Sobre c¨®mo afrontar la crisis constituyente
El desaf¨ªo al que nos enfrentamos tiene caracter¨ªsticas inquietantes: no se refiere a la nueva normalidad sino a la necesidad de instaurar un nuevo modelo de convivencia que garantice la solidez de la democracia
La semana pasada Juan Carlos Campo, ministro de Justicia, dijo en el Parlamento que nos encontramos ante una crisis constituyente. Es efectivamente lo que sucede, aunque no solo en nuestro pa¨ªs, y se debe sobre todo al estupor y el miedo que provoca la globalizaci¨®n, sentimientos magnificados ahora por la pandemia.
Campo dijo constituyente y no constitucional. No creo que se equivocara aunque luego alguien de su departamento hizo p¨²blica una necia rectificaci¨®n. Es constituyente y es global porque enfrenta las dificultades del sistema representativo para hacer frente a la actual perturbaci¨®n del orden emanado de la II Gran Guerra. Comentaristas de la derecha ponen el grito en el cielo relacionando su discurso con la mascarada del independentismo catal¨¢n. Pero el desaf¨ªo al que nos enfrentamos tiene caracter¨ªsticas todav¨ªa m¨¢s inquietantes: se refiere a la necesidad de instaurar un nuevo modelo de convivencia que garantice la solidez de la democracia. No es la est¨²pida nueva normalidad, sino el mundo del inmediato futuro lo que hay que construir.
La destrucci¨®n del orden representativo tiene que ver con el desplazamiento de los centros de poder y el agotamiento de las estructuras pol¨ªticas y medi¨¢ticas que vertebraban la toma de decisiones. Los tumultos contra la brutalidad policial que ahora sacuden la conciencia norteamericana responden a una pulsi¨®n id¨¦ntica a la de los movimientos tipo Occupy Wall Street, 15-M, primavera ¨¢rabe o incluso Me Too. Es la protesta frente a un sistema que se percibe injusto tanto para el inter¨¦s colectivo como para las expectativas individuales, y en la que el espacio de lo social irrumpe y alborota el propio espacio pol¨ªtico. Hab¨ªamos vivido algo parecido en Mayo del 68, pero entonces no hab¨ªa Internet ni redes sociales como las de ahora; persist¨ªa el tel¨®n de acero; no se hab¨ªa consumado el proceso descolonizador y apenas comenzaba la globalizaci¨®n de la econom¨ªa financiera. Por si fueran pocas estas diferencias, la poblaci¨®n mundial era menos de la mitad de lo que es hoy.
En situaci¨®n como la actual un Gobierno verdaderamente progresista deber¨ªa propiciar m¨¢s el debate intelectual que los esl¨®ganes y pasquines a que nos tiene acostumbrados. A Pablo Iglesias hay que reconocerle que ha teorizado en numerosas ocasiones sobre estos temas. Siempre me ha parecido que, aunque su diagn¨®stico es relativamente acertado, sus propuestas de soluci¨®n resultan err¨®neas. Encaramado al populismo y acosado por contradicciones personales, temo que est¨¦ echando a perder su vocaci¨®n intelectual sin que logre en cambio asaltar los cielos. Podemos tiene en cualquier caso un proyecto para Espa?a, que ya se ensay¨® en Venezuela y Bolivia con los lamentables resultados que conocemos. El problema es que el Partido Socialista Obrero Espa?ol no tiene proyecto alguno, o por mejor decir tiene una variedad de ellos, siempre que el que se aplique garantice el poder a su actual l¨ªder. Algunos ven en esto una dificultad, pero la experiencia demuestra que puede convertirse en una coyuntura favorable para el pacto.
Como respuesta a la crisis constituyente en el imaginario de Podemos se inscribe la clausura del r¨¦gimen de 1978 y la apertura de un proceso del mismo g¨¦nero que acabe con la Monarqu¨ªa. Estudioso de Negri y Hardt, profetas del libertarismo global, Iglesias no cree en la autonom¨ªa de la pol¨ªtica respecto a lo social y posiblemente piensa que ocupar el poder constituyente equivale al triunfo de la revoluci¨®n misma. Con un programa as¨ª es dif¨ªcil mantener la coherencia en un equipo de gobierno desnortado por la incidencia sanitaria, contra la que ha luchado manteniendo al frente a un se?or bastante bobo. La ciencia epidemiol¨®gica, si existe tal cosa, no saldr¨¢ bien parada de esas comparecencias en las que los pol¨ªticos se escudan en los expertos y los expertos en los pol¨ªticos. Pero la obligaci¨®n de los que mandan, adem¨¢s de salvar vidas como dicen, es liderar la reconstrucci¨®n o, por mejor decir, construir el nuevo orden. El econ¨®mico desde luego; el moral y pol¨ªtico tambi¨¦n. Nada de eso se puede ni se debe hacer con el apoyo de solo una mitad del arco parlamentario, ni tampoco desde el cortoplacismo de quienes est¨¢n dispuestos a pagar cualquier precio para derribar al Gobierno o para mantenerse en ¨¦l. La crisis constituyente no es fruto del coronavirus sino del desprestigio de las instituciones y de quienes las encarnan. Es una tonter¨ªa decir que ahora no es el momento de afrontarla. ?Cu¨¢ndo entonces? Pero no se puede hacer con un Gobierno de la se?orita Pepis. Se necesita un equipo que sepa mirar la realidad e interpretarla, y no busque de continuo el sonrojante aplauso de un conjunto de diputados empachados de ideolog¨ªa.
