Sin memoria no hay democracia
Para que el pasado nos ayude a mejorar el presente no basta con nombrar a unos cuantos culpables de la historia y derribar sus estatuas. Requiere adoptar la perspectiva de la v¨ªctima y ser capaces de pedir perd¨®n
Antes de la II Guerra Mundial, recordar la historia solo serv¨ªa para glorificar a las naciones, agitar el revanchismo o canonizar a los h¨¦roes. Entonces, Alemania invent¨® el concepto de Vergangenheitsbew?ltigung, el intento de asumir la verg¨¹enza de su pasado nazi haciendo frente colectivamente a los incalificables cr¨ªmenes del Tercer Reich en lugar de eludirlos. Este proceso, que comenz¨® a finales de los sesenta tras dos d¨¦cadas de amnesia colectiva, permiti¨® que de un legado negativo surgiera algo positivo: la rehabilitaci¨®n y reconstrucci¨®n de Alemania como una de las democracias m¨¢s fuertes del mundo. Yo crec¨ª en Francia, donde nac¨ª de madre francesa y padre alem¨¢n. Hace 20 a?os me traslad¨¦ a vivir a Berl¨ªn. Aqu¨ª puedo ver a diario de qu¨¦ forma este trabajo, lo que se denomina ¡°asumir el pasado¡±, ha influido de forma positiva en Alemania y en la sociedad alemana moderna.
La cultura alemana de la memoria podr¨ªa servir de inspiraci¨®n a pa¨ªses como Espa?a, EE UU o el Reino Unido, que tienen dificultades para comprender que, para transformar el peso del pasado en riqueza, deben afrontarlo, no hacer caso omiso de ellas. Ahora bien, para que el pasado nos ayude a mejorar nuestro presente, no basta con nombrar a unos cuantos culpables de la historia y derribar sus estatuas. La furia es comprensible, sin duda, cuando las autoridades permiten que se siga honrando a figuras como el rey Leopoldo II de B¨¦lgica o el traficante de esclavos Edward Colton de Bristol en lugares p¨²blicos sin que haya ninguna contextualizaci¨®n. Pero la iconoclastia, muchas veces, no aporta m¨¢s que una impresi¨®n de justicia. Poco despu¨¦s llega el olvido. Y lo ¨²nico que queda es la oportunidad desperdiciada de utilizar nuestro pasado para conocernos mejor a nosotros mismos.
¡±Nuestra historia nos ense?a de qu¨¦ es capaz el ser humano¡±, dijo el presidente alem¨¢n Richard von Weizs?cker en un recordado discurso ante el Bundestag en 1985. Y a?adi¨®: ¡°No podemos pensar que ahora somos muy distintos y nos hemos vuelto mejores¡±. Los hombres homenajeados en estatuas pudieron hacer lo que hicieron porque sociedades enteras en Europa, Am¨¦rica, el mundo ¨¢rabe y el Imperio Otomano compart¨ªan sus ideas. Quiz¨¢ no se mancharon f¨ªsicamente las manos de sangre, pero mucha gente se benefici¨®, directa o indirectamente, del cruel y salvaje dominio del hombre sobre el hombre que entra?aban la esclavitud y el colonialismo. La complicidad de la multitud de gente con un sistema criminal es, me parece, mucho m¨¢s importante que la culpa individual de un traficante de esclavos o un s¨¢dico colono.
Y esa responsabilidad social parece menos relevante en la era oscurantista de Crist¨®bal Col¨®n ¡ªcuando la Iglesia, con toda su influencia, decidi¨® que la mayor¨ªa de los seres humanos no blancos carec¨ªan de alma¡ª que en ¨¦pocas m¨¢s modernas. ?C¨®mo es posible que, en los siglos XIX y XX, pa¨ªses como Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, que presum¨ªan de ser los adalides de la democracia y la libertad, oprimieran y explotaran sin ning¨²n escr¨²pulo a la gente, con el pretexto de ¡°instruirla¡±?
La opresi¨®n se prolong¨® hasta mucho despu¨¦s de la II Guerra Mundial, despu¨¦s de que proclamaran su superioridad moral sobre el fascismo. ?Hasta qu¨¦ punto esta doble vara de medir ha da?ado el modelo de democracia parlamentaria en todo el mundo? Millones de ciudadanos estadounidenses y europeos contribuyeron a una hipocres¨ªa intolerable, una inmoralidad.
Esta reflexi¨®n es crucial, porque nos remite a nuestra responsabilidad individual actual. Nos ayuda a ser conscientes de nuestras contradicciones, en lugar de echar la culpa a los dem¨¢s. Nos obliga a darnos cuenta de que no es necesario trabajar directamente al servicio de un sistema injusto para ser c¨®mplices de ¨¦l.
