La nueva inmunidad
El sentido que la sociedad d¨¦ al sacrificio que est¨¢ realizando ser¨¢ decisivo para nuestro futuro. Lo que est¨¢ revelando la pandemia es la funesta constataci¨®n de que hay vidas que importan menos que otras

?Extraer¨¢ la nueva normalidad la lecci¨®n de anteponer lo profil¨¢ctico sobre lo productivo? Peter Sloterdijk comentaba en este diario que la ¡°inmunidad¡± iba a ser el gran t¨®pico filos¨®fico y pol¨ªtico tras la pandemia. Una oportunidad hist¨®rica: la vieja idea de humanidad, proclamada abstractamente en el XVIII, estar¨ªa encontrando bajo dos experiencias recientes una autoconciencia concreta. Si la crisis clim¨¢tica habr¨ªa revelado nuestro ecosistema com¨²n, ?no estar¨ªa el inesperado shock de la covid-19 mostrando la profunda interdependencia inmunitaria de nuestro cuerpo global?
Aunque nuestra situaci¨®n contempor¨¢nea nos haya vuelto esc¨¦pticos respecto a emprender procesos formativos colectivos ¡ª?no ha quedado bloqueada nuestra capacidad de aprender de la tradici¨®n?¡ª una idea se impone: solo en el violento desgarro de la trama de nuestras continuidades cabr¨ªa aprender algo. Tambi¨¦n hay contraejemplos. De Naomi Klein aprendimos, relacionando psicolog¨ªa individual y pol¨ªtica econ¨®mica, que los shocks son tambi¨¦n terreno f¨¦rtil para la ¡°destrucci¨®n creativa¡±.
Estos d¨ªas, el mundo ya no parece tan desgarrado entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no acaba por nacer; ese escenario de transici¨®n ha quedado interrumpido como en una pausa: ?qu¨¦ vamos a ser? La costra de ese ¡°realismo capitalista¡± que bloqueaba toda tensi¨®n de futuro insistiendo en la imposibilidad de alternativas a esta movilizaci¨®n econ¨®mica incesante ¡ªla otra cara del eterno retorno del mercado¡ª se reblandece mostrando un escenario oscilante entre una curiosidad expectante y un angustioso miedo al futuro.
Es cierto que estamos percibiendo los fr¨¢giles v¨ªnculos que nos ligan al sistema-mundo. Sin embargo, la pregunta es si todas estas vivencias de vulnerabilidad, sobre todo las desprotegidas estatalmente, pueden compararse a las experiencias de aprendizaje colectivo que tuvieron lugar en el siglo pasado. ?Podr¨ªamos cifrar nuestras esperanzas hoy, por ejemplo, como en la posguerra, en un ¡°nuevo esp¨ªritu¡± que sirviera para una reconstrucci¨®n social postraum¨¢tica? Ciertamente, el descr¨¦dito del modelo keynesiano desde los sesenta y el contraataque neoliberal que ha dominado con pu?o de hierro nuestras sociedades desde entonces no permiten un f¨¢cil remake. Resulta tambi¨¦n discutible pol¨ªticamente dar una respuesta personal existencialista a la pregunta por el sentido de esta nueva peste. C¨®modamente instalados en el confinamiento, parece fr¨ªvolo apelar a cierto romanticismo del aislamiento cuando existe una tragedia material en curso, sobre todo para los m¨¢s vulnerables. ?Qui¨¦n puede aprender algo cuando sus condiciones materiales de existencia ya quedaron considerablemente reducidas por pol¨ªticas austericidas en la sanidad p¨²blica? Cuanto peor, peor, hasta para aprender algo con vistas al futuro.
Sin embargo, no resulta ocioso comparar nuestra experiencia con la del esp¨ªritu del 45. La historiadora Selina Todd ha definido este momento decisivo de la construcci¨®n del Estado de bienestar como resultado de una ¡°guerra del pueblo¡±. En 1945, al volver de la experiencia del frente, la clase trabajadora brit¨¢nica exigi¨®, a cambio de sus sacrificios, un nuevo derecho al porvenir. La autoestima que hab¨ªa permitido vencer al enemigo se troc¨® en disconformidad con la desigualdad jer¨¢rquica existente, una dignidad en igualdad de oportunidades. El sacrificio en la ¡°guerra del pueblo¡± oblig¨® a abandonar la jerga de la lucha por la existencia por un ¡°programa para la paz¡±. No es casualidad que el Informe Beveridge expresara la potencia del cambio hist¨®rico en el manifiesto laborista de 1945 con el t¨ªtulo: Afrontemos el futuro: a la victoria en la guerra debe seguir una pr¨®spera paz.
