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Obedecer al teniente o salvar la vida: la orden que conden¨® a los siete cadetes de Ensenada

Silueta del cadete de la Guardia Nacional

Luis Vilchis - Fernando P¨¦rez - Brando Gast¨¦lum - Arturo Sarmiento
Carlos Fr¨ªas - Michael Arellano - ?scar S¨¢nchez

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Obedecer al teniente o salvar la vida: la orden que conden¨® a los siete cadetes de Ensenada

EL PA?S reconstruye con las familias de las v¨ªctimas la negligencia que llev¨® a la desaparici¨®n en M¨¦xico de los reclutas engullidos por el oc¨¦ano, la b¨²squeda y el calvario que viv¨ªan en la base militar El Cipr¨¦s, conocida como ¡®El paso de la muerte¡¯

La orden era clara. Ten¨ªan tres segundos para entrar al mar y enjuagar los uniformes. Lloviznaba y las olas agitaban el agua con violencia, lo suficiente para despertar las alertas de una ciudad acostumbrada a un mar poco amigable. Parados en la orilla, m¨¢s de 200 cadetes ten¨ªan una certeza: sab¨ªan que si no cumpl¨ªan la orden, ser¨ªan castigados. As¨ª se acostumbraba entre esas filas de aspirantes a la Guardia Nacional. No dormir, no comer, no hablar con su familia eran las reprimendas m¨¢s usuales. A veces unas duras golpizas. Para evitar la penitencia, la mayor¨ªa se lanz¨® aquella tarde al agua. Las olas comenzaron a arrastrarlos hacia adentro. Intentaron sujetarse entre ellos, devolverse a tierra firme. Pero la furia del Pac¨ªfico lo hac¨ªa imposible. Once j¨®venes desaparecieron en la costa de Ensenada, Baja California, el pasado 20 de febrero. Faltaban apenas 11 d¨ªas para su graduaci¨®n en la fuerza de seguridad. Cuatro fueron rescatados con vida. Siete muchachos, que ten¨ªan entre 18 y 29 a?os, murieron ahogados.

Brando

Gast¨¦lum Ayala

Brando era un joven con determinaci¨®n y disciplina. Quer¨ªa ser militar para poder ayudar a la gente. Admiraba a los soldados que ve¨ªa en las noticias que sal¨ªan a apoyar frente a una cat¨¢strofe natural. Quer¨ªa ser como ellos. Le gustaba pasear a caballo, andar en motocicleta, manejar carros grandes. Era trabajador, ingenioso, simp¨¢tico y carism¨¢tico. Le gustaban los deportes y, en su tiempo libre, boxeaba. Cre¨ªa firmemente en que pertenecer a la Guardia Nacional le permitir¨ªa ayudar a su familia.

Los d¨ªas que siguieron a la tragedia se amontonaron los detalles de lo sucedido en un abanico de versiones. Lo primero que se dijo a algunas familias ese mismo martes fue que se hab¨ªa tratado de un entrenamiento acu¨¢tico. Horas despu¨¦s, la explicaci¨®n pas¨® de ser un accidente a una mala decisi¨®n. Algunos militares llegaron a mencionar la palabra novatada. El tiempo no ayud¨® a aclarar los hechos. Cada documento que envi¨® el Ej¨¦rcito a los padres retrataba un mar de contradicciones. En alg¨²n papel apuntaron que los muchachos hab¨ªan entrado al agua por decisi¨®n propia y en su tiempo libre. En otro, admitieron que hab¨ªa sido una orden dada por un superior.

No fue hasta un mes despu¨¦s cuando comenz¨® a aclararse la tragedia, al surgir el tema en la conferencia de prensa del presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador. El secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, admiti¨® entonces que se hab¨ªa tratado de ¡°una falla¡± del director del centro de adiestramiento, David L¨®pez Ordaz, apodado como El Diablo, a cargo de los j¨®venes aquella tarde. El titular del Ej¨¦rcito asegur¨® que el teniente coronel se encontraba detenido y ser¨ªa juzgado en los tribunales militares por desobediencia. Los rumores internos, sin embargo, apuntaban en sentido contrario: varias voces afirmaban que estaba libre. Las quejas estallaron, y con ellas, decenas de acusaciones de abuso de autoridad, maltratos y extorsiones salieron a la luz, como una peque?a muestra de lo que se vive en los cuarteles.

