Los humanos que el virus ha descubierto en Brasil
Solo podr¨¢ haber luto por los muertos de la covid-19 con lucha: para que haya investigaci¨®n, responsabilizaci¨®n y justicia
He estado peregrinando por los memoriales y por p¨¢ginas desconocidas de las redes sociales en busca de fragmentos de las vidas de los muertos, en busca de declaraciones de los enlutados, para poder creer yo tambi¨¦n que ha habido una muerte. Y entonces presto mi cuerpo y escribo a partir de estos fragmentos. Esta cr¨®nica que hago a partir de lo real me ayuda a mantenerme en pie. Es mi forma de estar junto a ellos en un velatorio que no ha velado, en un entierro que tambi¨¦n ha enterrado a los vivos porque no ha habido despedida, en un sepelio donde los familiares se han visto obligados a ocultar la causa de la muerte para no ser estigmatizados por el vecindario. S¨ª, porque esto tambi¨¦n sucede en Brasil. Morir de la covid-19 se ha convertido en una verg¨¹enza que hay que ocultar, de la misma forma que hay infrarregistro en las cifras oficiales.
Deambulo por la historia de otros para hilvanar briznas de vida. No reportajes o testimonios, como suelo hacer, sino peque?as cr¨®nicas como las que vienen a continuaci¨®n:
Era el pijama azul, el que ten¨ªa la mancha de vino en el pecho. Siempre se manchaba la ropa cuando com¨ªa o beb¨ªa. Quer¨ªa enterrarlo con ¨¦l, para que tuviera algo que pudiera reconocer en la traves¨ªa, para que no se fuera hacia la oscuridad sin algo familiar, para que mis intentos siempre fallidos de quitar la mancha fueran un recuerdo de que le hab¨ªa querido tanto. Pero te arrancaron de m¨ª, ni siquiera pude acariciarte la cara. No solo he perdido tu vida, tambi¨¦n he perdido tu muerte.
Cuando se re¨ªa, intentaba ocultar un diente amarillento, una escultura arruinada por un dentista barato que no prest¨® atenci¨®n a su sonrisa. Y ahora, cuando me la han arrancado, ese diente torcido, maltratado por la vida, es lo que m¨¢s echo en falta. Como si solo ¨¦l pudiera devolverme algo de cordura en esta locura de no poder decirte que nunca me esforc¨¦ para ayudarte a pagar el dentista porque no quer¨ªa perder ni un trocito de ti, ni siquiera ese diente que te avergonzaba, pero que yo quer¨ªa porque era la prueba de que eras de este mundo y no te escapar¨ªas. S¨ª, siempre pens¨¦ que eras la perfecci¨®n que yo no merec¨ªa, pero quer¨ªa. Y entonces te secuestraron de m¨ª. Y yo, que te lo contaba todo, solo a ti, no tengo a nadie a quien contarle que hasta tu diente malo echo de menos.
Dijeron que los ni?os ten¨ªan muchas muchas muchas menos posibilidades de contraer el virus. Me aferr¨¦ a eso. T¨², mi ni?a, ten¨ªas las mejillas demasiado grandes, demasiado rosadas, para que cupiera un virus. Y cuando corr¨ªas, ten¨ªas absoluta confianza en tus pasos inciertos. Y cuando te ca¨ªas, solo te re¨ªas, anunciando que no temer¨ªas las ca¨ªdas que vendr¨ªan. Yo, s¨ª. Tem¨ªa todas tus ca¨ªdas. Y ahora que solo eres una foto en un marco, ahora que ni siquiera me han permitido mecer tu cuerpo, ahora que te has ido en ese peque?o ata¨²d cerrado donde no pod¨ªa reconocerte, mi ni?a, solo quisiera tener la oportunidad de verte caer y ayudarte a levantarte. Tengo que decirte que no me lo creo. ?C¨®mo s¨¦ que no hab¨ªa otra en ese ata¨²d? ?C¨®mo voy a saber que no est¨¢s viva cay¨¦ndote de culo en otro suelo y ri¨¦ndote como si fuera otra gracia del mundo que estabas empezando a descubrir? Por la noche sue?o, hija m¨ªa, que camino hacia el cementerio y te arranco de all¨ª. Abro ese ata¨²d como si fuera un joyero y te rescato de la oscuridad y as¨ª yo tambi¨¦n salgo de la oscuridad en la que estoy desde que te fuiste en una caja. Y nunca m¨¢s, nunca, saldr¨¢s de mi ¨²tero otra vez.
