Religi¨®n o negocio
?Anticlericalismo m¨ªo? M¨¢s bien amor a unos edificios que por la voracidad recaudatoria de la Iglesia se han convertido en museos, en espacios ajenos a la religi¨®n y a la vida de las ciudades en las que se encuentran
Mucho le molest¨® a la Iglesia, en especial a algunos obispos, el titular de una entrevista que me hizo este peri¨®dico con ocasi¨®n de la publicaci¨®n del segundo tomo de mi viaje por las catedrales espa?olas: ¡°La Iglesia ha secuestrado las catedrales¡±. Alg¨²n de¨¢n hubo, incluso, que me acus¨® de anticlerical pese a mi demostrado inter¨¦s por esos edificios religiosos que construyen sobre la geograf¨ªa de los pa¨ªses cristianos su identidad junto a otros militares y civiles. Diecisiete a?os dedicados a la contemplaci¨®n de todas las catedrales espa?olas y 1.200 p¨¢ginas a contar despu¨¦s sus maravillas y secretos no fueron suficientes para algunos a la hora de calibrar mi pasi¨®n por ellas.
Mi declaraci¨®n se refer¨ªa a un fen¨®meno que es el de la tendencia de los cabildos catedralicios a cerrar las puertas de las catedrales para poder cobrar por su acceso con la excusa de su mantenimiento; un fen¨®meno que yo hab¨ªa visto nacer y desarrollarse a lo largo de los a?os en los que las recorr¨ª: cuando comenc¨¦ mi viaje, apenas media docena de ellas cobraban por visitarlas y hoy pr¨¢cticamente lo hacen ya todas. Convertidas en museos, las catedrales han perdido as¨ª su verdadero sentido, que es el de ser lugares de culto, adem¨¢s de reuni¨®n y asilo. Hoy s¨®lo entran en ellas los turistas y los contrayentes e invitados a las bodas que las utilizan como decorados, pagando por ello una cantidad, c¨®mo no.
El debate sobre el mantenimiento del patrimonio de la Iglesia es un debate tan delicado como inflamable dada su dimensi¨®n pol¨ªtica, pero el Estado debe abordarlo de una vez por todas. No puede ser que a su mantenimiento contribuyamos todos los espa?oles con nuestros impuestos y luego tengamos que pagar por poder disfrutar de ¨¦l. O el patrimonio religioso es de la Iglesia y lo mantiene ella en exclusiva, en cuyo caso puede cobrar entrada a los monumentos con esa justificaci¨®n, o es de todos los espa?oles, con lo que el acceso a aqu¨¦llos debe ser libre. Porque lo que est¨¢ ocurriendo es que las catedrales son de la Iglesia para recaudar por verlas, pero de todos los espa?oles a la hora de su conservaci¨®n. Esta semana se ha producido un ejemplo m¨¢s de lo que se afirma: el trascoro de la catedral de Le¨®n, cuya recaudaci¨®n por entrar a verla en 2019 fue de 1.300.000 euros seg¨²n datos de la propia Iglesia (la de la catedral-mezquita de C¨®rdoba fue de 16,5 millones y la de la catedral de Sevilla de 15), va a ser restaurado por el Estado en una intervenci¨®n valorada casi en 600.000 euros. Pero es que la del roset¨®n de poniente, ese maravilloso caleidoscopio cuyos colores convierten la catedral leonesa en una enso?aci¨®n de atardecida, ha sido restaurado recientemente por una fundaci¨®n privada vinculada a una famosa marca de cerveza. ?Ad¨®nde va, pues, la recaudaci¨®n de las entradas que el Cabildo cobra por visitar el templo?
?Anticlericalismo m¨ªo? M¨¢s bien amor a unos edificios que por la voracidad recaudatoria de la Iglesia se han convertido en museos, en espacios ajenos a la religi¨®n y a la vida de las ciudades en las que se encuentran y que ya s¨®lo visitan los forasteros de paso. No es de extra?ar la respuesta que uno obtuvo de un vecino que, sentado ante la catedral de la suya, fue inquirido sobre su antig¨¹edad: ¡°No s¨¦. Yo es que soy de aqu¨ª, ?sabe usted?¡±.
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