A seis meses de la tragedia, EL PA?S reconstruye con las familias de las v¨ªctimas de esta negligencia el momento que llev¨® a la desaparici¨®n de los cadetes, las horas y d¨ªas de b¨²squeda, y el calvario que atravesaban los j¨®venes en El Cipr¨¦s, la base militar conocida en la fuerza castrense mexicana como El paso de la muerte.

Contradicciones y ocultamiento

Fabiola Fr¨ªas Lanfar mira de reojo las rocas de la playa Monalisa, apenas a unos metros del complejo militar El Cipr¨¦s. No quiere acercarse, a¨²n recuerda c¨®mo encontraron all¨ª el cuerpo sin vida de su hijo Carlos, de 20 a?os. Ten¨ªa puestas sus botas y su cintur¨®n t¨¢ctico. Han pasado meses desde que la mujer se parara frente a las c¨¢maras en las escalinatas del edificio estatal en Ensenada y reclamara a las autoridades la verdad. Ahora, sentada bajo una sombrilla de paja, revive su pesadilla, sobre la que todav¨ªa tiene enormes vac¨ªos de informaci¨®n.

Carlos Omar

Fr¨ªas Lanfar

Carlos, el Chano, como le dec¨ªa su familia, era el tercero de seis hermanos. Era un joven tranquilo, noble, el consentido de su abuela. Su canci¨®n favorita era La Costurera, de Los Alame?os de la Sierra, sol¨ªa ponerla cada vez que ten¨ªa oportunidad. Ten¨ªa una novia en el pueblo yaqui, donde se hab¨ªa criado. Para su ¨²ltimo cumplea?os, d¨ªas antes de la tragedia, celebr¨® junto a su mam¨¢ con unas tortillas de harina y jam¨®n con huevo.

Ese martes, pasado el mediod¨ªa, los 207 reclutas de la Guardia Nacional hab¨ªan acabado su entrenamiento en la pista del combatiente ¡ªuna serie de obst¨¢culos que los soldados deben atravesar en el menor tiempo posible. Minutos antes de lanzarse a la playa, por ¨®rdenes del teniente coronel David L¨®pez Ordaz, Fr¨ªas Lanfar alcanz¨® a enviarle un video a su madre. En las im¨¢genes se ve¨ªa a un grupo de muchachos intentando recuperar el aliento. Se escuchaban risas de fondo. Fabiola entendi¨® que su hijo estaba contento, apenas le quedaban unos d¨ªas para entrar formalmente a la Guardia Nacional. Al verlo, se qued¨® tranquila.

La tarde que desaparecieron los j¨®venes, casi ning¨²n padre recibi¨® la llamada del Ej¨¦rcito. No fue hasta muchas horas despu¨¦s que se enteraron de lo que hab¨ªa pasado. La mayor¨ªa ya hab¨ªa escuchado la noticia en la radio o en la televisi¨®n. No sab¨ªan entonces los nombres de las v¨ªctimas, pero todos temieron lo peor. Una de las versiones oficiales, que aparece en un informe de la Direcci¨®n General de Justicia Militar y al que tuvo acceso este peri¨®dico, detalla que L¨®pez Ordaz reuni¨® a los cadetes en la playa sobre las 14.00 horas y les orden¨® limpiar sus uniformes en el mar. Cuando los mandos estaban listos para volver al cuartel, ¡°los reclutas manifestaron a viva voz que hab¨ªa compa?eros que estaban siendo arrastrados por las corrientes¡±.

En la desesperaci¨®n por rescatar a sus amigos, el batall¨®n hizo una cadena humana. Esta parte del relato, confirmado por varios testigos y familiares de las v¨ªctimas, no figura en ninguna de las versiones de las autoridades. Aunque s¨ª fue detallada por el fiscal en la audiencia inicial del juicio en julio. Al frente de esa larga fila de soldados qued¨® ?scar Abraham S¨¢nchez Reyna, de 18 a?os. El padre de este cadete, ?scar S¨¢nchez, un m¨¦dico cirujano retirado del Ej¨¦rcito, dice que su hijo no sab¨ªa nadar, pero cree que la amistad que hab¨ªa construido con sus compa?eros lo llev¨® a intentar salvarlos. Cuando el agua arrastr¨® a El Chicken, como le dec¨ªan al muchacho nacido en Oaxaca, la cadena se deshizo y se les orden¨® volver a tierra.

