Del mundo material a lo inefable
Entre el "yo hago imitaciones" de Arist¨®teles y los tiempos que vivimos, la literatura, adem¨¢s de convertirse en el mapa hidrogr¨¢fico de lo tangible, inund¨® los territorios de lo intangible
Son muchos los siglos que han pasado ¡ªm¨¢s de dos milenios, de hecho¡ª desde que Arist¨®teles declarara, buscando condensar en unas cuantas palabras el sentido ¨²ltimo de su trabajo: "yo hago imitaciones".
Y es que, aunque durante la mayor¨ªa de esos siglos y milenios era correcto afirmar que la literatura buscaba imitar la vida, ese tiempo queda en el pasado ¡ªtemporal y mental¡ª pues el oficio, tras haber trazado una l¨ªnea, aunque nunca recta, empez¨® a bifurcarse: como un r¨ªo que, en vez de volver a desviarse, da lugar a nuevos afluentes.
Por supuesto, la velocidad con que esos afluentes habr¨ªan, a su vez, de multiplicarse, engendrando brazos, riachuelos e incontables arroyos, es decir, la velocidad con la que el r¨ªo original termin¨® por convertirse en el mapa hidrogr¨¢fico que hoy deslinda los territorios de nuestra biblioteca universal, no ha sido otra que la velocidad con la que el ser humano fue complejizando su relaci¨®n con el mundo.
Si algo podemos afirmar hoy, es que aquello que alguna vez result¨® imitable termin¨® por convertirse, tanto por dimensi¨®n como por densidad pero tambi¨¦n por ambig¨¹edad y sensibilidad, en algo inimitable. Para sobrevivir, pero tambi¨¦n para que el vergel de su afluente original no estuviera rodeado solo de desiertos, es decir, para regar las tierras que los exploradores iban encontrando, la literatura renunci¨® a lo inabarcable y convirti¨®, poco despu¨¦s, esa renuncia en su sentido m¨¢s profundo.
¡ª¡±Entonces, comprendi¨® de d¨®nde sal¨ªa aquella sensaci¨®n de carencia. Surg¨ªa de la tristeza que, desde siempre, yace en los cimientos de todo, est¨¢ presente en todas las cosas y en cada fen¨®meno: es imposible entenderlo todo al mismo tiempo¡±, escribe Olga Tokarczuk en Un lugar llamado Anta?o¡ª.
Digo su sentido m¨¢s profundo porque no solo determin¨® ¡ªno solo determina¡ª el caudal de la pluralidad, tambi¨¦n el de la singularidad, haciendo posibles el resto de las aguas que hoy navegamos, remontamos o dejamos solo que nos lleven: las que resultan de la deflagraci¨®n de paradigmas, las que sobrevienen a la explosi¨®n de ideas generalizadas, las que suceden tras un cisma en la moral, las que dejan la implosi¨®n de un lenguaje, las que irrumpen con una nueva percepci¨®n, las que desatan las m¨¢s ¨ªnfimas cuestiones de una sensibilidad insospechada o las que revuelven las dinamitas del azar.
Y es que, habiendo renunciado al todo en tanto tal, habiendo aceptado el inmenso reto de la fragmentaci¨®n, que le devuelve a lo inabarcable su condici¨®n de abarcable, que lo transforma pues en re-abarcable, tanto importa hacer imitaciones, dec¨ªa Arist¨®teles, como convertirse ¡°en secretario de lo invisible¡±, seg¨²n afirm¨®, hace apenas un par de d¨¦cadas, el escritor polaco Czeslaw Milosz ¡ªquien tambi¨¦n escribi¨® el siguiente verso: ¡°lo que alguna vez fue grande, ya se volvi¨® peque?o¡±¡ª, igual que tanto importa que el r¨ªo se bifurque tras cismas de proporciones rom¨¢nticas, modernistas o existencialistas, como que se bifurque con iluminaciones min¨²sculas.
Iluminaciones min¨²sculas, no esperaba que estas dos palabras fueran las que me salieran ¡ªtan evidentemente expoliadas de las aguas benjamineanas y de las zweigueanas¡ª para hablar de lo que voy a hablar ahora, pues de rupturas, vanguardias y contracultura, por poner otros ejemplos igual de manoseados y complejos como esto que aqu¨ª manoseo como si fueran algo mucho m¨¢s sencillo, se ha escrito suficiente y me resultan mucho menos estimulantes. Iluminaciones min¨²sculas: una pieza en el centro de la sala de un museo, el apodo de un vecino que trabaja en el gobierno, el instante en que la escritura de una entrada para un diario transforma para siempre a la novela, el momento en que una confesi¨®n trastoca, tambi¨¦n para siempre, a la escritura.
