse los muslos por una inflamaci¨®n, pero se resiste a marcharse. Dice que su yerno es un tipo cari?oso que la trata como a una madre y que est¨¢ loco por Mar¨ªa del Refugio. Que cuando no trabaja, lo ¨²nico que quiere hacer es estar con ella en casa.
Rodr¨ªguez tiene tres nietos, de siete, seis y un a?o, que dependen de su sueldo de minero. El padre de los ni?os nunca se ocup¨® de ellos. Por eso nunca pens¨® en otro trabajo. ¡°Pagan mejor aqu¨ª y quiero lo mejor para mi familia¡±, le dijo a Hern¨¢ndez. Mar¨ªa del Refugio no trabaja. Todas esas bocas pueden quedarse sin el ¨²nico ingreso con el que sobreviven. Alicia Hern¨¢ndez se enfada con el mundo mientras lo cuenta, aunque su rostro es m¨¢s de resignaci¨®n, de quien est¨¢ m¨¢s que acostumbrado a jugar la partida con malas cartas. Y proclama para quien pueda o¨ªrle: ¡°?Por eso M¨¦xico no progresa! ?Por eso est¨¢ como est¨¢!¡±.
¡°Regr¨¦sanoslo para que podamos seguir cantando¡±
Mario Alberto Cabriales Uresti, 45 a?os
Es una fotograf¨ªa antigua que tambi¨¦n tiene algo de amuleto. El tiempo le ha impreso un velo amarillo, con los bordes mordidos y algunos ara?azos. Mario Alberto Cabriales Uresti muestra una mirada lac¨®nica, perdida, como si buscara algo m¨¢s all¨¢ del fot¨®grafo. Lleva el pelo corto y bigote, los hombros ca¨ªdos dentro de una camisa blanca de cuadros con el ¨²ltimo bot¨®n desabrochado, botas de punta afilada. No parece un retrato feliz, pero su hermana Mar¨ªa Guadalupe no se separa de ¨¦l estos d¨ªas. Lo lleva consigo, lo ense?a, lo acaricia. Invoca a su hermano, conjura su ausencia, le reclama al pozo lo que es suyo.
Cabriales Uresti entr¨® a las galer¨ªas de carb¨®n cuando cumpli¨® la mayor¨ªa de edad. Solo sali¨® de ellas para intentar ganarse la vida en una maquila. Dur¨® menos de tres meses. El sueldo era tan bajo que decidi¨® volver a arriesgar la vida ara?ando la piedra negra. Y regres¨® a las profundidades de la tierra. Tiene un hijo de 18 a?os que quiere ir a la universidad y una hija de 16. ¡°Mi sobrina dice que su pap¨¢ est¨¢ vivo, que no va a llorar hasta que le pueda abrazar. El muchacho s¨ª le llora mucho¡±, narra Mar¨ªa Guadalupe. La esposa del minero, Hilda Alvarado, es diab¨¦tica. Trabaja de costurera en una maquila. ¡°Quieren darle todo a sus hijos¡±, dice la hermana de Cabriales Uresti.
El mismo d¨ªa y a la misma hora del derrumbe naci¨® la nieta de Mar¨ªa Guadalupe, una ni?a a la que han llamado M¨ªa Anal¨ª. La mujer a¨²n no ha podido ir a conocerla porque no quiere separarse del pozo. ¡°Cumple a?os el d¨ªa de la tragedia¡±, dice su amiga, Elba Hern¨¢ndez.
El padre de Cabriales Uresti, un hombre de 81 a?os que dice que se quiere morir trabajando, rog¨® una y otra vez al hijo que dejara la mina, aunque hab¨ªa conseguido esquivar los accidentes hasta ahora. ¡°Una vez le cay¨® una piedrita, pero un rasp¨®n no m¨¢s. En este pozo no se hab¨ªa quejado [de las condiciones de seguridad], en otros s¨ª. Pero dec¨ªa que qui¨¦n le iba a ayudar a sostener a su familia¡±, sigue la hermana.
Habr¨ªa salido de la mina si hubiera encontrado otro trabajo. ¡°Cuesti¨®n de dinero, como todos¡±, sintetiza Mar¨ªa Guadalupe. Al minero, en realidad, lo que m¨¢s le gusta es la m¨²sica, cantar rancheras, corridos, banda, boleros. Incluso le contratan de vez en cuando para amenizar fiestas en la zona. La mujer le env¨ªa una s¨²plica ¡ªo una amenaza¡ª a su Dios: ¡°Regr¨¦sanoslo para que podamos seguir cantando¡±.
