Mis amigos
Muri¨® mientras dorm¨ªa. De no ser por la epidemia, a¨²n vivir¨ªa. No estoy dispuesto a escuchar a nadie m¨¢s diciendo que el virus ¡°va a ense?arnos una lecci¨®n¡±, o que ¡°nos va a llevar a una vida m¨¢s sencilla¡±
Uno. Un buen amigo m¨ªo muri¨® al empezar la epidemia. Era un maravilloso narrador y el due?o del caf¨¦ de Jerusal¨¦n Tmol Shilshom. En ese caf¨¦ tuvo lugar la segunda cita con la que hoy es mi esposa. Fuimos para escuchar a David Grossman y luego, mientras camin¨¢bamos por la calle, ella me dijo que su sue?o era casarse con un escritor (as¨ª que no me qued¨® otra). Tambi¨¦n tuvo lugar en el mismo caf¨¦, Tmol Shilshom, mi primer encuentro con el p¨²blico como escritor. Acudieron cinco personas, pero gracias a la atenci¨®n y las preguntas que formul¨® el due?o lo recuerdo como una buena experiencia. Con los a?os, el propietario y yo nos hicimos amigos. Y tuve el privilegio de disfrutar de su especial habilidad para entablar conversaciones ¨ªntimas. Conversaciones espirituales y honestas despu¨¦s de las cuales te sientes mejor. Muri¨® mientras dorm¨ªa. Al parecer, de un ataque al coraz¨®n. Aunque, de hecho, ¨¦l es una de las v¨ªctimas del coronavirus. Por la noche sinti¨® dolores en el pecho, pero no quiso ir al hospital por miedo al contagio. Era relativamente joven. Estoy seguro de que, de no ser por el virus, a¨²n estar¨ªa con vida. Y yo todav¨ªa tendr¨ªa al amigo. Cuando supe de su muerte, tuve un gran deseo de estar en compa?¨ªa de las personas que lo amaban. Pregunt¨¦ d¨®nde tendr¨ªa lugar el funeral. Me respondieron que debido a la situaci¨®n, la ceremonia transcurrir¨ªa en la m¨¢s estricta intimidad familiar. Pregunt¨¦ por la shiva. Me dijeron que ser¨ªa el domingo por la noche con el Zoom. ?Una shiva por Zoom?, le dije a mi mujer llorando. Qu¨¦ terrible. Odioso virus, a?ad¨ª. Lo odio. No estoy dispuesto a escuchar a nadie m¨¢s diciendo que el virus ¡°va a ense?arnos una lecci¨®n¡±, o que ¡°nos va a retornar a una vida m¨¢s sencilla¡±. El virus es un hijo de puta.
Dos. Otro amigo m¨ªo es actor. Cuando ¨¦ramos adolescentes fuimos a clase de teatro juvenil y despu¨¦s de dos lecciones qued¨® claro qui¨¦n ten¨ªa talento y qui¨¦n har¨ªa mejor en buscarse otro camino para expresar sus angustias. Ahora, mi amigo actor est¨¢ sin trabajo. A causa del virus hace ya medio a?o que los teatros est¨¢n cerrados. La semana pasada, la cajera del s¨²per no admiti¨® su tarjeta de cr¨¦dito. Me ha llamado para contarme que acaba de salir de una entrevista en la escuela de su hija para ocupar una plaza de profesor suplente. Lo que ocurre es que la escuela es de las ¡°democr¨¢ticas¡±, por lo que en la comisi¨®n de admisi¨®n de profesores suplentes tambi¨¦n hay alumnos. Y result¨® que en la entrevista se encontr¨® con dos amigas de su hija, unas ni?as de 10 a?os que van a menudo a su casa a comer tortitas y que le hicieron preguntas c¨®mo: ?Por qu¨¦ quieres ser profesor suplente?, o ?Cu¨¢les son tus puntos d¨¦biles? Y que escuchaban sus respuestas con caras graves. Nos re¨ªmos de esta historia, en vez de echarnos a llorar.
