La solitaria lucha de las ONG que atienden a los migrantes venezolanos en Ciudad de M¨¦xico
Cientos de personas se han quedado atrapadas en la capital sin saber cu¨¢l ser¨¢ su futuro, qu¨¦ hacer, d¨®nde dormir o c¨®mo encontrar trabajo hasta que cambie la situaci¨®n. ¡°No nos pueden hacer esto despu¨¦s del camino que hemos recorrido¡±, se quejaba uno de ellos
Jorge Gordo, panadero de 52 a?os, estuvo a punto de morir tres veces en una semana. Fue en el Tap¨®n del Dari¨¦n, la selva h¨²meda y fr¨ªa por donde cruzan los migrantes a Panam¨¢ desde Colombia, su vecino del sur. Pero no muri¨® ¡ª ¡°Dios nos ayud¨®¡±, dice¡ª y sigui¨® andando, comi¨® un poco, cruz¨® otros seis pa¨ªses y lleg¨® a Estados Unidos. Despu¨¦s de un mes y medio de traves¨ªa desde su casa en Caracas, Venezuela, y m¨¢s de 2.000 d¨®lares gastados en autobuses y mordidas (sobornos a ...
Jorge Gordo, panadero de 52 a?os, estuvo a punto de morir tres veces en una semana. Fue en el Tap¨®n del Dari¨¦n, la selva h¨²meda y fr¨ªa por donde cruzan los migrantes a Panam¨¢ desde Colombia, su vecino del sur. Pero no muri¨® ¡ª ¡°Dios nos ayud¨®¡±, dice¡ª y sigui¨® andando, comi¨® un poco, cruz¨® otros seis pa¨ªses y lleg¨® a Estados Unidos. Despu¨¦s de un mes y medio de traves¨ªa desde su casa en Caracas, Venezuela, y m¨¢s de 2.000 d¨®lares gastados en autobuses y mordidas (sobornos a las autoridades), hab¨ªa conseguido llegar a la tierra prometida.
Y entonces le metieron en otro autob¨²s, esta vez sin decirle ad¨®nde le llevaban, y apareci¨®, como quien se despierta y descubre que todo ha sido un sue?o, de vuelta en la ciudad fronteriza de Matamoros, en el Estado de Tamaulipas, en M¨¦xico. ¡°Sent¨ª mucha frustraci¨®n, muchos sentimientos encontrados, porque se rompe la esperanza de prosperar y ayudar a los familiares de uno¡±, dice Gordo. Como all¨ª no hay sitio para m¨¢s migrantes, las autoridades mexicanas le trasladaron en un autob¨²s que tard¨® 12 horas en llegar hasta las puertas de la Comisi¨®n Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), en Ciudad de M¨¦xico.
Como a Gordo, la nueva pol¨ªtica del gobierno estadounidense que entr¨® en vigor el 12 de octubre ha dejado atrapados en M¨¦xico a miles de venezolanos que ya hab¨ªan emprendido su camino hacia el norte. No pueden avanzar porque ¡°los que intenten cruzar la frontera de forma ilegal ser¨¢n devueltos a M¨¦xico¡± y no podr¨¢n acogerse al nuevo proceso de entrada, seg¨²n indica el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Ni siquiera Marcos Tamariz Kaufmann, jefe de misi¨®n adjunto de M¨¦dicos Sin Fronteras, sabe lo que va a pasar en las pr¨®ximas semanas y meses. ¡°Nadie tiene la m¨¢s remota idea de hacia d¨®nde va esto, porque nadie nos avis¨® de nada¡±, dice enfadado. ¡°En todo el camino, desde Venezuela hasta aqu¨ª, hay cientos de miles de personas atrapadas en la ruta¡±.
Frente a las oficinas de la COMAR aparece todas las ma?anas una nueva ola de cientos de venezolanos que han dormido en las calles colindantes. Algunos, los que vienen expulsados de Estado Unidos, no tienen m¨¢s ropa que la que llevan puesta ni m¨¢s pertenencias que la cobija que les han dado los servicios sociales. Les quitaron hasta los papeles migratorios necesarios para hacer cualquier tr¨¢mite. El lunes 24 de octubre, como cualquier otro d¨ªa de la ¨²ltima semana, hab¨ªa all¨ª unas 150 personas, seg¨²n Geaninna Ramos, trabajadora de M¨¦dicos Sin Fronteras. Mientras los funcionarios saturados de trabajo tratan de atender a los que deciden comenzar su solicitud de refugiado, Ramos habla con los migrantes, les pregunta por su estado de salud f¨ªsica y mental, anota su nombre y su n¨²mero de tel¨¦fono.