Reparemos en el significado de este lema. No era el momento de reclamar a las ¨¦lites dominantes una mera ¡°compensaci¨®n¡± por los sacrificios realizados; no se trataba de justificar que esta generosidad era merecedora de concesiones ¡°desde arriba¡± o ensalzar simplemente la bandera nacional. No, la terrible lecci¨®n b¨¦lica ense?aba que la dignidad depend¨ªa de derechos materiales para todos. Que esta fraternidad recobrara un nuevo significado ya no para tiempos de guerra sino de paz implicaba un giro copernicano: la nueva sociedad deb¨ªa ser algo m¨¢s, mucho m¨¢s, que devolver a cada uno exactamente lo que se merec¨ªa por su trabajo. El esp¨ªritu del 45 no trocaba sacrificio por hero¨ªsmo, sino por dignidad efectiva. No deber¨ªamos olvidar esto a la hora de discutir hoy, libres de nostalgias fordistas, el sentido de una renta b¨¢sica universal.
Esta analog¨ªa entre nuestra ¡°guerra contra la pandemia¡± y esa ¡°guerra del pueblo¡± tiene l¨ªmites. Entre ellos, que esa gran experiencia de autoestima colectiva poco tiene que ver con nuestro aislamiento tecnol¨®gico. Sin embargo, da que pensar acerca de nuestras ¨¦picas cotidianas: la que aplaude diariamente el enfrentamiento de la vida contra la muerte en las trincheras de la sanidad p¨²blica y la que se centra en la bandera y el luto. Ambas son leg¨ªtimas, pero en la ¨²ltima no pocas veces se tiende a sublimar heroicamente el drama por arriba para descuidar el de abajo. ?Todo este sacrificio para qu¨¦? ?Para que ciertos pol¨ªticos se muestren imp¨²dicamente como pasionarias ?
El sentido que demos a este sacrificio ser¨¢ decisivo para nuestro futuro. Si algo define a la tradici¨®n emancipatoria, que se remonta a la rebeli¨®n prometeica contra los dioses, es que hay trampa en trocar dolor por sentido. El dolor por s¨ª mismo no genera dignidad; el dolor, a lo sumo, solo puede servir como acicate para combatirlo y reducirlo, para prevenirlo y protegerse de ¨¦l en la medida de lo posible. ?No implica, por ejemplo, una autoflagelaci¨®n rayana en lo religioso la idea de que la pandemia es una ¡°revancha de la naturaleza¡±? ?No es justo lo contrario: la consciencia global de nuestra dependencia por la posibilidad de un mundo interconectado t¨¦cnicamente? Ojal¨¢ la vuelta a esta nueva ¡°esencialidad¡± no sea un simple reconocimiento de nuestra vulnerabilidad, sino de nuestro sentido de la justicia y de nuestro intervencionismo en lo que es cruda necesidad. Lo que est¨¢ revelando la pandemia no es tanto la coinmunidad del mundo globalizado como la funesta constataci¨®n de que hay vidas que importan menos que otras.
Quiz¨¢ esta sea tambi¨¦n la diferencia entre el aplauso en nuestros balcones a una sanidad p¨²blica ¡°dejada morir¡± por pol¨ªticas privatizadoras y una necesidad de duelo que se centra en intercambiar dolor por sentido. Si el esp¨ªritu del 45 cuestion¨® que las ¨¦lites dominantes se limitaran a exaltar el ¡°sangre, sudor y l¨¢grimas¡± para esconder su particularismo, ?no estamos hoy en condiciones de repetir ese ambicioso gesto a la altura de los nuevos desaf¨ªos?. ¡°?Ay del pueblo que no tiene h¨¦roes!¡±. ¡°No, ?ay del pueblo que necesita h¨¦roes!¡±, replicaba el Galileo de Brecht. No en vano era un cient¨ªfico.
Germ¨¢n Cano es profesor de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea de la Universidad de Alcal¨¢ de Henares.
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