La pieza de museo: hacia la segunda d¨¦cada del siglo XX, en la sala principal del Neues Museum de Berl¨ªn, se exhibe un escarabajo de piedra color ocre, un escarabajo del tama?o de una papaya madura que alguien tall¨® en las riberas del Nilo, tres milenios antes de ese momento, dec¨ªa, en el que, hacia la segunda d¨¦cada del siglo XX, podemos imaginar c¨®mo lo admiran varios espectadores, entre los cuales se encontrar¨ªa un joven de Praga, que no consigue, aunque eso querr¨ªa, separar su mirada de la pieza, del insecto con el que, de golpe, se siente profunda y solidariamente identificado: acaban de cristalizar en un todo el drama del mundo y el dolor del individuo, el asombro y el miedo.
La entrada del diario: luego de haber publicado dos novelas, Virginia Woolf pasa por una ¨¦poca de bloqueo. Le queda s¨®lo su diario, al que se entrega de manera absoluta, dej¨¢ndose llevar por el discurso sin diques de su mente. Estamos, otra vez, en la segunda mitad del siglo XX, en la tarde en que la escritora inglesa cierra los ojos un instante, siente c¨®mo se le acelera la sangre en las venas, se levanta y escribe a Katerine Mansfield: ¡°Acaba de asaltarme, por fin, una idea sobre una forma nueva para hacer una novela. Una novela que sea solo pensamientos y sentimientos, nada de tazas ni de mesas¡±.
El apodo del vecino: Mija¨ªl Bulg¨¢kov tiene un vecino que, seg¨²n ha ido ascendiendo en el partido y la administraci¨®n, se ha ido convirtiendo en otra persona. En tales circunstancias, a mediados, tambi¨¦n, de la segunda d¨¦cada del siglo XX, el autor de El maestro y Margarita escucha que una se?ora se refiere a ese hombre como ¡°el perro¡±. Entonces, ah¨ª, en la escalera, Bulg¨¢kov siente la corriente el¨¦ctrica que engendrar¨ªa al perro callejero que, tras trasplantarle un coraz¨®n humano, se convierte en un bur¨®crata.
La confesi¨®n: estamos, otra vez, en la segunda d¨¦cada del siglo XX, en la casa de Jeanne de Vietinghoff, amiga ¨ªntima de la madre de Marguerite Yourcenar, quien, sentada a la mesa de su anfitriona, escucha, sorprendida y enmudecida, la historia que la mujer le est¨¢ contando. Trata de la confesi¨®n de su marido, quien le ha escrito una carta en la que reconoce su homosexualidad y anuncia su decisi¨®n de abandonarla.
"Un deseo de verdad", eso era lo que Yourcenar dec¨ªa que hab¨ªa impulsado al marido de la amiga de su madre. Y, por eso, "un deseo de verdad" ser¨ªa lo que impulsar¨ªa, primero, al personaje de Alexis o el tratado del in¨²til combate, para impulsar despu¨¦s toda la escritura de Marguerite: no la verdad, sino el deseo de verdad.
¡ª¡±Dios se qued¨® solo. Lo echaba de menos. Sufr¨ªa mucho al pensar que hab¨ªa sido abandonado y so?¨® que ?l hab¨ªa expulsado al hombre del para¨ªso. ¡®Vuelve conmigo. El mundo es horrible y te puede matar', tron¨® desde las nubes tormentosas. ¡®D¨¦jame en paz, conseguir¨¦ apa?¨¢rmelas¡¯, contest¨® el hombre. Y se fue¡±, escribe tambi¨¦n Olga Tokarczuk, en Un lugar llamado Anta?o¡ª.
Entre aquella vieja sentencia que dice "yo hago imitaciones" y los tiempos que vivimos, la literatura, adem¨¢s de convertirse en el mapa hidrogr¨¢fico de nuestro mundo tangible, inund¨® los territorios de lo intangible.
Y los escritores salieron en busca de los territorios de lo inestable, lo mutable, lo inefable y lo invisible, para volverse secretarios, como dijera Czeslaw Milosz.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.