Dijeron que pod¨ªas morir; al fin y al cabo, eras viejo. Escuch¨¦ a ese animal decir cosas como esta. Mueren los que tienen que morir. Te dejaron morir, como dejaron morir a tantos. No sab¨ªan nada de tus peque?as delicadezas, o de tus maldades, a veces te gustaba ser malvado, como cuando te re¨ªas cuando me ve¨ªas caminar curvada. Pero los que dec¨ªan eso no sab¨ªan que tambi¨¦n me cubr¨ªas, te pasabas la noche cubri¨¦ndome, porque al envejecer mi sue?o se volvi¨® err¨¢tico e inquieto, y me destapaba como si estuviera enfadada con la manta. Y te despertabas para que no se me enfriaran los pies, y a veces, nunca te lo dije, solo fing¨ªa para que me cuidaras. Y yo no pude. No pude cuidar de ti. Tuviste fiebre, desapareciste en la boca del hospital y, de ah¨ª, te vomitaron en un ata¨²d sellado. No consigo explicar por qu¨¦ tengo miedo de seguir tu camino, y el presidente de mi pa¨ªs dice que los ancianos tienen autorizaci¨®n para morir. No s¨¦ qu¨¦ me ha pasado, querr¨ªa cont¨¢rtelo y quiz¨¢s lo supieras, pero marchit¨¢ndome entre los pliegues de mi piel arrugada (?recuerdas lo lisa que era mi piel? Ya no queda nadie que recuerde lo lisa que era mi piel), llorando d¨ªa tras d¨ªa unas l¨¢grimas secas que me desuellan los ojos cansados, todav¨ªa quiero vivir. Y no s¨¦ para qu¨¦. T¨² lo sabr¨ªas, siempre sab¨ªas mis razones.
Desde que desapareci¨®, porque para m¨ª siempre ser¨¢ un secuestro, ya que no la vi, no la prepar¨¦, no la abrac¨¦, no le pude decir nada al o¨ªdo. Desde que desapareci¨®, solo puedo pensar en la pelusa que ten¨ªa en la nuca. Como si una parte de ella nunca hubiera desistido de ser beb¨¦, aunque ya fuera una mujer adulta. Cuando era dura, en el trabajo, me re¨ªa por dentro, porque solo yo conoc¨ªa la pelusa que escond¨ªa. Solo yo conoc¨ªa esa verdad m¨¢s absoluta que cualquier otra que vendiera al mundo. Y eso era lo que me hac¨ªa sentir especial. Aunque tambi¨¦n fuera dura conmigo m¨¢s veces de las necesarias, me dej¨® llegar donde nadie m¨¢s hab¨ªa llegado, como una cima del Everest propia, y me dej¨® ver. Y ahora la pelusa tambi¨¦n est¨¢ en el silencio de los muertos que no pueden descansar porque no han sido velados.
Crec¨ª leyendo historias sobre pandemias, especialmente en la Edad Media. Las grandes pestes que devastaron un continente entero. Intent¨¦ convencer a M¨¦dicos sin Fronteras de que me permitieran acompa?arlos en una epidemia de ¨¦bola en Uganda hace a?os. Presenci¨¦ c¨®mo la enfermedad de Chagas se hab¨ªa convertido en una maldici¨®n que cruzaba ¡ªy mataba y marcaba¡ª a generaciones de campesinos bolivianos porque pocos estaban interesados en detener esas muertes y, as¨ª, lo que es evitable se vuelve inmutable. Ya era reportera cuando el sida mat¨® a algunos de mis ¨ªdolos. Ser periodista es tambi¨¦n aceptar que tu vida estar¨¢ marcada por la muerte de aquellos que nunca conociste.