¡°Es una crisis importante para la ciudad, pero las autoridades no est¨¢n haciendo nada¡±, se lamenta Ramos, que cada d¨ªa tiene m¨¢s problemas para encontrarles un lugar donde dormir. El gobierno de la Ciudad de M¨¦xico no ha habilitado ning¨²n albergue para estas contingencias y los ocho que existen en la capital son de organizaciones humanitarias que casi no reciben ayuda del Estado. Estos cuentan con una capacidad de menos de 30 camas cada uno y ya est¨¢n al 250% de su capacidad de acogida.
?scar M¨¢rquez tiene 27 a?os y antes de emprender el viaje era mec¨¢nico en Sucre, al norte de Venezuela. Cruz¨® el d¨ªa 11 la frontera hacia Texas, en Estados Unidos, y cuenta que fue internado en Eagle Pass en un centro para migrantes, al que ellos se refieren siempre como ¡°c¨¢rcel¡± porque les quitan todas sus pertenencias, les visten con ropa de presidiario y no les permiten salir. A los dos d¨ªas le llamaron, le montaron en un avi¨®n apresado de manos y pies y les llevaron, a ¨¦l y a sus compa?eros, hasta otro albergue, del que salieron tres d¨ªas despu¨¦s en un autob¨²s que les dej¨® el 17 de octubre frente a las oficinas de la COMAR, en Ciudad de M¨¦xico.
¡°El sue?o es all¨¢, no en medio¡±, se queja M¨¢rquez, que no pudo ducharse ni cambiarse de ropa en los cinco d¨ªas que estuvo de viaje. ¡°El retorno hacia Venezuela no es una opci¨®n, el sueldo no da para vivir y tengo gente, mi pap¨¢, mi mam¨¢, mi hermano, que conf¨ªan en m¨ª para que les mande dinero¡±. Su pa¨ªs, que un d¨ªa fue pr¨®spero, ahora tiene a 7,1 millones de personas (el 25% de su poblaci¨®n) fuera de sus fronteras, viviendo como migrantes o refugiados, seg¨²n cifras de la ONU de septiembre de 2022.
Gordo y M¨¢rquez fueron atendidos por M¨¦dicos Sin Fronteras y trasladados a CAFEMIN (Casa de Acogida, Formaci¨®n y Empoderamiento de la Mujer Internacional y Nacional), un centro que se dedica a la atenci¨®n espec¨ªfica de mujeres migrantes y sus hijos. Con 90 camas, es la excepci¨®n, el albergue m¨¢s grande de Ciudad de M¨¦xico y del pa¨ªs. En ¨¦pocas de crisis como la actual, dejan a un lado su tarea principal y atienden a todos los migrantes que pueden. Samanta Hern¨¢ndez Cer¨®n, su coordinadora de comunicaci¨®n, dice que ahora hay 500 personas durmiendo en el interior, sobre colchonetas azules y en tiendas de campa?a esparcidas por el patio.
La coordinadora habla con todos ellos, les pregunta qu¨¦ tal est¨¢n, qu¨¦ han comido y qu¨¦ necesitan. Mientras, cuenta los problemas que enfrentan siempre que llega una crisis as¨ª: la escasez de agua para todos los que necesitan asearse, la pasividad del gobierno, la falta de bienes b¨¢sicos como pa?ales para los m¨¢s peque?os, ropa de cambio para los reci¨¦n llegados y hasta la comida, que hay que racionar para que todos coman algo. ¡°Hacemos lo que podemos con lo que tenemos, con todo el coraz¨®n del mundo¡±, dice la trabajadora. ¡°No hay albergue que tenga capacidad para ofrecer espacios dignos de atenci¨®n. Con siete ba?os no podemos atender dignamente a 500 personas, por mucho que lo lavemos 10 veces al d¨ªa. Y luego que se acaba el agua¡±, se lamenta Hern¨¢ndez.
