Anhelo de asombros
Precisamos extender el contagio de los peque?os asombros que merecen engrandecerse como cuando una adolescente se?ala la inmensa luna sin detenerse a especificar que es la misma de siempre
El ingenuo p¨²blico que asisti¨® por vez primera a la oscura carpa donde los hermanos Lumi¨¦re inauguraban un mundo nuevo con una proyecci¨®n de cinemat¨®grafo se levant¨® de pronto y en tropel, tirando sillas por doquier, al ver que se les ven¨ªa encima una locomotora humeante. Y algo similar sinti¨® Santi cuando se mir¨® por primera vez en un espejo o cuando su hermanito Basti¨¢n gritaba espantado ante la sombra de su propio piecito creyendo que era una ara?a que no lo dejaba en paz. Yo guardo en varias habitaciones ...
El ingenuo p¨²blico que asisti¨® por vez primera a la oscura carpa donde los hermanos Lumi¨¦re inauguraban un mundo nuevo con una proyecci¨®n de cinemat¨®grafo se levant¨® de pronto y en tropel, tirando sillas por doquier, al ver que se les ven¨ªa encima una locomotora humeante. Y algo similar sinti¨® Santi cuando se mir¨® por primera vez en un espejo o cuando su hermanito Basti¨¢n gritaba espantado ante la sombra de su propio piecito creyendo que era una ara?a que no lo dejaba en paz. Yo guardo en varias habitaciones de la memoria la primera alfombra de nieve y las llamas de una fogata, el misterio infinito de la piel de un elefante y tambi¨¦n el primer beso que se volvi¨® interminable por necia insistencia del recuerdo, y he anotado en mis libretas testimonios infalibles de una anciana que me narr¨® que hubo un ayer en que viaj¨® al mar (¡°¡all¨ª donde el agua se mete en las monta?as y lo limita todo¡±) o el dolor de d¨¦cadas de un miliciano envejecido que nunca pudo olvidar la primera bala que le parti¨® la pierna.
Tengo tatuada en la memoria el sill¨®n donde qued¨® colgada la incertidumbre al leer un verso que me convenci¨® con su met¨¢fora y la electricidad que se desprend¨ªa de un vestido de luces obispo y oro sobre la figura de un flaco y p¨¢lido torero que sal¨ªa del hotel rumbo a la Maestranza de Sevilla, y que parec¨ªa virgen de procesi¨®n sin velas. Recuerdo la cara congelada de mi padre cuando se acerc¨® temblando a la inmensa sombra de Joe Louis campe¨®n mundial de los pesos pesados en ¨¦pocas de blanco y negro, ya postrado en una silla de ruedas, y podr¨ªa hilar de corrido la cantidad de autores admirados y escritoras rele¨ªdas que han iluminado el breve instante de su paso con una confirmaci¨®n invaluable de esto que llamamos asombro.
Sea en tinta o en pantalla, en persona o pensamiento, parecer¨ªa que vivimos una elongada ¨¦poca de anhelo de asombro. Pocas veces vuelve el azoro expectante en las salas de los cines o en la sobremesa donde un vecino cuenta detalladamente otro crimen que se suma al horror de todos los d¨ªas. Si acaso, habr¨¢ quien argumente que las nuevas im¨¢genes ins¨®litas e inventadas de la inteligencia artificial son el reducto de los nuevos asombros, pero insisto en la contemplaci¨®n de legiones enteras de paseantes que ya ni voltean a mirar el sismo andante de una belleza al azar o el caballero andante que insiste en vestirse decimon¨®nico con un clavel en cada mano.
Imp¨¢vidos ante genocidios en la otrora Tierra Santa o ingr¨¢vidos ante las guerras que van cumpliendo meses conforme suman cad¨¢veres, ya quedan pocos ni?os que detienen una cantaleta ante la milagrosa aparici¨®n de un resplandor amarillo en medio de sus chismes. Acostumbrados a lo ins¨®lito, millones de televidentes o apantallados imantados a sus tel¨¦fonos parecen ignorar los colores m¨¢gicos de un p¨¢jaro instant¨¢neo, el ritmo de las lluvias o esa bella neblina que sale de una taza de caf¨¦ al filo de la madrugada y su niebla.
Anhelo el asombro de un arrepentimiento que me venga a explicar la raz¨®n o sinraz¨®n de los da?os causados y anhelo la sorpresa que causar¨ªa una postergada correcci¨®n o enmienda, la revelaci¨®n de una mentira largo tiempo confirmada o la promesa ins¨®lita de un milagro posible.
Argumento que precisamos extender el contagio de los peque?os asombros que merecen engrandecerse como cuando una adolescente se?ala en voz alta la inmensa Luna perfecta sin detenerse a especificar que es la misma esfera de siempre o el prodigioso tartamudeo de un ni?o que suelta un globo rojo a la mitad de la calle como si fuera su propio abuelo catat¨®nico ante un fugaz truco de naipes. Anhelo el asombro de volver a ver a mis muertos en persona, tanto como la adrenalina de mirar aunque sea de lejos la cara amada en otra vida, los juguetes arrumbados y los libros empolvados que no han vuelto a editar. Anhelo el asombro de quien no quien a¨²n no ha viajado en tren y la lectora que hoy mismo ha de conocer en tinta al tal Fabrizio del Dongo. Anhelo el asombro ante la sexta sinfon¨ªa de Beethoven cuando se convierte en chubasco a la mitad de un campo imaginado o el instante apenas revelado en que se mueve un mil¨ªmetro el perro adormilado que pint¨® Vel¨¢zquez en una esquina del cuadro que llaman Las meninas.
Asombro sudoroso como espuma de cerveza de los fieles que fueron testigos en una caverna como s¨®tano de Liverpool del torbellino electrizante de cuatro jovencitos que le cambiaron el peinado y el pensamiento al planeta.
Anhelo de asombro como callada declaraci¨®n de todo imposible: volver a compartir almohada con Ella, andar hasta que se meta el Sol de la mano de mi padre, la cara de ni?a que tiene mi hermana ahora convertida en abuela, las dudas y ocurrencias de alguna demencia entra?able¡ y anhelo de asombro de que el pr¨®ximo lunes ¨Dpor fijar una fecha an¨®nima¨D se declare en todo planeta un cese al fuego inapelable, que no se pueda disparar ni una sola arma en el mundo o una sola pistola de simulacro o juguete en obras de teatro universales o en locaciones cinematogr¨¢ficas; que se paralicen entre las nubes todos los misiles en sus par¨¢bolas y que se detengan los obuses y granadas con la punta de sus narices en los lodos o prados o arenas donde se inmovilizar¨¢n todos los tanques y se derretir¨¢n todas las trompas de artiller¨ªa, mojada la p¨®lvora del planeta entero¡ tan solo por el siglo instant¨¢neo que nos dure el incre¨ªble milagro de digerir en comunidad universal el asombroso recuerdo de un asombro anhelado, como cuando ve¨ªamos millones de estrellas en cielos sin tanta pinche luz y se escuchaba en las noches ese ruido llamado silencio. Como quien cierra los ojos.
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