Irene Vallejo, un or¨¢culo en la FIL: ¡°Escribir ¡®El infinito en un junco¡¯ fue terap¨¦utico¡±
La escritora espa?ola pasa unos d¨ªas en la gran feria del libro en espa?ol, con visitas rel¨¢mpago a Colima y San Luis Potos¨ª, y una parada en la capital para ver los cuadros de Remedios Varo
La voz suave de Irene Vallejo inunda la sala: ¡°Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos¡±. Es una frase de la escritora espa?ola Carmen Mart¨ªn Gaite, que Vallejo, escritora tambi¨¦n, autora del superventas mundial El infinito en un junco, ha trufado en una de sus intervenciones, en la presentaci¨®n de un libro, este domingo en la FIL de Guadalajara. Lee la autora y la gente abraza el silencio, pendiente de verdades escondidas en las frases, pero pendiente, sobre todo, de ella, elevada a la condici¨®n de or¨¢culo. Todo el mundo quiere verla estos d¨ªas, escuchar lo que dice. No hay sillas vac¨ªas en el sal¨®n, ni ojos distra¨ªdos, ni pantallas que valgan. Ayer, estuvo seis horas firmando libros. Acab¨® a medianoche. ¡°Yo creo que firm¨¦ m¨¢s de 1.500¡±, cuenta, divertida.
El domingo ha empezado de manera similar. La autora y su esposo, el historiador del arte y productor Enrique Mora, aparecen en el vest¨ªbulo del hotel a las 11.00, due?os de una energ¨ªa sorprendente. Enseguida, ambos se disculpan: la primera actividad del d¨ªa consiste en firmar m¨¢s libros. Es una situaci¨®n ideal, en realidad. La blandura de los sof¨¢s del vest¨ªbulo, la intimidad matutina de un d¨ªa festivo, vertebran una charla pausada. La autora cuenta que est¨¢ leyendo Dios fulmine a la que escriba sobre m¨ª, de la joven escritora mexicana Aura Garc¨ªa-Junco; que siempre trata de estar al tanto de lo que nace a este lado del charco. En la pl¨¢tica de la tarde, antes de citar a Mart¨ªn Gaite, Vallejo recordar¨¢, precisamente, que son j¨®venes escritoras latinoamericanas quienes lideran el ¨²ltimo gran boom de la literatura.
Este rasgado pausado de la pluma dibuja los ¨²ltimos momentos de calma para Vallejo, en un d¨ªa que ser¨¢ trepidante. La responsable de uno de los ensayos en espa?ol m¨¢s le¨ªdos de las ¨²ltimas d¨¦cadas practica su caligraf¨ªa. Estos cinco tomos que garabatea son una cortes¨ªa para Alberto P¨¦rez Day¨¢n, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Naci¨®n, con quien han coincidido en una cena. La autora tiene un rato para pasear por la feria, pero, desde que sale del hotel, caminar se vuelve un asunto complejo. Fotos, saludos, abrazos... La gente se acerca con sonrisas que destilan un aprecio verdadero, agradecimiento. Hay mujeres mayores, hombres j¨®venes, adolescentes que se toman una selfi con ella y se van saltando de alegr¨ªa. El s¨¢bado, cuando presentaba la versi¨®n en novela gr¨¢fica de El infinito en un junco, la gente hac¨ªa cola para sentarse fuera del sal¨®n del evento, en un hall con m¨¢s de 500 sillas. Quer¨ªan seguir la charla en una pantalla gigante.
¡°Este mes hemos estado solo cuatro d¨ªas en casa¡±, cuenta ella, pesarosa, mientras camina hacia la entrada de la feria. La pareja ha visitado en pocas semanas Austria, Per¨² y ahora M¨¦xico. Aqu¨ª, adem¨¢s de Guadalajara, han acudido a la feria del libro de San Luis Potos¨ª y viajan estos d¨ªas a Colima. En Ciudad de M¨¦xico, les ha dado tiempo a visitar la exposici¨®n de cuadros de la recuperada Remedios Varo, en el Museo de Arte Moderno. Vallejo y Mora tienen un hijo de diez a?os, Pedro, que se ha quedado en casa, motivo de su pesar. Vallejo cuenta que escribi¨® El infinito en un junco en el hospital, con el ni?o batallando para salir adelante de las garras de un s¨ªndrome cong¨¦nito. ¡°Fue terap¨¦utico escribir el libro¡±, dice Vallejo.
El ni?o se llama Pedro, cuentan, por Pedro P¨¢ramo, la novela de Juan Rulfo, uno de sus libros de cabecera, como relataba la autora en la charla del s¨¢bado. Para probarlo, Mora saca su celular y busca en la fototeca. Al minuto, muestra una foto del muchacho, en la sala de la vivienda familiar, delante de una hermosa estanter¨ªa, construida sobre el esqueleto barnizado de un ¨¢rbol. ¡°Es la librer¨ªa de cosas especiales¡±, dice ¨¦l. En las baldas se ven los otros libros de Rulfo, El Llano en Llamas y El Gallo de Oro, y una l¨¢mina del C¨®dice de Viena, documento prehisp¨¢nico que narra el origen del mundo, seg¨²n el pueblo mixteco, asentado en Oaxaca.