?scar Abraham

S¨¢nchez Reyna

Sus amigos le llamaban El Chicken, porque tra¨ªa siempre con ¨¦l un peluche de un pollito. Era un joven cari?oso, muy habilidoso para las manualidades y listo. Hab¨ªa sobrevivido a una infancia azotada por la violencia y hab¨ªa encontrado un hogar en la casa de sus t¨ªos, poco antes de lanzarse al Ej¨¦rcito. En su cuarto permanece intacta la guitarra que le hab¨ªan comprado y con la que estaba aprendiendo a tocar las ma?anitas.

En las horas siguientes, tanto la Marina como los bomberos se volcaron en la b¨²squeda. En lanchas y por tierra se lanzaron a buscarlos, sorprendidos, porque ese d¨ªa la autoridad portuaria hab¨ªa alertado no entrar al mar. Fabiola y su hijo mayor, tambi¨¦n militar, llegaron a El Cipr¨¦s el martes por la noche. La b¨²squeda se hab¨ªa pausado hasta la ma?ana siguiente. La conversaci¨®n que mantuvieron con los jefes militares fue subida de tono, recuerda la mujer. ¡°Mi hijo les empieza a decir groser¨ªas, les dice: ¡®?Qu¨¦ pas¨® mi general? ?Qui¨¦n dio esa orden? No deber¨ªa de haberse dado¡¯. Nadie contestaba¡±, cuenta.

A la familia de Arturo Sarmiento Gaxiola les hablaron de un entrenamiento en el agua, algo que no est¨¢ establecido para quienes no se forman en la Marina. Elo¨ªsa, la mam¨¢ del cadete de 29 a?os, pregunt¨® entonces por qu¨¦ los chicos hab¨ªan entrado al mar con uniforme y equipo t¨¢ctico. ¡°Un militar me dijo: ¡®Pues es que tambi¨¦n tienen que usar la l¨®gica, si est¨¢n recibiendo una orden de meterse con uniformes, ?c¨®mo se les ocurre?¡¯. Y yo me encabron¨¦ y le dije: ¡®Usted, comandante o teniente, ?por qu¨¦ est¨¢ en ese lugar? ?Por obedecer o desobedecer ¨®rdenes?¡±.

Un instructor del centro de adiestramiento grab¨® una nota de voz que acab¨® en el tel¨¦fono de la madre de un joven cadete que sobrevivi¨® a la tragedia. Martha, nombre ficticio que se le asigna por seguridad, cuenta que el militar asegur¨® que era habitual que L¨®pez Ordaz llevara a los reclutas al mar. Pero ese d¨ªa, todo se sali¨® de control r¨¢pidamente. ¡°Las olas estaban muy fuertes y los morrillos se metieron muy al fondo, lleg¨® una ola gigante y jal¨® como a 30. Ya cuando vieron que los estaba jalando, empezaron a salir algunos, poco a poco. Pero llegaban unas olas tras olas, hasta que al final no pudieron salir siete¡±, dice el instructor.

Arturo Esteban

Sarmiento Gaxiola

Arturo era un muchacho reservado, que siempre tend¨ªa la mano a quien necesitaba ayuda. Naci¨® en Guaymas, a unos metros de una instalaci¨®n de la Marina, y desde peque?o quiso pertenecer al Ej¨¦rcito. Lo intent¨® tres veces, hasta que lo consigui¨®. Caus¨® alta un d¨ªa antes de cumplir 29 a?os. Era un extraordinario nadador, practicaba lucha grecorromana y ten¨ªa tres hijos. A su funeral llegaron un joven que hab¨ªa salvado de un intento de quitarse la vida y una se?ora a quien le hab¨ªa comprado generosamente un refrigerador.

Ninguno de los sobrevivientes ha hablado p¨²blicamente. Algunos conversaron con los familiares de los cadetes muertos y alcanzaron a contar qu¨¦ hab¨ªa pasado. Despu¨¦s de la tragedia, el Ej¨¦rcito los aisl¨®, dice Martha. Primero los encerraron, luego los movieron a otro cuartel y les quitaron los tel¨¦fonos para que no pudieran hablar con nadie. Solo se les permiti¨® avisar a sus familias que estaban con vida. La madre del recluta que alcanz¨® a salir del agua pudo ver a su hijo siete veces desde el 20 de febrero, pero nunca quiso hablar de lo sucedido. ¡°Probablemente lo tengan amenazado¡±.

