¡®Biggest data¡¯
La pandemia ha elevado el riesgo de que la democracia liberal mute en un orden tecnol¨®gico de vigilancia y control que monitorice nuestra movilidad y nuestra salud al servicio de un ciberleviat¨¢n privatizado
Uno de los retos m¨¢s importantes que habr¨¢ que afrontar despu¨¦s de la pandemia ser¨¢ c¨®mo gestionar el cibermundo y evitar la aparici¨®n irresistible de un leviat¨¢n tecnol¨®gico. Algo sobre lo que no reparamos debido a la emergencia de la crisis sanitaria que vivimos y que ha dado pie a situaciones excepcionales, tambi¨¦n en el ¨¢mbito digital. Situaciones que si se normalizan pueden da?ar la estructura de derechos que disfrutamos.
Una de las evidencias m¨¢s palpables de nuestro presente es que el Estado ha demostrado que es un soberano anal¨®gico. Ha paralizado la realidad mediante el monopolio leg¨ªtimo de la violencia. Incluso, ha confinado un pa¨ªs y ralentizado la actividad empresarial sin romper la paz social. Una acci¨®n que, por otra parte, nadie discute que fuese necesaria si quer¨ªamos neutralizar la propagaci¨®n de los contagios y evitar el colapso del sistema sanitario por culpa de la covid-19. Sin embargo, la excepcionalidad de la situaci¨®n puede acarrear costes adicionales muy graves para la viabilidad futura de la democracia liberal. Al menos si no introducimos una supervisi¨®n legal y garantista sobre el reforzamiento que experimenta nuestra dependencia cotidiana de la tecnolog¨ªa. Algo que hegemonizan las grandes corporaciones que controlan la econom¨ªa de plataformas. De hecho, vivimos atrapados por un solipsismo online que modifica, incluso, la experiencia cotidiana de nosotros mismos. La covid-19 ha hecho que el cibermundo se intensifique vertiginosamente hasta convertirse en la infraestructura de nuestra sociedad.
Las libertades anal¨®gicas se han transformado con el confinamiento en experiencias digitales. Lo mismo que una parte sustancial de nuestra identidad. Trabajamos, nos entretenemos y comunicamos online. Generamos una huella digital que se engrosa constantemente y que es tan d¨²ctil que casi replica qui¨¦nes somos y qu¨¦ pensamos. Este flujo extraordinario de datos provocado por la pandemia est¨¢ creando las condiciones de un Biggest Data. No solo porque provocamos con nuestras interacciones digitales un megatsunami de datos con un valor de agregaci¨®n incalculable. Sino porque atribuimos nuevas capacidades de vigilancia y seguimiento de nuestra identidad en un contexto de necesidad en el que, adem¨¢s, desnudamos nuestra privacidad y desguarnecemos nuestra intimidad, confiriendo a partir de ello un poder extraordinario a quienes registran y gestionan nuestros datos.
Enfilamos una era gobernada por algoritmos que controlan las grandes corporaciones tecnol¨®gicas mientras su cuenta de resultados crece como la espuma. Resulta sorprendente que mientras el Estado demuestra su poder anal¨®gico con la primac¨ªa de una ley que detiene la realidad, estas grandes corporaciones hegemonizan un cibermundo que se acelera a impulsos de una macrogeneraci¨®n de datos que reemplaza la experiencia corp¨®rea del ser humano por otra que se desmaterializa en contacto con las pantallas.
Bajo la excepcionalidad de la covid-19 se impone una gobernanza algor¨ªtmica que establece una identidad digital sin ciudadan¨ªa ni derechos online. Una identidad que nos anula como personas y nos define como trabajadores digitales, consumidores de contenidos y usuarios de aplicaciones. Algunas de ellas, por cierto, de rastreo de infectados y que, como sucede con las promovidas por el consorcio europeo PEPP-PT, podr¨¢n neutralizar la propagaci¨®n o rebrote del coronavirus mediante la agrupaci¨®n de interacciones de afinidad social cuyo almacenamiento y centralizaci¨®n ofrecen capacidades de monitorizaci¨®n que trascienden la funcionalidad epidemiol¨®gica primaria. De hecho, podr¨ªan controlar nuestros movimientos 24 horas al d¨ªa y 365 d¨ªas al a?o y, de paso, identificar qui¨¦nes nos acompa?aban y qu¨¦ v¨ªnculos existen entre nosotros si no se garantiza, como se?ala el comisario Thierry Breton, su anonimizaci¨®n, voluntariedad, descentralizaci¨®n, temporalidad, seguridad y transparencia.
