Hasta pronto, Vicente
Todos los que lo conocimos y aquellos cuyas miradas gozaron con sus se?eras portadas y legendarias exposiciones, compartimos, a ra¨ªz de su muerte temprana, una nueva y dolorosa orfandad
Para B¨¢rbara Jacobs. Por todo, con todo.
Hay esquelas imposibles de trazar. Lo mismo sucede con algunos obituarios. Faltan palabras, sobran palabras. No hay palabras. Encuentro imposible el de las letras, los puntos, las comas, los signos de admiraci¨®n. Cuando muere un ser querido, atar ideas no resulta f¨¢cil. Se escribe una palabra, se busca un sin¨®nimo. Se verbaliza un sentir, se busca un abrazo. Se borran dos palabras. Se congelan incontables sentires. Se recurre a comillas, a it¨¢licas, a palabras subrayadas, a expresiones de otros tiempos y a los incontables significados de las palmadas en la espalda. Ante la muerte, decir lo que se desea decir, no siempre es posible. Ante el vac¨ªo f¨ªsico que deja Vicente, hablar del mundo, de nuevo hu¨¦rfano, es imposible. Callar tambi¨¦n lo es. Hablar en presente y aguardar la respuesta, a sabiendas de que nunca llegar¨¢, de quien ha iniciado el camino sin regreso duele como el dolor de la muerte. Vicente Rojo no es, nunca fue, dolor. Incluso en los menesteres m¨¢s elementales era -es- luz, amistad, paz, camino.
Una pausa. Un nuevo intento. Un respiro. La goma borra, el l¨¢piz se atasca, las hojas de papel desbordan el cesto de basura. ?C¨®mo decir lo que se desea expresar cuando el lenguaje no basta? ?C¨®mo decir Vicente sin Vicente? Cejar nunca es bueno. Mejor caer e intentar de nuevo. Los diccionarios siempre guardan expresiones. Recurro a ellos. Cada trazo de Rojo era una palabra. Cada palabra sobre el esposo-padre-abuelo-maestro-amigo era -es- un homenaje a la vida de un ser humano ¨²nico e irrepetible. El adi¨®s sin adi¨®s para quien se ha honrado y admirado por d¨¦cadas es necesario. Acompa?a, mitiga.
Ante la muerte el lenguaje claudica. Ante el deceso las palabras conocidas son insuficientes. Vicente muri¨® cuando despunt¨® la noche. Horas antes contagiaba vida, vidas. Todos los que lo conocimos y aquellos cuyas miradas gozaron con sus se?eras portadas y legendarias exposiciones, compartimos, a ra¨ªz de su muerte temprana, una nueva y dolorosa orfandad, la de Vicente Rojo, la del nunca m¨¢s, la de ayer vivo y con incontables planes y la de hoy sin ¨¦l.
Rojo no ten¨ªa edad. Sus casi nueve d¨¦cadas eran pocos a?os: sus planes futuros -cuadros, series, libros- eran el s¨²mmum de una cotidianidad llena de luz y una vida por venir.
En m¨¢s de una ocasi¨®n, al referirme a Rojo, copiaba unas l¨ªneas de los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot:
¡°La ¨²nica sabidur¨ªa que podemos esperar adquirir es la sabidur¨ªa de la humildad: la humildad es infinita¡±. Rojo sumaba, como nadie, la sabidur¨ªa de quien sabe que sabe y la de la humildad m¨¢s all¨¢ de la humildad: la de quien nunca pronunci¨® la palabra yo, la de quien mira y teje el mundo en silencio, sin la innecesaria obsesi¨®n malsana de trascender. Mi amigo Vicente no utilizaba el pronombre yo. Acostumbrado a trabajar arropado por el silencio de sus ¨ªntimos compa?eros, lienzos, estropajos, cinceles, l¨¢pices y pinceles, hizo de ellos y con ellos una inmensa casa cuyo legado art¨ªstico y legendarias portadas forman parte de nuestras vidas.
Hay obituarios y esquelas imposibles de llenar. La de Vicente es una de ellas. A Vince, como le llamaba B¨¢rbara, su mujer, su vida, su d¨ªa hoy, su d¨ªa ma?ana, se le admiraba y amaba. Entregarse a ¨¦l y rendirse ante su bonhom¨ªa era sencillo. Su luz irradiaba y sus palabras cobijaban.
Querido Vicente: ?por qu¨¦ nos abandonaste?, ?qu¨¦ har¨¢n los tuyos familiares sin ti?, ?qu¨¦ haremos los tuyos amigos sin tus palabras y sonrisas y sin tu desmedida alegr¨ªa por postres, chocolates, helados? Las muertes cuando la enfermedad es mucha, son bienvenidas. Otras, cuando la luz y la vida irradia y pide y abraza apalean. Nadie sabe mi querido Vicente por qu¨¦ nos abandonaste. Todos los tuyos, a partir de tu marcha, padecemos una orfandad irreparable. Rendido a tus pies, como tantos otros, no te digo adi¨®s, te digo hasta pronto.
Arnoldo Kraus es m¨¦dico y escritor. Profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM.
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