Los d¨ªas previos: enfermedades, abusos y extorsi¨®n

Sentada en el comedor de su casa en Hermosillo, junto a velas y fotograf¨ªas de Arturo sobre la mesa, Elo¨ªsa Gaxiola insiste en que su hijo no quer¨ªa preocuparla. Recuerda la ¨²nica vez que se enter¨® de algo que le inquiet¨®. ¡°Era hiperactivo, no pod¨ªa dejar de moverse. Estando en una fila con sus compa?eros,?no dejaba de mover las piernas cuando un superior grit¨® que se quedaran quietos. No imagin¨® que se refiriera a ¨¦l¡±. Hasta que sinti¨® un golpe duro en su nuca. ¡°?l iba a aguantar porque quer¨ªa estar ah¨ª, no quer¨ªa salirse. Ya se miraba en un futuro ah¨ª¡±, comenta.

Las 190 hect¨¢reas del campo militar de El Cipr¨¦s eran supuestamente un espacio seguro para los cadetes que llegaban cada a?o. En lugar de eso, las experiencias que viv¨ªan entre esos muros llevaron a apodar el sitio como El paso de la muerte. El centro de adiestramiento es una prueba de ocho semanas que deben superar tanto los aspirantes a la Guardia Nacional, como los de la Marina y el Ej¨¦rcito. Deb¨ªan adaptarse a la vida militar, prepararse f¨ªsica y mentalmente para convertirse en miembros de una fuerza que enfrenta cada d¨ªa los horrores m¨¢s profundos de M¨¦xico. Pero la primera batalla la dieron dentro.

Luis Manuel

Vilchis D¨ªaz

Era el segundo de cuatro hermanos, de car¨¢cter noble y sencillo. Le gustaba cantar y bailar en sus ratos libres. Creci¨® siendo la figura protectora de sus hermanos y de su madre. Ante un problema, sol¨ªa decir: ¡°Ya veremos c¨®mo le hacemos¡±. Entr¨® en la Guardia Nacional por su abuelo paterno y su padrino, a quienes admiraba. A?oraba portar el uniforme, como ellos. Buscaba ser el sost¨¦n econ¨®mico de su familia. Quer¨ªa casarse y juraba que ya hab¨ªa conocido al amor de su vida.

Golpes, insultos y extorsiones eran parte del d¨ªa a d¨ªa de los reclutas. El 13 de febrero, una semana antes de la tragedia, Martha recibi¨® una llamada de un amigo de su hijo. Le informaba que el muchacho se hab¨ªa desmayado al ser golpeado por L¨®pez Ordaz. Pasaron tres d¨ªas hasta que pudo comunicarse con su hijo. El joven no quiso darle detalles y se neg¨® a la petici¨®n que le hizo su madre de volver a casa. ¡°?Yo, fracasado? No¡±, le dijo. Volverse un desertor es un temor com¨²n dentro de las fuerzas de seguridad, que lleva a los reclutas a aguantar palizas sin decir palabra.

Los abusos que viv¨ªan los cadetes eran constantes. Lo que fuera se califica de violaci¨®n a los derechos humanos, dentro se dice forjar car¨¢cter, comenta un miembro del Ej¨¦rcito que no quiere ser citado. Un video compartido por uno de ellos a su madre muestra a todo un batall¨®n haciendo lagartijas bajo una fuerte lluvia, en medio de la noche. Otras im¨¢genes enviadas por los propios j¨®venes a sus cercanos revelan moretones y golpes que llegaron a necesitar de suturas y vendajes.

Conversaci¨®n de Fernando Isa¨ªas P¨¦rez L¨®pez.
Conversaci¨®n de Fernando Isa¨ªas P¨¦rez L¨®pez.M¨®nica Gonz¨¢lez Islas

Frente a un peque?o y pintoresco altar, la madre, los t¨ªos y la abuela de Fernando Isa¨ªas P¨¦rez L¨®pez admiten que desconoc¨ªan la pesadilla que soportaba cada d¨ªa el muchacho. En conversaciones que tuvo por Whatsapp con su padrino y su padre, sin embargo, dej¨® el rastro del tormento. En una foto mostr¨® c¨®mo le hab¨ªan abierto el labio de un balazo durante un entrenamiento. En otra imagen ense?¨® su pierna golpeada. ¡°Aqu¨ª nos pegan mach¨ªn [fuerte]¡±, se lee en un mensaje. ¡°Me dio mi sargento con el PR24¡å, dice en referencia al bast¨®n que usan las fuerzas de seguridad. ¡°?l aguantaba mucho¡±, piensa la madre, Mar¨ªa del Consuelo L¨®pez. ¡°Quer¨ªa un buen futuro para ¨¦l, para su hermana y para m¨ª¡±.

