La centralidad social y pol¨ªtica del trabajo
Si transferimos riesgos econ¨®micos y ambientales estos no desaparecen sino que rebotan aumentados
Hace unos meses EL PA?S public¨® un interesante dossier, El futuro del trabajo, que hoy quiz¨¢s cabr¨ªa repensar y reeditar, al calor de las ense?anzas que nos deja la crisis de la covid-19. Entre estas lecciones destaca la necesidad de entender que no todos los da?os que estamos sufriendo pueden imputarse al coronavirus. La covid-19 ha actuado de detonante y de acelerador de una crisis que tiene causas m¨¢s profundas, derivadas de un modelo socioecon¨®mico que hace tiempo nos env¨ªa mensajes de insostenibilidad. Pongo dos ejemplos: en el ¨¢mbito global, las consecuencias de la agresi¨®n al medio ambiente y de la intrusi¨®n humana en el h¨¢bitat natural de otros animales; en el ¨¢mbito local, la precariedad estructural de las residencias de ancianos.
Una de estas causas profundas es la cultura dominante de la externalizaci¨®n de riesgos, de unas clases sociales a otras, de hombres a mujeres, de empresas centrales a perif¨¦ricas, de nacionales a inmigrantes, de unos pa¨ªses a otros, entre generaciones y de todos hacia el medio ambiente. La externalizaci¨®n de riesgos constituye el paradigma hegem¨®nico de nuestras sociedades y produce el espejismo de hacernos creer que con esta estrategia los riesgos desaparecen. Sin embargo, la covid-19 nos confirma que si transferimos riesgos econ¨®micos, sociales y ambientales a otros, estos no solo no desaparecen sino que, en muchas ocasiones, nos rebotan aumentados como un bumer¨¢n. La reducci¨®n de los presupuestos sanitarios es el mejor ejemplo.
Este modelo socioecon¨®mico insostenible se plasma tambi¨¦n en la p¨¦rdida de centralidad social y pol¨ªtica del trabajo, que es, no lo olvidemos, el ox¨ªgeno que genera la energ¨ªa vital de nuestras sociedades. Hace escasamente unas semanas el ¡°fin del trabajo¡± -por utilizar una imagen manida-o la robotizaci¨®n centraban muchos an¨¢lisis y discursos, con bastante papanatismo por cierto. El trabajo y los conflictos que le son propios han perdido centralidad en la ideolog¨ªa y los proyectos de la mayor¨ªa de partidos ¡ªde babor y estribor¡ª en beneficio de otras categor¨ªas y conflictos vinculados a las identidades.
De golpe, la pandemia nos descubre un mundo distinto. Nos topamos con una realidad en la que destaca el valor del trabajo que llevan a cabo colectivos que hasta esta cat¨¢strofe han sido ninguneados y maltratados. Y deja al descubierto que el precio que se paga por estos trabajos no corresponde a su valor social.
Entre los aplausos al personal de centros sanitarios nos llega la sentencia del Tribunal de Justicia de la UE que confirma el abuso estructural de la contrataci¨®n temporal en la sanidad, la pol¨ªtica utilizada para reducir costes a expensas de precarizar las condiciones de trabajo. Y entre noticias sobre investigaciones punteras mundiales se cuela alg¨²n recordatorio de que muchos de los que dirigen estas investigaciones llevan d¨¦cadas de precariedad contractual.
Quienes m¨¢s sufren esa disonancia son las personas que ocupan trabajos de menor consideraci¨®n social. Es el caso de las trabajadoras de la limpieza, que ahora descubrimos como esenciales para la salud p¨²blica, pero que lo son siempre, no ¨²nicamente en situaciones de huelga o de pandemia. O de quienes se dedican a la agricultura, sometidos a precios que no les permiten vivir de su trabajo; a la log¨ªstica, organizada a costa del aut¨®nomo autoexplotador de s¨ª mismo ¡ªejemplo m¨¢ximo de externalizaci¨®n¡ª, o al comercio y la distribuci¨®n alimentaria. No es solo el trabajo productivo el que nos recuerda su centralidad social; el despertar m¨¢s abrupto lo hemos tenido en relaci¨®n con los trabajos de cuidados: limpieza e intendencia dom¨¦stica, cuidados de criaturas o personas dependientes. De pronto descubrimos que eso de trabajar y cuidar al mismo tiempo es una tarea de alto riesgo y que nuestra sociedad no est¨¢ preparada para hacer compatible empleo y cuidados v¨¦ase el teletrabajo con los cr¨ªos en casa-y que quienes lo intentan, mayoritariamente mujeres, pueden dejarse la vida en ello.
Es tal el farise¨ªsmo existente que la CEOE ha denunciado el decreto ley 8/2020 que, de manera modesta, reconoce algunos derechos de conciliaci¨®n, por considerar que pone en peligro a las empresas. Tremendo, aunque no es de extra?ar en una sociedad en la que la competitividad se ha convertido en un nuevo Dios. En un pa¨ªs en el que su Tribunal Constitucional ha sentenciado que se pod¨ªa despedir a una persona enferma en nombre de la productividad de las empresas.
La pandemia nos descubre que los valores que ahora, en medio del impacto emocional, destacamos como vitales no son los que infunden y gobiernan nuestra sociedad. Nos revela que los trabajos de los sanitarios, de servicios sociales, de atenci¨®n a las personas, de los ¡°basurillas¡± de la limpieza viaria, de suministros de alimentos y muchos m¨¢s que tanto aplaudimos son trabajos penalizados en salarios y condiciones de trabajo.
Y ha hecho evidente que los trabajos de cuidados ni tan siquiera son considerados como trabajo y que los discursos sobre conciliaci¨®n son ret¨®ricos y se quedan a las puertas de las empresas, vigiladas por los guardianes de la competitividad y la productividad.
El futuro, que ya es presente, es un tiempo de riesgos globales para los que nuestras sociedades no tienen respuestas. Para minimizar sus consecuencias deberemos tomar buena nota de las ense?anzas que esta pandemia nos deja y trabajar para cambiar el orden de nuestros valores, del modelo socioecon¨®mico y las pol¨ªticas que los sustentan. Necesitamos poner en primer lugar la defensa de los bienes comunes, al tiempo que situamos con fuerza la centralidad social del trabajo, de los trabajos.
Que nadie espere que ese cambio de paradigma nos vaya a caer del cielo. El anunciado Pacto Social de Reconstrucci¨®n es una oportunidad para conseguir que este estado emocional, mayoritario hoy en la sociedad, no se diluya y podamos canalizarlo hacia un modelo socioecon¨®mico m¨¢s sostenible y en pol¨ªticas que lo concreten. Antes de que se nos olviden las ense?anzas de la covid-19.
Joan Coscubiela es director de la Escuela del Trabajo de CC OO.
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