Tres. Con mi amigo m¨²sico salimos a caminar a la una de la madrugada. Caminamos por los campos de las afueras de la ciudad y le aullamos a la Luna. He observado que cuando esta no aparece, ¨¦l va m¨¢s despacio. Le sugiero que, mientras dure la epidemia, haga shows en vivo en Facebook. Me dice que no puede cantar sin tener al p¨²blico frente a ¨¦l. Sencillamente, no puede. Le sugiero que aproveche el tiempo para trabajar en algo nuevo. Dice que lo intenta, pero todo cuanto escribe le parece irrelevante, perteneciente a un mundo que ya no existe. Durante el paseo, sin darnos cuenta nos quitamos la mascarilla y, cuando nos acercamos a la ciudad, se detiene a nuestro lado un coche de la polic¨ªa y nos increpa por el meg¨¢fono: ?por qu¨¦ no llevan las mascarillas? Estamos practicando deporte. ?Esto es deporte?, se burla el polic¨ªa. Vais a paso de tortuga. ?Y qu¨¦ problema hay? Replica, enojado, mi amigo. Ya de adolescentes ten¨ªa tendencia a meterse en l¨ªos. El polic¨ªa sale del coche, furioso. Le digo entre dientes que cierre la boca, pero ¨¦l le grita al poli: mira, mira, se?or polic¨ªa, nos ponemos las mascarillas. El poli se nos acerca, porra en mano. Su mirada dice que pasaremos la noche en el calabozo. Pero, entonces, algo cambia en su rostro. Se detiene. Observa detenidamente a mi amigo y dice: un momento, ?no eres¡? Mi amigo lo admite y el polic¨ªa dice: me encantan tus canciones. Oye, ?sacar¨¢s cosas nuevas? ?Preparas algo? Mi amigo baja la cabeza t¨ªmidamente: s¨ª, estoy trabajando en un nuevo ¨¢lbum. El poli dice, estupendo, estupendo, en este momento necesitamos una buena sacudida. Despu¨¦s vuelve en s¨ª, se mete en su papel, alza un dedo reprobatorio hacia ambos y lanza un: cuidadito con ir sin m¨¢scaras, ?eh? ?Hay una segunda ola!
Cuatro. Mi amigo el ginec¨®logo est¨¢ contento. Debido a la segunda ola del virus van menos mujeres a visitar el hospital. Por miedo al contagio, pocas mujeres se someten a tratamientos de fertilidad. De repente, su agenda est¨¢ vac¨ªa y dispone de mucho m¨¢s tiempo para dedicar a su mujer y sus dos hijos. Descubre que, de hecho, eso es lo que m¨¢s le gusta hacer. En una de las videoconferencias me pide: recomi¨¦ndame un libro, finalmente, tengo tiempo para leer. Le sugiero El sol desnudo, de Isaac Asimov, cuya acci¨®n transcurre en un planeta donde la gente se relaciona entre s¨ª solo a trav¨¦s de pantallas por miedo a infectarse con virus. Para hacer boca le le¨ª una frase del libro: ¡°En ausencia de contacto entre los seres humanos perdemos el inter¨¦s central por la vida, desaparecen cantidad de intereses intelectuales, en gran medida nos abandona la raz¨®n de vivir. Ver no puede sustituir a mirar¡±.
Cinco. Mi amigo, felizmente casado, me llam¨® para preguntarme si podr¨ªa recomendarle un terapeuta de pareja bueno y barato.
¡ª?Puedo preguntarte para qui¨¦n es?
¡ªPara nosotros.
¡ª?Para vosotros? ¡ªpregunto sorprendido.
¡ªPues s¨ª ¡ªadmite.
¡ª?Puedo preguntarte qu¨¦ es lo que ha ocurrido?¡ª Intento averiguar.
¡ªNo lo s¨¦ ¡ªresponde¡ª y la voz se le quiebra cuando lo dice. Desde que comenz¨® el coronavirus, not¨¦ que ella me evitaba. Como si yo fuera contagioso. Y cuando intento hablar de ello, dice que la molesto. Que le falta aire. Como si de golpe me aborreciera.
¡ªOye, para nadie es f¨¢cil esta situaci¨®n ¡ªle digo.
¡ªS¨ª ¡ªdice con el tono de ¡°no es solo lo que te cuento, hay m¨¢s¡±.
Y yo prometo pasarle el tel¨¦fono de unos psic¨®logos ma?ana lo m¨¢s tardar.
Seis. Nos reunimos todos los amigos para la manifestaci¨®n en Jerusal¨¦n. Todos llevamos mascarillas. Cuando nos acercamos no nos abrazamos, solo nos presionamos los codos. Durante la manifestaci¨®n conservamos dos metros de distancia, de acuerdo con las recomendaciones. Protestamos contra el primer ministro. Y en favor de la democracia. Y contra la corrupci¨®n. Y a favor del Estado de derecho. Pero creo que, en realidad, en las pancartas que esgrimimos tambi¨¦n podr¨ªamos haber escrito: Estoy solo aunque tenga familia. O: Ya no puedo m¨¢s. O: Que alguien me abrace ya. O: ?Qu¨¦ suceder¨¢? A las once de la noche la polic¨ªa anuncia que la manifestaci¨®n debe terminar. En general, llegado este momento, la gente se echa al suelo y hay enfrentamientos con la polic¨ªa. Nosotros ya no tenemos la edad adecuada para eso, as¨ª que doblamos las banderas y las pancartas para dirigirnos al caf¨¦ Tmol Shilshom. Est¨¢ cerrado por la epidemia. Entonces nos quedamos frente a la entrada y guardamos un minuto de silencio en recuerdo del amigo. Acto seguido nos encaminamos hacia los coches. Es agradable, Jerusal¨¦n, por la noche. Sopla una ligera brisa y es posible creer que otros d¨ªas llegar¨¢n.
Eshkol Nevo es escritor. Su ¨²ltimo libro es Tres pisos (Duomo Ediciones).
Traducci¨®n del hebreo de Eul¨¤lia Sariola.
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