No son necesarias nuevas coaliciones ni romper la que existe sino buscar una mesa de di¨¢logo sincero en la que las pasiones y la ignorancia den paso al acuerdo. La ¨²nica medida verdaderamente consensuada desde que comenz¨® el drama ha sido la instauraci¨®n de la renta m¨ªnima vital, que no es necesariamente una se?a de identidad progresista. Hasta Trump sugiere entregar un cheque de mil d¨®lares a cada americano adulto. Un Gobierno de progreso ha de atender al signo de los tiempos y ajustar el funcionamiento de las instituciones a las demandas de la ciudadan¨ªa. Abordar el desaf¨ªo de la mayor recesi¨®n mundial de la historia en las condiciones en las que S¨¢nchez y Casado tratan de imponernos supone una falta de lealtad a sus votantes, por m¨¢s que con ello halaguen a la militancia. El cinismo insolidario destilado por los dirigentes de los dos principales partidos contrasta con la eficacia de la ¨²nica comisi¨®n de reconstrucci¨®n verdaderamente ¨²til, integrada por sindicatos y empresarios, pese a que su funcionamiento haya sido boicoteado desde La Moncloa. Cuando la sociedad civil brega por encontrar soluciones pactadas el poder pol¨ªtico las canibaliza en busca de r¨¦ditos electorales.
Las fuerzas de izquierda, fragmentadas y unidas solo por su antagonismo con la oposici¨®n, tienen ante s¨ª una encrucijada hist¨®rica. Mientras sus portavoces se comporten en Cortes como si de una asamblea de facultad se tratara, los exabruptos y desplantes verbales seguir¨¢n abonando la fortaleza de la reacci¨®n conservadora. Si el socialismo espa?ol, hu¨¦rfano de todo an¨¢lisis te¨®rico, persiste en sustituir el liderazgo por una camarilla clientelista dispensadora de favores, acabar¨¢ el pa¨ªs en manos de la extrema derecha. Las famosas dos almas hist¨®ricas del PSOE, las de Prieto y Largo Caballero, no son una exclusiva de ese partido. En Espa?a, los puristas del marxismo postularon la revoluci¨®n para acabar colaborando con la dictadura. A los pragm¨¢ticos socialdem¨®cratas se debe en cambio el impulso reformista que logr¨® reconstruir Europa en alianza con la democracia cristiana tras la guerra. El mismo que permiti¨® la larga etapa de cambios y consolidaci¨®n democr¨¢tica presidida por Felipe Gonz¨¢lez.
La debilidad del actual equipo socialista no se debe solo a su penuria de esca?os ni a su irregular pacto con Podemos y los independentistas, sino sobre todo al descalabro interno del partido que comenz¨® con la obsesi¨®n de Rodr¨ªguez Zapatero por eliminar cualquier vestigio del llamado felipismo. La pandemia ha sido en ciertos aspectos una bendici¨®n para S¨¢nchez, que ha evitado tener que explicar entre otras cosas el amigable encuentro del ministro ?balos con la vicepresidenta venezolana, programado y no fortuito como se quiso hacer creer. Hay quien piensa que el Gobierno es reh¨¦n de Venezuela debido a la presencia de Podemos, pero la mayor amenaza que puede esgrimir Caracas es desvelar la naturaleza oculta de las gestiones de Zapatero con Maduro o el origen de los millones de d¨®lares depositados en Suiza por su antiguo embajador.
Contra los que piensan que la pandemia marcar¨¢ la derrota de la globalizaci¨®n, esta acabar¨¢ imponi¨¦ndose tecnol¨®gica y humanamente. Al margen los refuerzos que en el corto plazo recaben los Estados, necesitamos construir una gobernanza mundial m¨¢s eficiente y fiable que el sistema de Naciones Unidas. Si el partido socialista y la derecha moderada no son capaces de volver a ser fuerzas dominantes del cambio y garant¨ªa del funcionamiento de la democracia, no habr¨¢ otro camino para la estabilidad pol¨ªtica. Espa?a volver¨¢ entonces a ser un pa¨ªs prescindible en el dise?o de la gobernanza global.
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