Esp¨ªritu del estante
El esp¨ªritu del estante estriba en la tertulia improvisada con la lectora que pasea las yemas de sus dedos por los lomos de libros que ya ley¨®
El esp¨ªritu del estante no est¨¢ en el pretencioso TikTok del librero convertido en influencer o en el desprop¨®sito de anteponer a la conversaci¨®n la intimidante insistencia de la venta obligatoria; el esp¨ªritu del estante no est¨¢ en la simulada erudici¨®n del buen rollito o del sesgo que excluye o censura t¨ªtulos y autores con solo fardar preferencias. El esp¨ªritu o ¨¢nimo de los estantes no est¨¢ en el forzado c¨®nclave de adeptos o trepadores que no compran libros porque quiz¨¢ no necesitan ni leerlos, ni en el desprop¨®sito de los grandes almacenes donde el que atiende el mostrador no tiene idea de qui¨¦n fue Franz Kafka o que el t¨ªtulo El invierno en Lisboa no corresponde a una gu¨ªa tur¨ªstica para fiestas decembrinas en Portugal.
El esp¨ªritu del estante estriba en la tertulia improvisada con la lectora que pasea las yemas de sus dedos por los lomos de libros que ya ley¨® y aprovecha el olor entra?able de los libreros para compartir su memoria en p¨¢rrafos, y est¨¢ tambi¨¦n anidado en el lector voraz que entra un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n para ir leyendo con religiosa devoci¨®n las obras completas de autores traducidos con el alma: su alma. El esp¨ªritu del estante huele a madera de barco antiguo y a la brea de las encuadernaciones que mantienen una cercana amabilidad a la vista y el tacto del desconocido par de retinas que ha de completar el milagro de su literatura; es un esp¨ªritu que se transpira en la secci¨®n de relatos breves o cuentos cortos con la electricidad intacta de un descubrimiento y el solaz de volver al puerto sereno de la infancia al filo de un sue?o intranquilo.
El esp¨ªritu del estante alinea como soldaditos de plomo a todas las novelas que se forman en alfab¨¦tica espera de abrir sus velas como pa?uelos que despiden a un amor entre la neblina de un and¨¦n o como las caras sin rostro de miles de personas que gritan al ver zarpar un barco trasatl¨¢ntico que ha de enfrentarse al filo asesino de un iceberg en la p¨¢gina 107. Hablo de las tipograf¨ªas en facs¨ªmiles y en los dise?os modernos con computadora o tableta policromada que representan un viejo t¨ªtulo como si lo acabase de firmar Rosal¨ªa en tecnocumbia o esa balada al piano de Sen Senra que parece una novela por entregas que han reeditado en un formato pl¨¢stico de tapas ocres.
El esp¨ªritu del estante es un instante. El momento callado en que con solo compartir un leve comentario de un libro al azar se evapora la imagen intacta de una mujer que camina con el pelo suelto para recrear una noche entera en sus cabellos. El esp¨ªritu es el instante en que una ni?a abandona el refugio de su carriola para dar s¨®lidos pasitos hacia la primera p¨¢gina de Caperucita Roja y al final decide llevarse Ricitos de Oro, ante el asombro de los adultos que interrumpen un p¨¢rrafo largo de cr¨®nica ancestral para aplaudir en silencio la sonrisa ancha y ya longeva de una lectora que apenas empieza su andar por el sendero de ladrillos amarillos donde toda la m¨²sica del mundo se alinea y condensa en el inmenso bosque inmarcesible de los estantes de madera vieja que se yerguen solemnes en la oscuridad, cuando cierra sus rejas la librer¨ªa m¨¢s vieja de Madrid, que apenas ha cumplido su primer a?o de vida en el marasmo mareante de todas las s¨ªlabas y secciones, todas las letras y letrados, todos los lomos y laderas de un paisaje en prensa para que la mirada confundida se concentre en la contemplaci¨®n de dos lectores al filo de un estante semipoblado por ejemplares multicolores.
Una es una mujer que en realidad no existe, cuyas gafas fueron graduadas a principios del siglo pasado en una ¨®ptica de Praga mucho antes de que sus ojos contemplasen la gran guerra que habr¨ªa de sembrar de fantasmas a la Europa entera y el Otro, es nada menos que un autor que permanece an¨®nimo, aunque deambula al filo de ser editado y le¨ªdo por miles y miles de nuevas generaciones que han de congelar su corbata morada y su blazer azul cielo en el escaparate de la inmortalidad. Ambos se han acodado al filo del estante con el esp¨ªritu compartido de leerse en intimidad y releer la secreta historia que los une, la que empieza con una mirada en la p¨¢gina 7 y se prolonga hasta el cap¨ªtulo XXXII con lentas descripciones de sus facciones ahora invisibles. Se miran¡ se leen para mirarse y juegan a la ¨®ptica calidosc¨®pica de los labios que se re¨²nen para separarse en risas y hablan todo el tiempo posible de sus p¨¢ginas e intercambian p¨¢rrafos de los vol¨²menes que cada uno de ellos lleva en las manos. Son personajes impalpables de novela y cuento largo, nouvelle y poema que ma?ana mismo han de ser digeridos por una intacta lectura que estrena inadvertidamente el pr¨®ximo lector o la pr¨®xima musa que se ve reflejada en casi todas las tintas¡ para que el milagro que llamamos LEER abone y fertilice mucho m¨¢s all¨¢ de la contabilidad, las finanzas y las estad¨ªsticas el verdadero esp¨ªritu del estante.
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