Sierra Morena
En el bar de Conquista, al norte de C¨®rdoba, dicen que conoci¨® el rey Juan Carlos I a Corinna Larsen en una monter¨ªa a la que estaban invitadas las escopetas m¨¢s distinguidas y aristocr¨¢ticas de toda Europa
En el bar de Conquista, al norte de C¨®rdoba, adonde el fot¨®grafo Jos¨¦ Manuel Navia y yo llegamos despu¨¦s de cruzar Sierra Morena por el antiguo camino de la Plata que un¨ªa Madrid con Sevilla como Cervantes hizo tantas veces (¨ªbamos tras sus pasos), los parroquianos, muchos de ellos empleados en la finca La Garganta, perteneciente al duque de Westminster y con sus 17.000 hect¨¢reas de extensi¨®n la mayor de todo el pa¨ªs, lo ten¨ªan claro: muchos de los que acuden a cazar a ella no van a cazar ciervos precisamente. En esa finca que ocupa el centro de Sierra Morena, incluidos poblados mineros como el del Horcajo y estaciones abandonadas del tren que trasladaba el mineral de plomo hasta Pe?arroya, dicen que conoci¨® el rey Juan Carlos a Corinna Larsen en una monter¨ªa a la que estaban invitadas las escopetas m¨¢s distinguidas y aristocr¨¢ticas de toda Europa.
El que fuera considerado durante a?os un rey campechano y sencillo llevaba desde hac¨ªa muchos una doble vida, la oficial, que era la que difund¨ªa la prensa: de hombre responsable y familiar, preocupado por su pa¨ªs en todo momento y atento siempre a sus obligaciones como rey, y la secreta, que nada se distingu¨ªa de la de sus antecesores Borbones en el trono: monter¨ªas, amantes, negocios, viajes de placer¡ La gente lo imaginaba, pero, como le ca¨ªa bien por su campechan¨ªa y porque ¡ªno nos enga?emos¡ª en Espa?a sigue gustando que los que mandan tengan un lado golfo (siempre que sean hombres, por supuesto), hac¨ªa como que no lo sab¨ªa. Como es natural, el rey se crey¨® invisible y como ¨¦l algunos de su familia y de los que los rodeaban. Pese a lo que muchos en el pa¨ªs pensaban: que la espa?ola era una monarqu¨ªa moderna, democr¨¢tica y europea, segu¨ªa teniendo el mismo comportamiento que antes de su abolici¨®n.
Pero tampoco hay que cargar solamente contra un rey ca¨ªdo, atrapado en sus propios enredos y convertido ya en un personaje de Shakespeare, s¨®lo que con tintes valleinclanescos y berlanguianos, porque ¨¦l no fue el ¨²nico que crey¨® que, pasadas las tensiones de los primeros a?os de la Transici¨®n y comprobado que socialistas y comunistas ya no mord¨ªan, al rev¨¦s: se hab¨ªan convertido al capitalismo, se dedic¨® a disfrutar de su patrimonio y de las posibilidades que le brindaba un pa¨ªs en expansi¨®n que de repente era Jauja para todo el que anduviera listo. En poco tiempo, Sierra Morena se empez¨® a llenar de escopetas y personajes que hac¨ªan negocios entre sombreros verdes con pluma y putas de lujo como en sus mejores tiempos, a la vez que se convert¨ªa de nuevo en la met¨¢fora de un pa¨ªs que nunca hab¨ªa abandonado el bandolerismo, si bien este tomara ahora otra apariencia y se desarrollara lejos, en los despachos de algunas instituciones y empresas y en la sede de alg¨²n partido pol¨ªtico, cuyos dirigentes se dejaban ver tambi¨¦n en las monter¨ªas al lado de los banqueros y de los arist¨®cratas. Espa?a segu¨ªa siendo la de siempre, la de los buenos tiempos y las desigualdades, esa que mira pasar el AVE a 300 kil¨®metros por hora junto a poblados mineros y campesinos semiarruinados y casas de campo sin luz el¨¦ctrica, como la de Felipe Ferreiro y Carmen, propietarios de la Venta de la In¨¦s, que Cervantes cita en sus obras. Esa es tambi¨¦n la herencia del juancarlismo y la Transici¨®n, pero Juan Carlos no es el ¨²nico responsable de ella.
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