¡°Tengo que ir a traer a la gente para avisarla de que viene el agua¡±
Jaime Montelongo P¨¦rez, 61 a?os
Jaime Montelongo sinti¨® como los t¨²neles temblaban. ¡°Grit¨®: ¡®?Que viene el agua!¡¯ Corrimos al bote y por los puros cables nos vinimos¡±, le narraron a sus familiares dos de los mineros que pudieron escapar del desplome gracias al aviso de Montelongo. ?l corri¨® con ellos, ya sent¨ªa el aire, ya ve¨ªa la luz en lo alto. Entonces se detuvo y volvi¨® sobre sus pasos, hacia el interior de las galer¨ªas de las que proven¨ªa el agua: a no dejar solos al resto de los compa?eros. ¡°Tengo que ir a traer a la gente para avisar de que viene el agua¡±, exclam¨®. Y ya no pudo subir. ?l, el m¨¢s viejo y veterano de los obreros, se qued¨® atrapado. ¡°Conoc¨ªa muy bien el terreno y hay partes a las que se pudo haber llevado a los trabajadores¡±, conf¨ªa a¨²n su hermana Ang¨¦lica.
Montelongo entr¨® a los 14 a?os a las profundidades de la tierra de Coahuila para extraer carb¨®n y nunca quiso salir. Ahora, a sus 61, llevaba ya un a?o con pensi¨®n, pero aun as¨ª se neg¨® a dejar las galer¨ªas. ¡°Mi vida son los pozos, no puedo estar en la casa sentado, nom¨¢s me voy a tullir¡±, se justific¨® ante su hermana. ?l sabe como todos, cuenta Ang¨¦lica, que la mina en alg¨²n momento se cobra la factura con intereses, pero quiere que la muerte le encuentre all¨ª abajo, su lugar en el mundo.
Montelongo proviene de una estirpe de mineros. Su padre lo fue y sus dos hijos, ya treinta?eros, tambi¨¦n lo son. El d¨ªa del derrumbe, iban a relevar a Montelongo en el segundo turno del pozo. ¡°Bien chiquititos se metieron al carb¨®n como su pap¨¢¡±, dice Ang¨¦lica. La mina se ha ensa?ado con la familia. Esta tragedia repetida les ha tra¨ªdo a la memoria otra, 16 a?os atr¨¢s: uno de los 65 obreros fallecidos en la explosi¨®n de gas de la mina de Pasta de Conchos en 2006 era primo suyo. Su esposa desde hace m¨¢s de 30 a?os, Mar¨ªa Elena Ch¨¢vez, espera a su marido en el interior del per¨ªmetro de seguridad que ha montado el Ej¨¦rcito.
La veteran¨ªa de Montelongo le vali¨® el respeto de los compa?eros. ¡°A toda la gente le ense?aba y ayudaba a los mineros m¨¢s j¨®venes para que sacaran m¨¢s dinero¡±, explica Ang¨¦lica. Dice que es un hombre serio, de pocas palabras pero muchos amigos. En el campamento en el que esperan los familiares, ella ha colocado un altar a la Virgen de Guadalupe con velas y fotos de su hermano: ¡°Aqu¨ª estamos, con esperanza de que diosito nos lo devuelva con vida¡±.
Gritar su nombre pozo a pozo
Jorge Luis Mart¨ªnez Valdez, 34 a?os
A Jorge Luis Mart¨ªnez todos le llaman El Loco. Dicen sus familiares que es nervioso y ¨¢gil, hiperactivo, como un ni?o grande que nunca puede estarse quieto. La madre de sus hijos, Carolina ?lvarez Oviedo (33 a?os) recuerda sobre todo la risa. Aunque llevan seis a?os separados son buenos amigos. Su hija Alison tiene 16 a?os, el m¨¢s peque?o, Jorge Lionel, 10. El Loco es h¨¢bil con las manos, le gusta la carpinter¨ªa y fabricar cosas, quiz¨¢ a fuerza de necesidad, quiz¨¢ porque lo que no puede pagar, se lo construye. A Alison le hizo unos pendientes con plumas de pavo real que estos d¨ªas la adolescente lleva siempre consigo. Al peque?o le tall¨® espadas de madera.
Mart¨ªnez Valdez siempre ha sido minero. Su vida ha sido un rondar por los pozos que rodean su casa en el pueblo de Cloete, municipio de Sabinas. Su hermano mayor, Sergio (36 a?os), y ?lvarez Oviedo le pidieron decenas de veces que abandonara el carb¨®n, que intentara buscar otro empleo. ?l nunca quiso, le gustaba mantener la falsa sensaci¨®n de autonom¨ªa que dan los pozos, sin horarios cerrados, cobrando a cambio de tonelada y no de horas. Hace un mes tuvo otro accidente, un clavo le atraves¨® el pie de parte a parte. A los pocos d¨ªas ya estaba trabajando otra vez.
