En la biblioteca de Margo Glantz: ¡°Los j¨®venes ¨¢vidos de leer nos van a salvar¡±
EL PA?S recorre la biblioteca personal de la afamada escritora mexicana
Una vieja casona en el pintoresco barrio de Coyoaca?n, al sur de la capital mexicana, alberga las miles de historias que la escritora Margo Glantz (Ciudad de Me?xico, 93 an?os) tiene para compartir con sus lectores.
En el tercer piso de la casa se encuentra su estudio, un cobertizo completamente forrado de libros entre los que uno puede encontrar primeras ediciones de Dostoyevsky, Proust y una segunda edicio?n de Pedro Pa?ramo de Juan Rulfo. Habri?a ma?s primeras ediciones, pero hace an?os un carpintero que vino a reparar los libreros se los robo?. ¡°Un miserable que no digo su nombre,¡± comenta Glantz, mientras hace memoria para contar una ane?cdota de co?mo el libro Cartucho de Nellie Campobello tambie?n se lo robaron, solo que esta vez le dejaron una fotocopia en su sitio. Margo Glantz ha dedicado su vida a la lectura y la ensen?anza; ha dado clases en distintas universidades del mundo, incluida la que ha sido su casa en su pai?s, la Universidad Nacional Auto?noma de Me?xico. Los minutos pasan y, en medio de la charla, los recuerdos le vienen a la memoria: ¡°En mi casa siempre hubo libros y un piano,¡± dice al referirse a su nin?ez. Cuando su familia llego? a Me?xico, el u?nico bien material que trajeron consigo fue una coleccio?n de libros, es por eso que ella misma se define como que estaba destinada a leer. Pero, su carrera de profesora y su amor por la lectura solo la impulso? en su faceta de escritora, y con los an?os ha pasado a ser una de las autoras mexicanas de referencia. Su manejo de tema?ticas como las cabelleras y las dentaduras, y obras como Cuerpo contra cuerpo le han abierto un espacio en la literatura contempora?nea de Latinoame?rica.
El recorrido desciende a la parte baja de su vivienda, donde recuerda que su padre soli?a sentarse a escribir en un viejo escritorio de madera que mando? a hacer por recomendacio?n de Diego Rivera. Glantz voltea y sen?ala los libreros ataviados de literatura mexicana y, entre risas, sentencia que siempre le persigue la suerte de los robos: ¡°aqui? a este cuarto llegan unas ardillas que me comen los libros,¡±.
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