Las consecuencias de fomentar bajo este contexto de excepcionalidad un Biggest Data son inquietantes. La primera es que, sin control democr¨¢tico sobre este empoderamiento tecnol¨®gico, corremos el riesgo de que nuestra democracia liberal mute hacia una dictadura tecnol¨®gica en manos de alguien inclinado a ello. De basarnos en una libertad cooperativa, podr¨ªamos ver instaurado un orden tecnol¨®gico de vigilancia y control que monitorice nuestra movilidad y nuestra salud al servicio de un ciberleviat¨¢n privatizado. Un escenario dist¨®pico que solo podremos impedir con derechos y garant¨ªas digitales que nos protejan en nuestra privacidad. Urge, por tanto, un cat¨¢logo de derechos y garant¨ªas que atribuyan una ciudadan¨ªa digital sobre la que fundar una verdadera ciberdemocracia.
Relacionado con ello es la segunda consecuencia, ya que tiene que ver con el crecimiento de la desigualdad. No solo por el empobrecimiento generalizado que provocar¨¢ la recesi¨®n econ¨®mica si no es mutualizada entre todos, sino porque puede verse multiplicada con los efectos agregados que producir¨¢n nuestros datos y que monopolizan plataformas que monetizan sin contrapartidas solidarias. Para evitar esta desigualdad hay que abordar una regulaci¨®n sobre algoritmos e inteligencia artificial que ponga estas herramientas al servicio de los seres humanos al fijar directrices ¨¦ticas fiables. Para conseguirlo hay que reivindicar valores human¨ªsticos, as¨ª como pol¨ªticas p¨²blicas centradas en lo humano. La pandemia de la covid-19 no puede empobrecer a muchos, ni propiciar a lomos de sus necesidades el beneficio desmesurado de unos pocos.
Finalmente, es imprescindible concienciarnos de que se ha activado un virus neorreaccionario que circula por las redes y que mina la confianza en los Gobiernos democr¨¢ticos. Hablamos de un vector autoritario que trolea una din¨¢mica de desinformaci¨®n que debilita a¨²n m¨¢s nuestra libertad. No me cabe la menor duda de que la democracia liberal vencer¨¢ la pandemia del coronavirus covid-19, pero tendr¨¢ que convencer de que lo hizo lo mejor que pudo y por el bien de todos. Aqu¨ª nos jugamos mucho, ya que el cibermundo no puede alojar la mentira como estructura de propaganda cotidiana. De lo contrario, como se?ala Martha C. Nussbaum, el miedo y la ira sumar¨¢n esfuerzos y se organizar¨¢n para hacernos pagar como sociedad la propagaci¨®n de un autoritarismo pol¨ªtico que buscar¨¢ culpables. Una posibilidad que est¨¢ ah¨ª, acumulando negatividad y rencor todos los d¨ªas a trav¨¦s de las redes sociales y de un ciberpopulismo que expande su toxicidad conspirativa.
El balance que el siglo XXI nos ofrece hasta el momento es de un siglo antiliberal. Uno tras otro, los golpes han impactado sobre la credibilidad de la democracia. El 11-S nos arrebat¨® la seguridad y puso en marcha los populismos. La crisis de 2008 nos priv¨® de la prosperidad y nos ech¨® en brazos de los populistas. Y ahora la pandemia nos desprovee de la salud y nos arroja a los pies de un ciberleviat¨¢n que est¨¢ en proceso de consumar un proyecto autoritario de vigilancia, control y desigualdad. Pensar cr¨ªticamente el futuro comienza a ser tan urgente como combatir la pandemia.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es director del Foro de Humanismo Tecnol¨®gico de ESADE.
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