¡°El Estado no est¨¢ garantizando las necesidades m¨ªnimas de los migrantes que llegan a la ciudad¡±, asegura la coordinadora. La ¨²nica atenci¨®n que han recibido de la Secretar¨ªa de Desarrollo Social de la Ciudad de M¨¦xico (SIBISO) han sido unas colchonetas y unas cobijas para la noche. Mientras ella habla, corre la vida por un patio en el que, pese a las dificultades que pasan todos y cada uno de ellos, se respira un aire como de esperanza, nadie se rinde. Los ni?os juegan al bal¨®n, los j¨®venes se juntan a charlar alrededor del peluquero, que hace unos degradados fin¨ªsimos, y los mayores pasean y tratan de contactar con las familias que han dejado en casa.
Sentado en una silla solitaria y con el m¨®vil en las manos est¨¢ Alberto Rojas, un venezolano de apenas 21 a?os que ha dejado en casa a su mujer y a su hija de seis meses, un beb¨¦ de ojos grandes y curiosos que muestra con orgullo en la foto de perfil de su WhatsApp. Lleg¨® a la COMAR el 17 de octubre desde el sur del pa¨ªs, huyendo de la pobreza y la falta de oportunidades que azotan Venezuela. ¡°No nos pueden hacer esto¡±, dice con la cabeza gacha. ¡°Ya est¨¢bamos en camino y ya no nos podemos volver atr¨¢s, tendr¨ªamos que pasar otra vez por el Dari¨¦n y ese sitio es un infierno¡±. Y con voz chica habla de los muertos que se encontr¨® en el camino, de las familias con ni?os que se quedan sin fuerzas para seguir andando.
Andr¨¦s Manuel Ram¨ªrez es el coordinador general de la COMAR, que se encarga de atender a los migrantes que solicitan estatus de refugiado. ¡°Se est¨¢n rompiendo todos los r¨¦cords de solicitantes con esta nueva oleada¡±, asegura Ram¨ªrez. Hasta finales de septiembre, antes de que entrara en vigor la pol¨ªtica de Biden, tuvieron 8.675 solicitudes, unas 32 al d¨ªa, m¨¢s que nunca antes. Sin embargo, desde el 12 de octubre, el promedio diario ha sido de 55, casi el doble, y la mayor¨ªa provenientes de Venezuela.
Est¨¢n al borde del colapso, y el proceso puede durar meses, durante los cuales los venezolanos estar¨¢n atrapados aqu¨ª, en Ciudad de M¨¦xico, en un sistema de albergues tambi¨¦n cerca de su capacidad m¨¢xima. Ram¨ªrez asegura que ellos han pedido a la SIBISO que se abran m¨¢s centros de alojamiento ante el futuro incierto que se presenta para los reci¨¦n llegados. ¡°Le hemos insistido para que abran m¨¢s albergues, pero todav¨ªa se est¨¢ discutiendo¡±. Este peri¨®dico, despu¨¦s de diversos intentos, no ha conseguido contactar con ning¨²n representante de esa instituci¨®n.
La primera vez que Jorge Gordo pens¨® que se mor¨ªa fue intentando dormir en el suelo fr¨ªo y h¨²medo de la selva del Dari¨¦n. ¡°Casi me da una hipotermia, me temblaba todo el cuerpo por el fr¨ªo y el barro y la humedad que no te deja estar seco ni un segundo¡±, cuenta. La segunda vez estuvo a unos minutos de ser arrastrado por la corriente. Acamp¨® junto al r¨ªo, un lugar peligroso porque de un momento a otro puede subir la corriente y arrastrar todo lo que encuentra a su paso. La gente que se descuida se queda atrapada en las tiendas de campa?a, ¡°y cuando llega el agua eso es una trampa mortal¡±. ¡°Pero a eso de las cinco de la ma?ana pas¨® una muchacha, de unos 15 a?os, se percat¨® de la situaci¨®n y nos alert¨®. No era nuestra hora de morir¡±, reflexiona Gordo. La tercera fue de hambre, porque caminaba 12 horas y com¨ªa una vez, hasta que se le acab¨® la comida. ¡°Me qued¨¦ sin nada y estuve m¨¢s de dos d¨ªas sin comer, hasta que llegu¨¦ al final y all¨ª me dieron algo de comer¡±.
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