Cuando lleg¨® la pandemia de la covid-19, no me sorprendi¨®. Los que escribimos sobre la destrucci¨®n de la naturaleza, sobre la emergencia clim¨¢tica, sab¨ªamos que el tiempo de las pandemias llegar¨ªa. Llevamos a?os gritando, y los ind¨ªgenas, que saben m¨¢s, llevan d¨¦cadas. Cuando llegaron las primeras noticias, estaba en un barco de Greenpeace en la Ant¨¢rtida y escuchaba las explosiones de los icebergs. ?Qu¨¦ podr¨ªa ser m¨¢s aterrador que el continente helado sin hielo? Y entonces los periodistas chinos que nos reemplazar¨ªan en la siguiente etapa no pudieron venir. Y cuando llegamos al aeropuerto, en Chile, hab¨ªa gente con mascarillas por todos lados.
Hace mucho que intento prepararme para el abismo que la minor¨ªa dominante del planeta ¡ªlas grandes corporaciones, los multimillonarios que arrancaron sus fortunas de la naturaleza, los gobernantes y los ejecutivos que les sirven¡ª han cavado para todos nosotros. Pero nunca me he preparado para lo que est¨¢ pasando en Brasil ahora. Y no lo puedo soportar. No puedo soportar la indiferencia.
Se est¨¢n produciendo dos sucesos simult¨¢neos y conectados en Brasil, que lo diferencian de otros pa¨ªses del mundo en esta pandemia. Uno es la covid-19, que ha alcanzado proporciones catastr¨®ficas, convirtiendo Brasil en uno de los pa¨ªses m¨¢s afectados del mundo. El otro es la acci¨®n deliberada de Jair Bolsonaro y de personas, militares y civiles, que ocupan cargos en su Gobierno para, por un lado, dejar que el coronavirus avance y mate y, por el otro, ampliar las condiciones para que mate m¨¢s.
He escrito mucho sobre los actos del Gobierno, sobre la campa?a oficial de desinformaci¨®n, sobre las declaraciones p¨²blicas de Bolsonaro. No se puede analizar el impacto de la covid-19 en Brasil sin relacionarlo con la acci¨®n intencional del Gobierno federal de dejar morir: a la poblaci¨®n en general y, en consecuencia, a los m¨¢s pobres, es decir, a los negros, que representan tanto la mayor¨ªa de la poblaci¨®n como la mayor¨ªa de los m¨¢s pobres. Y sin relacionarlo con la acci¨®n deliberada de ampliar las condiciones para que la enfermedad mate m¨¢s, como es el caso expl¨ªcito de los pueblos ind¨ªgenas, bien fundamentada en las demandas contra Jair Bolsonaro por genocidio y otros cr¨ªmenes de lesa humanidad que han llegado a la Corte Penal Internacional. Lamentablemente, esta semana, la CPI ha archivado ¡°temporalmente¡± las denuncias con relaci¨®n a la pandemia hasta que surjan ¡°nuevos hechos o pruebas¡±. No se han cerrado, pero habr¨¢ que averiguar qu¨¦ m¨¢s tiene que hacer Bolsonaro ¡ªo cu¨¢ntos m¨¢s tienen que morir¡ª para que los jueces del tribunal internacional les den continuidad. Con relaci¨®n a los ind¨ªgenas y a la Amazonia, las denuncias siguen abiertas.
La covid-19 y la sospecha de cr¨ªmenes de lesa humanidad cometidos por Bolsonaro y su Gobierno est¨¢n estrechamente relacionadas en Brasil y no hay forma de disociarlas en ning¨²n an¨¢lisis sin borrar hechos documentados. Lo que no imaginaba es que, ante la evidencia de un genocidio, la mayor¨ªa de la sociedad se callara. Lo que no imaginaba era escuchar: ¡°Est¨¢s banalizando la palabra genocidio¡±. ?No estar¨¢ usted banalizando la muerte?, respondo. La de los otros, claro. Siempre son los otros los que pueden ser sacrificados.