Fernando Isa¨ªas

P¨¦rez L¨®pez

Antes de entrar al Ej¨¦rcito, Fernando era un joven talentoso que cursaba la carrera de dise?o gr¨¢fico. En los escalones de su casa, en el Estado de M¨¦xico, a¨²n permanece pegado el arte que hab¨ªa dise?ado para alegrar la entrada. Ten¨ªa una novia, con la que se quer¨ªa casar. Entre sus cosas qued¨® el anillo que hab¨ªa comprado para proponerle matrimonio. Trabajador y algo travieso, el veracruzano ingres¨® a las fuerzas armadas con la esperanza de tener un futuro mejor.

La b¨²squeda de una oportunidad laboral hab¨ªa empujado a estos cadetes al Ej¨¦rcito. Como los casos de Luis Vilchis o Michael Arellano Wilkinson, de 21 y 20 a?os. Los familiares de este ¨²ltimo cuentan que ese estilo de vida de limitaciones y horarios de madrugada fue solo una continuaci¨®n de la vida dura que tuvo el joven, que creci¨® en un orfanato y no tuvo un hogar propio, sino hasta cuatro a?os antes de su muerte. Los testimonios apuntan a que los entrenamientos eran tan hostiles y largos que no ten¨ªan tiempo para descansar, por eso la posibilidad de dormir se monetizaba.

Como si los maltratos no fueran suficientes, la mayor¨ªa de los j¨®venes sufr¨ªa extorsiones. Los superiores les ped¨ªan dinero a cambio de comer, dormir o evitar un encierro. Casi todas las familias conservan a¨²n registros de las transferencias bancarias que hicieron para que sus hijos pudieran vivir en paz. Enviaban semanalmente entre 300 y 1.500 pesos (de 16 a 80 d¨®lares), de acuerdo a lo que pudo acreditar este peri¨®dico. Jonathan Sarmiento, hermano de Arturo, relata: ¡°Me habl¨® una vez y me dijo: ¡®Oye carnal, hazme el paro, quiero dormir una hora, pero me cobran 700 pesos (poco m¨¢s de 37 d¨®lares)¡¯. All¨¢ adentro todo se paga¡±.

Las pruebas del terror que azotaba a la base militar llegaron tambi¨¦n en forma de mensajes a las familias de los cadetes. Una madre, que no quiso dar su nombre, escribi¨® que su hijo hab¨ªa dejado El Cipr¨¦s porque ¡°era un infierno¡±. El muchacho no quiso hablar durante d¨ªas sobre lo que hab¨ªa pasado, hasta que finalmente se anim¨®. ¡°Me cont¨® todo: c¨®mo los golpeaban, c¨®mo en la madrugada cuando dejaba de llover ellos ten¨ªan que secar el piso arrastr¨¢ndose y cuando terminaban a las 3.00 o 4.00 de la ma?ana les dec¨ªan que quer¨ªan ver sus uniformes impecables¡±. Este peri¨®dico consult¨® a la Secretar¨ªa de la Defensa sobre estas acusaciones y sobre la tragedia del 20 de febrero, pero hasta la publicaci¨®n no recibi¨® respuesta.

Michael

Arellano Wilkinson

Michael naci¨® del lado estadounidense de la frontera, pero pas¨® toda su vida en M¨¦xico. Hasta los 16 a?os vivi¨® en un orfanato de Agua Prieta, en el que creci¨® con cuatro j¨®venes a los que siempre consider¨® sus hermanos. Solo unas calles separan la que fue su casa del muro de metal que divide ambos pa¨ªses. Jugaba al f¨²tbol, practicaba Taekwondo y era un muchacho amoroso. Anhelaba desde peque?o tener estabilidad y poder ahorrar un dinero para superarse.

Las malas condiciones empujaron a los cadetes constantemente a enfermedades, principalmente gripe o tos. Adriana Reyna, t¨ªa de ?scar Abraham S¨¢nchez, quien lo cri¨® durante un tiempo como su propio hijo, dice que era normal que los metieran a una alberca con agua helada en pleno invierno. Su sobrino les cont¨® un d¨ªa que se sent¨ªa muy mal, ten¨ªa problemas en las v¨ªas respiratorias. La familia le recomend¨® ir a la enfermer¨ªa. ¡°Dec¨ªa: ¡®Es que si vamos a buscar atenci¨®n m¨¦dica, nos rega?an¡±, recuerda Reyna sentada en el sill¨®n de su casa, en el Estado de M¨¦xico. ?scar acab¨® al tiempo con medicamentos inyectables y atenci¨®n m¨¦dica.