Mientras camina por los pasillos de la feria, Vallejo cuenta que su hijo es un enamorado del D¨ªa de Muertos, festividad mexicana alejada de la solemnidad ib¨¦rica, de la mantilla negra y la gravedad mandibular, pero tambi¨¦n de la superficialidad consumista de Halloween. ¡°Todo viene por un cuento que le cont¨¦¡±, dice. ¡°Bueno¡±, interviene Mora, ¡°que adaptaste¡±. Se refieren a El Monte de las ?nimas, un relato de Gustavo Adolfo B¨¦cquer, escrito a mediados del siglo XIX, que cuenta el vagabundeo de las almas de soldados ca¨ªdos en una batalla, en el cerro mencionado. ¡°Cuando llega la noche de Difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ¨¢nimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacer¨ªa fant¨¢stica por entre las bre?as y los zarzales¡±, escribe B¨¦cquer.
Vallejo y Mora reconocen que, igual, la pel¨ªcula Coco, la versi¨®n que hizo Disney del D¨ªa de Muertos, ha tenido bastante que ver en los gustos del muchacho. Aunque Mora saca de nuevo el celular y muestra una foto de Pedro, disfrazado de B¨¦cquer, esperando las almas de los difuntos. Es, dicen, su disfraz favorito. Porque Pedro, claro, quiere ser escritor, como su madre. La pareja callejea por la feria en busca del expositor de Artes de M¨¦xico, del escritor mexicano Alberto Ruy S¨¢nchez, que vende libros y artesan¨ªas. En el camino se encuentran con el poeta Luis Garc¨ªa Montero. Saludos, abrazos, siempre interrumpidos por admiradores que le piden una foto. ¡°Se ha hecho muy popular¡±, dice el poeta, sonriendo, ¡°est¨¢ muy bien¡±.
Algunas de las personas que le paran le dan las gracias. Una mujer le recuerda una conferencia que dio sobre acoso escolar ¨Cque ella misma sufri¨®¨C tiempo atr¨¢s y le toma las manos, como si el tacto de los dedos pudiera suplir la mediocridad del verbo. Es una sensaci¨®n constante esta ma?ana, que no hay gratitud trasladable, que El infinito... hizo por lectoras y lectores lo que no puede decirse en 30 segundos de intercambio, de ah¨ª los abrazos, tocarse. Antes de comer, Vallejo mantendr¨¢ un encuentro con integrantes de un club de lectura, que ha colocado su ensayo en el pedestal de sus amores literarios. Dos se?oras dir¨¢n que ya lo han le¨ªdo dos veces. ¡°Es que todo lo conecta con todo tan bonito¡±, comentar¨¢ una.
En Artes de M¨¦xico, Vallejo elige un peque?o jaguar de cart¨®n para Pedro y unos libros de cuentos. Ruy S¨¢nchez les trata de regalar artesan¨ªas, revistas, m¨¢s libros. La ma?ana acelera. Mora, que dej¨® su carrera y se ha convertido en su asistente, le apremia. Los dos salen casi corriendo porque el ministro de Cultura de Espa?a, Ernest Urtasun, la espera para tomar un caf¨¦. El saludo es cordial, igual que el s¨¢bado, cuando Urtasun acudi¨® a la presentaci¨®n de la novela gr¨¢fica de El infinito... El peque?o ¡°malentendido¡± de los d¨ªas previos, en palabras de Mora, un problema de conexiones a¨¦reas que amenazaba con calcificarse, se deshace entre las sonrisas que ambos se dedican.
De nuevo, a correr. Pasillos, escaleras, ascensores, fotos... Vallejo carga una peque?a mochila donde guarda un pu?ado de plumas y bol¨ªgrafos, bolsitas de aseo, hojas de papel en las que ha preparado sus intervenciones de la tarde. Mora carga bolsas con todo lo que compran y con los obsequios que reciben. De vez en cuando escapa a su cuarto del hotel para dejar algunas. Son demasiadas. Es dif¨ªcil que todo quepa en una maleta normal. Del caf¨¦ con Urtasun, Vallejo acude a la oficina de EL PA?S en la feria, a tomarse fotos. De ah¨ª, al encuentro con el club de lectura. La ma?ana acaba en una comida con su amiga de hace a?os, Socorro Venegas, en el restaurante Quelites, donde comen, antes de la carrera vespertina, un pulpo zarandeado y un aderezo de hormigas chiquitanas. Todo esto ocurre, todas estas horas, estas carreras, las fotos, los abrazos, sin que Vallejo pierda nunca la sonrisa.