Un negro, una negra quiz¨¢s le dir¨ªa a la blanca que soy: ?c¨®mo crees que nos sentimos todos estos a?os mientras nuestros hijos mor¨ªan a tiros y la gente solo ¡°segu¨ªa con su vida¡±? Un ind¨ªgena, una ind¨ªgena quiz¨¢s le recordar¨ªa a la blanca que soy: ?c¨®mo crees que nos sentimos en todos esos cinco siglos, mientras tu sociedad nos exterminaba o intentaba asimilarnos, o ambas cosas, hasta hoy?
S¨ª. Estas preguntas, que indican la normalizaci¨®n del genocidio por parte de la minor¨ªa dominante en la sociedad, responden. Efectivamente responden. Pero, aun as¨ª... Aun as¨ª, se ha cruzado un l¨ªmite en el Brasil de la covid-19. Si la pandemia terminara hoy ¡ªy est¨¢ lejos de terminar¡ª, lo que tenemos ante nosotros es una poblaci¨®n de m¨¢s de 130.000 cad¨¢veres de mujeres y hombres, la mayor¨ªa adultos, aunque tambi¨¦n hay ni?os y beb¨¦s reci¨¦n nacidos, una poblaci¨®n m¨¢s grande que la mayor¨ªa de las ciudades brasile?as enteramente compuesta de cad¨¢veres. De vidas interrumpidas. Y todas estas vidas interrumpidas han dejado, seg¨²n las proyecciones estad¨ªsticas, alrededor de un mill¨®n de personas de luto, el equivalente a toda la poblaci¨®n de algunas capitales de Brasil y del mundo que han perdido a sus padres, madres, hermanos, hermanas, t¨ªos, t¨ªas, hijos, amigos ¨ªntimos.
Y sabemos ¡ªes inaceptable que alguien pueda seguir mintiendo que no lo sabe¡ª que algunas de estas personas podr¨ªan seguir vivas si Bolsonaro y su Gobierno hubieran: 1) luchado contra la covid-19 siguiendo las normas de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud; 2) dado a los Estados recursos en el momento necesario, en lugar de retenerlos para alimentar las disputas pol¨ªticas; 3) mantenido en el Ministerio de Sanidad a un ministro que conociera el tema y a un equipo preparado de sanitarios y epidemi¨®logos que ya estaban all¨ª; 4) actuado de emergencia en lugar de negar la gravedad de la enfermedad; 5) orientado correctamente a la poblaci¨®n en campa?as responsables y bien fundamentadas; 6) hecho todo lo posible para evitar la llegada de la pandemia a las tierras ind¨ªgenas, en lugar de vetar el agua potable, las camas de emergencia y las campa?as de informaci¨®n, entre otras barbaridades; 7) actuado como jefe de Estado y dado el mejor ejemplo.
Brasil tiene hoy una nueva geograf¨ªa humana. Y no es accidental. Tenemos este cr¨¢ter de m¨¢s de 130.000 personas menos, como luces que se apagan en un corto per¨ªodo de tiempo, dejando a quienes los amaban en la oscuridad de un luto que ni siquiera se reconoce. Un cr¨¢ter que se sigue expandiendo a un ritmo de cientos de muertes al d¨ªa. Eso ya es algo que va m¨¢s all¨¢ de lo posible.
Pero todav¨ªa hay m¨¢s. Mucho m¨¢s.
En una de mis ¨²ltimas columnas, preguntaba: ?c¨®mo puede impedir su propio genocidio un pueblo que se ha acostumbrado a morir? ?Que ha naturalizado todas las formas de muerte hasta el punto de convertir la covid-19 en otra m¨¢s? ?Que ha normalizado que son los mismos de siempre los que m¨¢s mueren y no pasa nada? ?Que ha naturalizado al innominable que nos gobierna? Era una pregunta dif¨ªcil, la pregunta de quienes viven en un pa¨ªs donde el futuro se le niega a la mayor¨ªa, consumida por la mera reproducci¨®n de fuerzas en un presente continuo.