En Alemania, a quienes siguen la corriente los llaman Mitl?ufer. Durante el Tercer Reich, mi abuelo fue uno de ellos. Se aprovech¨® de las pol¨ªticas antisemitas de los nazis para comprar una empresa a una familia jud¨ªa por un precio muy barato. Tras la guerra, el ¨²nico superviviente de aquella familia, que hab¨ªa muerto en Auschwitz, exigi¨® una indemnizaci¨®n. Pero mi abuelo se consideraba inocente. Como la mayor¨ªa de los alemanes, no quer¨ªa aceptar la realidad de que, si bien la influencia de cada Mitl?ufer a nivel individual era m¨ªnima, sus peque?os actos cotidianos de cobard¨ªa y oportunismo hab¨ªan creado las condiciones necesarias para el funcionamiento de un sistema criminal. Fue necesaria la valent¨ªa de la generaci¨®n de mi padre para sacar a la poblaci¨®n alemana de la amnesia y convertir a los Mitl?ufer en un elemento fundamental de esa tarea de rendir cuentas con el pasado. Esa actitud contribuy¨® a concienciar m¨¢s a los j¨®venes sobre su falibilidad y a armarlos contra los demagogos y los manipuladores del odio y las mentiras. Y gracias a ello pudieron transformar la culpa colectiva en responsabilidad democr¨¢tica. Aun as¨ª, ni siquiera Alemania es inmune. Aprender del pasado es un proceso que es necesario alimentar y reexaminar continuamente, igual que la democracia.
Enfrentarse a las sombras de la historia es algo que no deber¨ªa hacerse en una cultura de culpabilidad ni en el culto a las v¨ªctimas. Tampoco debe instrumentalizarse para agitar el odio y el sectarismo, ni para alimentar una versi¨®n anacr¨®nica y maniquea del pasado. Pero asumir el pasado es imposible sin un paso esencial: adoptar la perspectiva de la v¨ªctima, el oprimido, el ocupado, el humillado. Y ser capaces de pedir perd¨®n.
Sin embargo, muchos se resisten todav¨ªa a este proceso. El Reino Unido se niega a pedir perd¨®n por matanzas que est¨¢n claramente documentadas y por la explotaci¨®n econ¨®mica y la segregaci¨®n racial que llev¨® a cabo en sus colonias. El recuerdo de los errores de la historia no parece formar parte de la educaci¨®n nacional, ni en las escuelas, ni en los museos, ni en la mayor parte de los medios de comunicaci¨®n. Pero los brit¨¢nicos no son los ¨²nicos que se niegan a aceptar la realidad en Europa. Tambi¨¦n lo hacen los Pa¨ªses Bajos, Italia, Portugal... y Espa?a.
Cuando M¨¦xico pidi¨® a Espa?a, en 2019, que pidiera perd¨®n por el brutal sometimiento de los pueblos ind¨ªgenas durante la conquista en el siglo XVI, Madrid respondi¨® que no era posible juzgar el pasado desde una perspectiva contempor¨¢nea. En efecto, es posible alegar que el oscurantismo predominante en la ¨¦poca es una circunstancia atenuante. Pero ese es un argumento que conviene usar con cautela, porque se puede utilizar para justificar todo tipo de cr¨ªmenes cometidos bajo la influencia de una ideolog¨ªa fan¨¢tica. Lo que debilita la credibilidad de Espa?a es que tambi¨¦n cerr¨® los ojos voluntariamente a los cr¨ªmenes del r¨¦gimen de Franco. Triunf¨® la impunidad y las v¨ªctimas se quedaron solas con su sufrimiento. El resultado fue una peligrosa relativizaci¨®n de los cr¨ªmenes de Franco que est¨¢ arraigando en parte de la sociedad, con su corolario: el desarrollo de un partido extremista y antidemocr¨¢tico.
Sin asumir la responsabilidad del pasado, ninguna reconciliaci¨®n es duradera, ninguna paz es s¨®lida, ning¨²n pasado se exp¨ªa. Una historia reprimida tiene un efecto bumer¨¢n. Regresa en forma de tensiones colectivas, una sociedad dividida, el ascenso del populismo, el extremismo y el racismo. El hecho de negarse a afrontar las sombras de la historia revela que no se ha entendido en absoluto la importancia que tiene hacer suyo el pasado para la madurez democr¨¢tica de un pa¨ªs y para la paz internacional. Si los pa¨ªses europeos quieren tener influencia normativa en el mundo y reafirmar los valores de una sociedad abierta y democr¨¢tica frente a modelos autoritarios, las antiguas potencias coloniales deben asumir sus responsabilidades hist¨®ricas.
Afrontar la memoria con honestidad no es un accesorio moral para dar buena imagen. Nos ayuda a construir, juntos, el futuro. Nos gu¨ªa para comprender el mundo en lugar de sufrirlo, evitar los errores e identificar los peligros; los que proceden de otros, pero, sobre todo, los que proceden de nosotros mismos. Nos ayuda a vivir de forma m¨¢s consciente.
G¨¦raldine Schwarz es escritora y periodista. Su ¨²ltimo libro es Los amn¨¦sicos. Historia de una familia europea (Tusquets).
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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