Sergio Mart¨ªnez cuenta historias sobre El Loco: jugando de ni?os en un r¨ªo que una empresa minera desec¨® para explotarlo; o cuando en casa para comer a veces solo hab¨ªa un plato de sopa y ¨¦l le daba su raci¨®n a su hermano menor; las mil y una noches bebiendo cerveza, mirando las estrellas y cont¨¢ndose an¨¦cdotas el uno al otro; los bailes de pareja a los que iban con las esposas cuando eran m¨¢s j¨®venes. Sergio llevaba seis meses fuera de Coahuila por trabajo cuando ocurri¨® el accidente. Volvi¨® corriendo, pero ahora su cabeza es un constante condicional: si le hubiera llamado, si no me hubiera ido¡ Ha gritado el nombre de su hermano por todos los pozos, esperando volver a o¨ªr su voz. De momento, nadie responde.
Carreras con carretillas llenas de carb¨®n
Sergio Gabriel Cruz Gait¨¢n, 41 a?os
Sergio Gabriel Cruz Gait¨¢n es atl¨¦tico y deportista, tanto, que los compa?eros le recuerdan corriendo por el interior de los t¨²neles con las carretillas repletas de carb¨®n. ¡°Es bien flaquito, nunca ha engordado, pero es bien comel¨®n¡±, cuenta su padre, que lleva el mismo nombre. Cruz Gait¨¢n ha pasado m¨¢s de 20 a?os busc¨¢ndose el pan en los pozos. Para completar los agujeros del salario, a veces tambi¨¦n limpia cristales.
Su padre fue minero toda la vida, pero siempre trabaj¨® en minas regladas, m¨¢s seguras que los pozos, que carecen de las condiciones de seguridad m¨¢s b¨¢sicas. ¡°Mi mam¨¢ dec¨ªa que ni a chingazos bajaba a los pozos¡±, recuerda Concha Cruz, la t¨ªa del minero de atrapado. ¡°En los pozos no hay seguridad, pero salen a la hora que quieren. No s¨¦ si mi hijo ten¨ªa miedo o no. Yo digo que, para no preocuparme, me dec¨ªa que todo estaba bien¡±, relata Sergio Gabriel padre.
Cruz Gait¨¢n tiene dos hijas de 10 y 15 a?os. Est¨¢ separado de su primera esposa y vive con su actual pareja en La Florida. La ¨²ltima vez que su padre le vio fue el 10 de julio, en el cumplea?os de la chica mayor. Concha Cruz le describe como alguien t¨ªmido y algo vergonzoso. Ella y su hermana Cecilia viven en Monterrey, pero se plantaron en Sabinas en autostop cuando se enteraron de la tragedia. No han salido desde entonces del campamento en el que aguardan los familiares alrededor de la mina. Con las prisas apenas pudieron agarrar ropa. Bajan al r¨ªo a ba?arse y lavar las pocas prendas que traen cada d¨ªa. Al mismo r¨ªo en el que se vierte el agua contaminada de carb¨®n que se drena de los pozos.
¡°Somos muy unidos, cuando se muere un familiar o pasa algo vamos todos, como ahora¡±, dice Concha Cruz. Recuerda las fiestas en familia, los momentos en los que todos pueden juntarse, hacer guisos, bailar. Vio a su sobrino por ¨²ltima vez, precisamente, en una de esas celebraciones, el 1 de enero de 2022. R¨ªen al hablar de Cruz Gait¨¢n, pero se confiesan cansadas y sin demasiadas esperanzas. El padre del minero asegura que no puede m¨¢s, que quiere que le entreguen ya el cuerpo de su hijo aunque est¨¦ muerto. ¡°Se ha resignado¡±, cuenta Concha Cruz, ¡°dios es todopoderoso, pero ya¡ nom¨¢s un milagro¡±.