El Diablo

Los d¨ªas que siguieron a la tragedia, L¨®pez Ordaz se mantuvo al frente del centro de adiestramiento. Familiares de v¨ªctimas y supervivientes estiman que se qued¨® en su puesto al menos hasta inicios de marzo, cuando una reportera habl¨® del caso en la conferencia presidencial. Sandoval dijo entonces que el teniente coronel tiene un proceso pendiente en el ¨¢mbito militar por abuso de autoridad y desobediencia, por haberse salido del procedimiento establecido del entrenamiento. En el civil, fue vinculado a proceso recientemente por homicidio culposo. El caso provoc¨® adem¨¢s que L¨®pez Obrador emitiera esta semana un decreto para prohibir las novatadas en la instituci¨®n castrense.

EL PA?S habla con los familiares de los cadetes.

La tragedia sirvi¨® adem¨¢s para sacar a la luz otros abusos de El Diablo. Entre las decenas de mensajes que a¨²n reciben las familias de los cadetes, est¨¢ el de la madre de una mujer soldado que decidi¨® desertar cuando supuestamente L¨®pez Ordaz comenz¨® a acosarla. ¡°Como no le hizo caso, se vino lo peor: por todo la golpeaban¡±, se lee en la comunicaci¨®n. Otra madre cont¨® que su hija dej¨® el curso despu¨¦s de que el teniente coronel la tirara al suelo y le lesionara la cadera. La muchacha levant¨® un acta contra el alto mando. ¡°Sigue esperando una respuesta a esa demanda, ya que a dos d¨ªas de graduarse le dijeron que ella sola se hab¨ªa ca¨ªdo¡±.

Los abusos sistem¨¢ticos dentro del Ej¨¦rcito quedaron registrados tambi¨¦n en los m¨²ltiples correos filtrados por el grupo de hackers Guacamaya a finales del 2022. All¨ª hay documentos que retratan las condiciones en las que viven los soldados en El paso de la muerte. En los papeles de la Sedena, por ejemplo, hay un caso de violaci¨®n agravada de un superior a una joven cadete, que le denunci¨® ante la justicia militar. En 2018, un capit¨¢n de Infanter¨ªa orden¨® a dos mujeres soldados salir del complejo militar, embriagarse y presuntamente abus¨® de una de ellas en su coche. Otros registros relatan quejas por malas condiciones y maltratos continuos en ese y otros centros.

Mar¨ªa, Adriana, Elo¨ªsa. Las madres de los j¨®venes que aquel martes se metieron al mar y no salieron hab¨ªan enviado a sus hijos a formarse como soldados con la esperanza de que encaminaran su vida y con la certeza de que ser¨ªan cuidados. ¡°Quer¨ªamos que fueran unos j¨®venes de bien, no ser maltratados. Ser r¨ªgidos, pero no ser abusados¡±, dice Fabiola. El agua se trag¨® ese 20 de febrero siete vidas, con aspiraciones e ideas de lo que el futuro debe ser. Dej¨®, en su lugar, una insistente b¨²squeda de justicia y muchas preguntas sin responder.

¡°?Qu¨¦ clase de j¨®venes estamos formando a golpes?¡±, cuestionaba un familiar meses despu¨¦s de la tragedia. Son esos soldados los que luego ¡°salen a la calle a cuidar a los mexicanos¡±. Durante los ¨²ltimos seis a?os, el Ej¨¦rcito se resguard¨® bajo el manto protector de L¨®pez Obrador, que le dio m¨¢s poder del que nunca hab¨ªa amasado. Bajo la ret¨®rica presidencial, cuestionar a la Guardia Nacional o criticarla significaba volverse un enemigo de M¨¦xico. Entre tantas dudas que a¨²n residen en las casas de los cadetes muertos, las familias se preguntan si las vidas de sus muchachos ser¨¢n suficientes para romper la muralla presidencial que protege la instituci¨®n castrense y castigar la tr¨¢gica novatada.

Cr¨¦ditos:

Texto: Erika Rosete y Georgina Zerega
Fotograf¨ªa y video: M¨®nica Gonz¨¢lez y Nayeli Cruz 
Dise?o y programaci¨®n: M¨®nica Ju¨¢rez Mart¨ªn y luis V. Guill¨¦n
Edici¨®n visual: Hector Guerrero
Edici¨®n de video: ?ngel Villegas 

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