?Ha pasado el tiempo de las monarqu¨ªas?
La cuesti¨®n no es si la democracia puede convivir bien con jefes de Estado hereditarios, sino si sigue teniendo valor a?adido contar con una cabeza coronada
Cada vez que un destacado miembro de una familia real europea se ve implicado en un esc¨¢ndalo, el debate sobre el futuro de la monarqu¨ªa se reaviva. Ahora es noticia destacada la decisi¨®n del anterior rey, Juan Carlos I, de abandonar Espa?a mientras se le investiga por corrupci¨®n. La Corona brit¨¢nica tambi¨¦n ha sufrido recientes turbulencias por la pol¨¦mica relaci¨®n del pr¨ªncipe Andr¨¦s con el fallecido magnate ped¨®filo Jeffrey Epstein.
Es normal que una instituci¨®n asociada al privilegio y la supuesta ejemplaridad de las personas que la representan sufra tanto en esos casos. Pero la pregunta realmente relevante va m¨¢s all¨¢ de abusos individuales de poder, que en su caso podr¨ªan incluir responsabilidades penales, y alcanza rango pol¨ªtico-constitucional. ?Hasta qu¨¦ punto se puede mantener una instituci¨®n tan objetivamente vulnerable? ?Es previsible que sobreviva?
El siglo XX supuso un aut¨¦ntico tsunami republicano en todo el mundo. Esa forma de gobierno (que solo era propia de EE UU, Am¨¦rica Latina y Francia) se extendi¨® por los cinco continentes al mismo tiempo que avanzaba la democracia y la descolonizaci¨®n. Algunos analistas incluso predijeron que la monarqu¨ªa era una idea cuyo tiempo hab¨ªa pasado. Y, sin embargo, lo que m¨¢s bien parece haber pasado es el tiempo de su abolici¨®n. Desde las ca¨ªdas del Rey de Grecia y del Sha de Persia, hace ya m¨¢s de cuarenta a?os, el resto de las monarqu¨ªas reinantes han sobrevivido y hasta ha aumentado su n¨²mero con la restauraci¨®n en Espa?a o Camboya. Incluso si Escocia se independizara, lo m¨¢s previsible es que optase por constituirse como Monarqu¨ªa.
Pese a su origen medieval, o precisamente por ello, la instituci¨®n parece seguir siendo fuente de estabilidad en contextos autoritarios o semidemocr¨¢ticos. Marruecos o Jordania, por poner dos ejemplos, son Estados m¨¢s predecibles y menos convulsos que los del resto del Magreb y Oriente Medio.
El debate obviamente adquiere otra dimensi¨®n en democracias avanzadas donde las virtudes de la Corona resultan m¨¢s anacr¨®nicas y dif¨ªciles de justificar. Sin embargo, el hecho objetivo es que los pa¨ªses del Benelux, Escandinavia, bastantes miembros de la Commonwealth, Espa?a y Jap¨®n punt¨²an muy alto en los rankings comparados de calidad democr¨¢tica.
La cuesti¨®n, por tanto, no es si la democracia puede convivir bien con jefes de Estado hereditarios una vez estos hayan renunciado a ejercer poder real alguno, sino si sigue teniendo valor a?adido contar con una cabeza coronada. La respuesta no est¨¢ escrita. Las virtudes de la monarqu¨ªa parlamentaria radican fundamentalmente en dos elementos. En primer lugar, la funcionalidad espec¨ªfica al ejercer el puesto concreto de jefe de Estado. Del mismo modo que se admite que ciertas instituciones no elegidas por el pueblo ¡ªcomo tribunales constitucionales o bancos centrales independientes¡ª pueden ayudar a un mejor funcionamiento del sistema democr¨¢tico en su conjunto, la clave consiste en demostrar que eso mismo ocurre con la Monarqu¨ªa. Es decir, que un Rey/Reina tiene unos activos (formaci¨®n para el cargo, neutralidad pol¨ªtica, permanencia larga o ventajas diplom¨¢ticas) que superan los que pueda aportar un presidente de Rep¨²blica no ejecutivo y con funciones m¨¢s bien ceremoniales.
Pero la segunda virtud es mucho m¨¢s difusa e intangible. Tiene que ver con la percepci¨®n de prosperidad, orgullo y sentimiento de ¨¦xito del proyecto nacional que la monarqu¨ªa proyecta. La reina Isabel es m¨¢s controvertida en Canad¨¢ o Australia que en Reino Unido porque en el primero de los casos su figura se mezcla con el debate sobre una soberan¨ªa nacional no completamente alcanzada. Por eso mismo, los reyes son menos populares all¨ª donde existe una fuerte conciencia cr¨ªtica con el pasado y el presente nacional. Eso es especialmente delicado en el caso de Espa?a, con dos nacionalismos perif¨¦ricos (catal¨¢n y vasco) y un partido de izquierda radical (Podemos), que obtuvo el 13% de los votos en las ¨²ltimas elecciones y ahora gobierna en coalici¨®n con la socialdemocracia.
En resumen, la monarqu¨ªa sobrevivir¨¢ mientras sea capaz de demostrar que es una instituci¨®n eficaz en el desempe?o de sus funciones concretas y, sobre todo, mientras a la mayor¨ªa de los ciudadanos les resulte satisfactorio imaginar que su figura encarna el ¨¦xito hist¨®rico del pa¨ªs en forma de prosperidad, seguridad y convivencia.
Antes de caer en desgracia, el rey Juan Carlos consigui¨® amplio reconocimiento por haber contribuido a conducir a Espa?a desde la larga dictadura franquista hasta la modernidad, las libertades y la europeizaci¨®n. El problema es que ya ha dejado de representar esos valores. Felipe VI sabe que ahora debe distanciarse de los esc¨¢ndalos de su padre, pero tiene dos tareas a¨²n m¨¢s importantes y dif¨ªciles: demostrar el valor de tener un jefe de Estado por encima de la pelea pol¨ªtica y ayudar a despolarizar el pa¨ªs de modo que tambi¨¦n se facilite una relaci¨®n m¨¢s f¨¢cil entre los espa?oles y su propia naci¨®n.
Lo anterior lleva a una conclusi¨®n curiosa: en contra de las apariencias, el futuro de la Corona en democracia depende de saber superar una permanente rendici¨®n de cuentas; una especie de plebiscito cotidiano al que parad¨®jicamente no tienen que enfrentarse las Rep¨²blicas.
Ignacio Molina es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la UAM e investigador en el Real Instituto Elcano. Este art¨ªculo ha sido elaborado por Agenda P¨²blica para EL PA?S.
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