¡°Est¨¢bamos unidos y pobres¡±
Hugo Tijerina Amaya, 29 a?os
A Hugo Tijerina el trabajo en los pozos le muele el cuerpo. Acaba las jornadas agotado, sin ganas de nada m¨¢s que llegar a casa y descansar junto a su familia ¡ªcuenta una t¨ªa que prefiere no dar su nombre¡ª. Con 15 a?os empez¨® a faenar en las galer¨ªas de carb¨®n como huesero ¡ªel que criba el mineral de la piedra¡ª hasta que acab¨® como carbonero, perforando las paredes del t¨²nel. El hermano de Hugo, Raimundo, es uno de los mineros que pudieron escapar. Le entr¨® agua en los pulmones y fue hospitalizado. En cu¨¢nto le dieron el alta m¨¦dica se uni¨® a los equipos de rescate.
Casi todos los hombres de su familia han acabado en los pozos. ¡°No ten¨ªan estudios, nada m¨¢s les quedaba buscar trabajo en las minas¡±, explica su t¨ªa. Tijerina Amaya tiene tres hijos peque?os, dos ni?as y un ni?o que aparecen en una fotograf¨ªa de su Facebook posando junto a un monumento a los mineros en el pueblo de Barroter¨¢n. En otra de las im¨¢genes sale ¨¦l, con casco de trabajo, cubierto de carb¨®n de la cabeza a los pies. En la primera instant¨¢nea de sus redes sociales, es el cr¨ªo el que viste el casco, como una profec¨ªa autocumplida: otra vida de la familia destinada a buscarse el futuro bajo tierra.
Tijerina Amaya es un tipo familiar. La semana se le iba en la mina, el fin de semana en las labores del hogar. ¡°Aunque no le gustara su trabajo, ten¨ªa que ganar para la familia¡±, se?ala su t¨ªa. Prob¨® suerte en las maquilas, pero un sueldo de 1.500 pesos al mes no alcanza para mantener a tres cr¨ªos. Tuvo que volver al pozo. ¡°Si no fu¨¦ramos humildes, ¨¦l estar¨ªa en otra parte, pero est¨¢bamos unidos y pobres¡±, sentencia la mujer.
¡°Ning¨²n sueldo es lo suficientemente bueno para arriesgar la vida¡±
Jos¨¦ Luis Mireles Arg¨¹ijo, 46 a?os
Jos¨¦ Luis Mireles empez¨® a trabajar en el pozo tan solo dos d¨ªas antes del derrumbe a cambio de la promesa de un sueldo mejor. ¡°Creci¨® desde los 14 en las minas, nunca se hab¨ªa planteado salir¡±, explica uno de sus hijos, Ronaldo, de 24 a?os, antes de volver a las labores de rescate. ¡°Lo de ellos es el carb¨®n. Siempre han estado ah¨ª, es lo que saben hacer¡±, ampl¨ªa Diana Flores (30 a?os), una de las suegras del minero.
Flores se protege del sol bajo una carpa en el campamento en el que aguardan los familiares a los que las autoridades no les permiten entrar en el per¨ªmetro de seguridad: primos, t¨ªas, suegras, yernos¡ Mireles Arg¨¹ijo sab¨ªa de los peligros de la mina y ya hab¨ªa tenido otros accidentes antes. Vivi¨® inundaciones, piedras que le machacaron partes del cuerpo, y en una ocasi¨®n se qued¨® atrapado junto a su padre, que sufri¨® ¡°estallamiento de v¨ªsceras, fractura de pelvis, rodilla y costillas¡±, seg¨²n La Prensa de Coahuila, y tuvo que jubilarse con una invalidez. ¡°[Trabaja] m¨¢s que nada por el sueldo, no es mucho, pero tal y como est¨¢n las cosas¡ Aunque yo creo que ning¨²n sueldo es lo suficientemente bueno para arriesgar la vida¡±, sentencia la mujer.
A Mireles Arg¨¹ijo le llaman el G¨¹icho. Vive en Agujita y le gusta jugar al f¨²tbol. Tuvo tres hijos, ahora de 20, 24 y 29 a?os, en su primer matrimonio. Se separ¨® hace tiempo y volvi¨® a tener un cr¨ªo que ahora ha cumplido los tres a?os. Los tres mayores participan como voluntarios en las labores de rescate. Despu¨¦s del derrumbe, llegaron a la mina a socorrer a su padre mucho antes de que por el lugar aparecieran autoridades, c¨¢maras y polic¨ªas.
El carb¨®n en la sangre
Jos¨¦ Rogelio Moreno Morales, 22 a?os
Jos¨¦ Rogelio Moreno Morales lleva el carb¨®n en la sangre como una herencia inc¨®moda. Comparte con su padre el mismo nombre, el mismo trabajo y el mismo destino: los dos est¨¢n atrapados bajo tierra desde el mi¨¦rcoles 3 de agosto. Empez¨® a trabajar en la mina con tan solo 17 a?os, y ahora, a sus 22, a la edad en la que otros chicos de su generaci¨®n acaban la universidad, se emparejan o viajan por el mundo, ¨¦l puede encontrar una muerte prematura en una galer¨ªa tan negra como el mineral por el que se juega la vida. Es el m¨¢s joven de todos los mineros atrapados.