Ahora, mi pregunta es m¨¢s delicada. ?Qu¨¦ ser¨¢ de los que queden cuando termine la pandemia? ?Qu¨¦ ser¨¢ de los que viven este luto que nadie m¨¢s en la historia de esta humanidad ha vivido?
En todos los pa¨ªses del mundo hay personas que se enfrentan, en los m¨¢s diversos idiomas y culturas, no solo a la p¨¦rdida de sus seres queridos, sino a la despedida que no existi¨®, al cuidado que se vet¨® por el riesgo de contaminaci¨®n, a los ata¨²des sellados y tumbas que no eligieron, o a la indignidad de las fosas comunes. Se enfrentan a los abrazos que no pudieron ocurrir. Esta tragedia ¡ªincluso con la evidencia de que hubo una serie de abusos y descuidos evitables en los procesos y sistemas sanitarios¡ª es intr¨ªnseca a una pandemia que solo puede detenerse impidiendo la replicaci¨®n del virus en otros cuerpos, que solo puede detenerse con aislamiento f¨ªsico (no social) y protegi¨¦ndose f¨ªsicamente (no socialmente) del otro.
La cuesti¨®n es que, en el caso de Brasil, hay m¨¢s.
Los enlutados se enfrentan a un dolor a?adido, que es el de la invisibilidad al negar la gravedad de la pandemia. Familias enteras est¨¢n destrozadas mientras tantos se divierten en los bares, tocan la bocina en las calles, no respetan la distancia, se aglomeran. Si los que eligieron ignorar la pandemia conocieran el dolor de los afectados por la muerte, ?cambiar¨ªan, les importar¨ªa, har¨ªan el gesto?
¡°Es atroz¡±, dice una mujer que ha perdido a su marido, viendo este espect¨¢culo de calles atestadas. ¡°Hace que parezca que la muerte de mi marido no haya existido. ?D¨®nde est¨¢ entonces, el que dej¨¦ en el hospital y no volv¨ª a ver? ?Qu¨¦ es real, entonces? ?Las calles llenas donde la pandemia es una ¡®gripecita¡¯ o mis hijos y yo, perdidos en una casa donde ¨¦l no est¨¢? ?C¨®mo puede la gente estar en las calles divirti¨¦ndose mientras una parte de la poblaci¨®n est¨¢ muriendo?¡±.
Llam¨¦ a Bruna Tabak para que me ayudara a entender lo que estamos viviendo. Psic¨®loga especializada en cuidados paliativos, ella y otras dos profesionales trabajan con grupos de familiares en la Red de Apoyo Covid-19 ¨C acogida, escucha y recuerdos de la pandemia, formada totalmente por voluntarios. ¡°La palabra que se repite en muchas declaraciones es ¡®arrancar¡±, dice Bruna. ¡°Los parientes sienten que les han arrancado a sus seres queridos. Al arrancar, se abre un gran agujero¡±.
?Y c¨®mo podemos cerrarlo en una sociedad que ha normalizado tanto la muerte como el dolor de los que pierden, haciendo que lo m¨¢s real de una vida, que es la muerte, se cubra de un aura de irrealidad con la negaci¨®n compartida de la crisis sanitaria m¨¢s grave en un siglo? Bruna tuvo la generosidad de compartir algunas frases que surgieron en los grupos de duelo. Otras las encontr¨¦ en Internet.
¡°Es lo peor que nos ha pasado. Me sent¨ª devastada, sin rumbo, el suelo se hundi¨® bajo mis pies. Y como estamos viviendo d¨ªas anormales, todav¨ªa no me creo que fuera real¡±.
¡°Llev¨¦ a mi marido al hospital y me devolvieron tres papelitos¡±.
¡°No deber¨ªa haber llevado a mi marido al hospital. No lo volv¨ª a ver¡±. En un hospital, la persona que amamos est¨¢ fuera de nuestro alcance, ni siquiera una prisi¨®n de m¨¢xima seguridad ser¨ªa tan efectiva. La llamada que prometen hacerte ese mismo d¨ªa, con noticias, sucede tres d¨ªas despu¨¦s.
