El resplandor imitativo
Obremos como es preceptivo. Tiempo habr¨¢ de celebraciones que el confinamiento oblig¨® a abolir
La familia se re¨²ne para celebrar el natalicio del abuelo. Una mujer vence el apocamiento de su hermana y la ci?e en un fuerte abrazo. El t¨ªo hace beber de su vaso al sobrino adolescente, arguyendo que ¨¦l ¡°de esto sabe un rato largo¡±. Hijos y nietos se apretujan en torno a la mesa como polluelos en el nido. Un racimo de cabezas vocingleras entona el Cumplea?os feliz a medio metro del abuelo, espurreando un sinn¨²mero de gotitas de saliva.
Se trata del anuncio que el Gobierno de Canarias lanz¨® a principios de verano para evitar contagios. En ¨¦l se apreciaban las peque?as coacciones de la vida dom¨¦stica, inasequibles a cualquier reglamentaci¨®n externa. Para andar al un¨ªsono del grupo, uno debe someterse al ritmo de su diapas¨®n. El spot se cerraba con una imagen del abuelo hospitalizado.
Sabemos desde Hobbes que el temor es un regulador social muy ¨²til. Un reciente anuncio del Ministerio de Sanidad, que solapa una canci¨®n infantil con im¨¢genes turbadoras, se cierra con el esl¨®gan ¡°esto no es un juego¡±. ?Servir¨¢ de algo? Recu¨¦rdense las campa?as que hace un mes presentaron la Comunidad de Madrid y el Gobierno de Arag¨®n: una mostraba un horno crematorio y la otra comparaba desplazarse infectado con portar una pistola cargada. Puede que el miedo sea, como dice el refr¨¢n, ave de mucho vuelo, pero no hay spot que sirva de aldabonazo a los ciudadanos m¨¢s distra¨ªdos.
?Qui¨¦n no tiene un familiar o un amigo que, ense?oreado en sus dominios, se niega a embozarse la mascarilla o a mantener la distancia? Pedirle que lo haga es como arrojarle un guante a la cara. El espacio privado es una tronera por cuyos escotillones se vierten las normas b¨¢sicas de urbanidad. Afirmaba Eloy Fern¨¢ndez Porta en Emoci¨®nese as¨ª que, a medida que el exterior se va llenando de normas, lo personal se vuelve un ¡°espacio de evacuaci¨®n ritual¡±. De ah¨ª que las reglas del civismo solo parezcan regir extramuros del mismo.
Sobra recordar que la persona c¨ªvica no est¨¢ obligada a absolver la descortes¨ªa. Ahumar a los dem¨¢s con el tabaco o hablar a gritos en una terraza son, a todas luces, conductas groseras; rehuir la mascarilla en una reuni¨®n, so pretexto de llaneza y desenfado, una incuria inadmisible. Ocioso ser¨ªa blandir cifras de contagios o complejos t¨¦rminos de virolog¨ªa para amonestar conductas de tal laya. Pero, si de campa?as de concienciaci¨®n se trata, ninguna hay tan efectiva como el ejemplo.
Sostiene Javier Gom¨¢ que el mal ejemplo nos absuelve y el buen ejemplo nos se?ala con el dedo. Tal y como afirma el gran te¨®rico de la ejemplaridad en Imitaci¨®n y experiencia, nos movemos en una red de modelos mutuos: obrar de manera negligente supone exculpar la vulgaridad, mientras que las conductas responsables generan incomodidad a su alrededor. Si una mayor¨ªa propende a la relajaci¨®n, que uno se mantenga firme en su profilaxis le har¨¢ correr el riesgo de ser motejado de ¡°aguafiestas¡±. Sin embargo, puede que, a la chita callando, los dem¨¢s terminen imit¨¢ndolo.
El soci¨®logo franc¨¦s Gabriel Tarde acu?¨® el concepto de ¡°resplandor imitativo¡±. Cuando este relumbra en un grupo humano, ciertas conductas se generalizan como por ensalmo. Tanto el inicio de las guerras como el contagio de la moda se explicaban, a su juicio, por medio de esta noci¨®n. Aun siendo de los fundadores de la sociolog¨ªa francesa, su conflicto con ?mile Durkheim, que sali¨® victorioso de la pugna, orill¨® a Tarde a los m¨¢rgenes de la disciplina. Bueno ser¨ªa rescatar alguna de las sugerentes intuiciones del olvidado autor de Leyes de la imitaci¨®n, para quien no cab¨ªa explicar el comportamiento humano sin aludir a flujos imitativos.
En su novela Fragmentos de una historia futura, publicada en 1896, la Tierra sufr¨ªa una nueva glaciaci¨®n. Capitaneado por un tal Milc¨ªades, un grupo de personas determinaba esconderse en el centro del planeta. Una idea aparentemente rid¨ªcula que, merced al carisma de Milc¨ªades, cuyo nombre recuerda al h¨¦roe de Marat¨®n, era recibida por todos ¡°como un rel¨¢mpago genial¡±. Movidos por ese resplandor imitativo, avanzaban a paso firme hacia las entra?as de la Tierra, como Ulises, como Eneas y como Dante, y all¨ª, contra todo pron¨®stico, fundaban una nueva civilizaci¨®n. A trav¨¦s de t¨²neles, grutas y espeluncas, los supervivientes erig¨ªan, inspirados por el car¨¢cter de su l¨ªder, suntuosos hipogeos que recordaban a los grandes palacios de la superficie.
Si obramos como es preceptivo, otros nos imitar¨¢n. No hace falta ser un Milc¨ªades para ello. Tiempo habr¨¢ de celebrar todas las fiestas que el confinamiento oblig¨® a abolir. Como dej¨® escrito Machado en el m¨¢s bello de sus poemas, todo el que aguarda sabe que la victoria es suya. La m¨ªmesis, concepto esencial de la Grecia cl¨¢sica, es lo que los latinos tradujeron como imitatio y lo que en castellano conocemos como emulaci¨®n. Ser dignos de ella no es solo un imperativo ¨¦tico, sino tambi¨¦n una cuesti¨®n de salud p¨²blica.
Jorge Freire es escritor. Ha publicado recientemente Agitaci¨®n. Sobre el mal de la impaciencia (P¨¢ginas de Espuma).
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