En una de sus fotograf¨ªas se puede apreciar a un joven de rasgos suaves y atractivos, flequillo despeinado y rostro despierto que mira a la c¨¢mara con una sonrisa. Aunque en la imagen que m¨¢s se ha popularizado desde el derrumbe, Moreno Morales aparece completamente tiznado de carb¨®n, con una camiseta de baloncesto tan sucia como ¨¦l. El ¨²nico lugar de su cuerpo en el que parece no haber carb¨®n son sus labios.
A los t¨²neles siempre se desciende y se trabaja en pareja, una medida de seguridad tan antigua como el oficio. Los dos Jos¨¦ Rogelio, padre e hijo, siempre trabajan juntos, en este pozo y en las galer¨ªas en las que les hab¨ªa tocado picar antes. Vidala Morales, madre y esposa, lo sintetiza en una entrevista con NM¨¢s: ¡°Ellos compa?eros siempre¡±.
El hombre que grab¨® la miseria de los pozos
Jos¨¦ Rogelio Moreno Leija, 42 a?os
El sistema de poleas y cuerdas del castillete, apenas cuatro varas de hierro oxidadas, chirr¨ªa y gru?e como si estuviera a punto de ceder. Jos¨¦ Rogelio Moreno Leija se introduce en una cabina precaria en la que solo cabe ¨¦l y una tabla de madera que trae consigo. Toda la seguridad que lleva es un casco azul, un impermeable amarillo y unas botas de trabajo negras que le llegan hasta las rodillas. Un compa?ero supervisa la escena y el bote en el que el minero baja al pozo, desciende a trompicones.
Moreno Leija grab¨® en su tel¨¦fono m¨®vil su descenso al pozo, un tiempo antes de que una inundaci¨®n provocara el derrumbe que le tiene atrapado bajo tierra desde el mi¨¦rcoles 3 de agosto. Junto a ¨¦l trabajaba tambi¨¦n su hijo de 22 a?os, que comparte su nombre y su suerte, como si en esta regi¨®n el carb¨®n fuera un componente gen¨¦tico que se hereda con la sangre y se transmite entre generaciones.
El hombre llevaba en la mina desde los 12 a?os, y cuando su hijo necesit¨® empleo, le trajo con ¨¦l. Su otra hija, Yuliana, de 25 a?os, denunci¨® en una entrevista con la prensa local que no contaban con las medidas de seguridad m¨¢s b¨¢sicas: ¡°Se aprovecharon de la necesidad de mi pap¨¢, de mi hermano y de los dem¨¢s carboneros¡±.
¡°Se?or presidente, le agradezco que haya venido a tomarse una foto con mi dolor¡±
Ramiro Torres Rodr¨ªguez, 24 a?os
¡°Se?or presidente, le agradezco que haya venido a tomarse una foto con mi dolor, el de mi familia y el dolor de cada uno de los que estamos aqu¨ª. Gracias, espero y sus fotograf¨ªas le sirvan para su pol¨ªtica¡±. Luc¨ªa Rodr¨ªguez hizo viral el pasado domingo un video en el que increpaba al presidente mexicano, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, su corto acto de presencia en la mina. Su hijo, Ramiro Torres, lleva atrapado en el interior del pozo desde el 3 de agosto.
Ramiro Torres empez¨® a trabajar en el pozo del derrumbe hace solo dos semanas. Su familia dice que desde entonces hab¨ªa presencia de agua y gas en las galer¨ªas. ¡°El minero siempre va a estar arriesgando su vida. No saben si hoy van a regresar, si ma?ana van a regresar. Pero es el sustento de la casa¡±, narr¨® su hermana, Sendy Jazmin, en una entrevista con la prensa local. Torres Rodr¨ªguez tiene una hija de nueve a?os y hab¨ªa vuelto a ser padre hace solo un par semanas, esta vez de un ni?o.
Su padre y su hermano Aureliano tambi¨¦n son mineros. Aureliano trabaja con ¨¦l en los pozos, pero el d¨ªa del accidente se qued¨® en casa para descansar. Los dos participan en las labores de rescate como voluntarios. La familia no ha querido ense?ar fotograf¨ªas de Torres Rodr¨ªguez para preservar su intimidad.
Cr¨¦ditos:
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