¡°El virus no pasa a trav¨¦s del tel¨¦fono. ?Por qu¨¦ no nos llamaron?¡±
Y, en esos tres d¨ªas, sucedi¨® todo, y ¨¦l estaba solo.
Otra quer¨ªa que al menos le devolvieran la Biblia, su marido era pastor. Esa Biblia, no otra, sino la que lo acompa?¨® durante toda su vida. Informaron a la familia que el libro estaba contaminado, que hab¨ªa sido ¡°desechado¡±, la terrible palabra. ??l tambi¨¦n hab¨ªa sido ¡°desechado¡±?
Ten¨¦is cinco minutos para despediros. Por la tableta. La persona que lo es todo se muere. ?Qu¨¦ dices en cinco minutos? ?C¨®mo se vive con esa ¨²ltima imagen en una tableta? ?Y qu¨¦ le dices a la persona que te llama ¡°privilegiado¡± porque al menos has podido tener una imagen, mientras ella se pasa las noches sin estar segura de lo que hab¨ªa en ese ata¨²d que no pudo abrir? ?Qui¨¦n te abraza frente al horror si ahora eres tambi¨¦n un riesgo, un posible vector? ?Qui¨¦n define el contorno de tu cuerpo que se ha perdido?
¡°?Acaso nadie ve que sangro aqu¨ª, justo aqu¨ª, de donde me lo arrancaron?¡±
¡°Qu¨¦ hace para sobrevivir alguien que ha perdido un pariente de covid-19¡±. Llena el espacio de b¨²squeda de Google con esta llamada de auxilio. Y espera una respuesta.
¡°Soy un milagro¡±, se asombra. ¡°?C¨®mo sobrevivo con solo la mitad de mi coraz¨®n?¡±
¡°No haber podido despedirme me causa un dolor que llevar¨¦ el resto de mi vida.¡±
En el momento del entierro, ¡°sin despedida, sin poder mirarlo por ¨²ltima vez, sin poder tocarle las manos y darle las gracias por todo¡±.
¡°La ¨²ltima vez que habl¨¦ con mi madre, me pidi¨® por el m¨®vil que fuera a buscarla, que la sacara del hospital. Nunca la volv¨ª a ver, ni siquiera por la pantalla¡±.
¡°No, no me digas que piense en positivo. No me digas que sea fuerte. Ser fr¨¢gil es la prueba de que soy humana. Perm¨ªteme ser humana¡±.
Recibir la noticia de aquella manera, ¡°me mat¨® viva¡±.
Ni siquiera ha encontrado el camino a casa, no sabe ad¨®nde llevar¨¢ a sus hijos, cuando la alcanza una buena ciudadana: ¡°?Est¨¢ segura de que su marido tom¨® cloroquina? Porque si lo hubiera hecho, estar¨ªa vivo¡±.
Bruna Tabak habla de ¡°un dolor que no descansa¡±. La voz de la paliativista, la voz de la que escucha, duele. No es cierto que el verbo doler se conjugue solo en tercera persona. Yo duelo, t¨² dueles, ¨¦l/ella duele, nosotros/as dolemos, vosotros/as dol¨¦is, ellos/as duelen. Las personas duelen. ?Qu¨¦ son todos esos otros que fingen que no nos ven?
La tragedia de Brasil es que los muertos son tratados con la misma indiferencia que los vivos. Los que estudian el morir saben que la forma en que se trata la muerte refleja el valor que se le reserva a la vida. El virus nos lo ha revelado. De golpe, como un esparadrapo arrancado con un solo gesto.
Esa es la diferencia en Brasil. El luto por la muerte de los que amamos es una parte ineludible de la experiencia de vivir. Cada persona que pierde elabora ese luto de una manera singular, propia. Pero, en el Brasil de la covid-19, una doble perversi¨®n viola el derecho al luto. La m¨¢s alta autoridad del pa¨ªs niega la gravedad de la enfermedad que ha matado a tu padre, madre, hermano o hermana, abuelo o abuela, hijo o hija. Para empeorar las cosas, esa autoridad no est¨¢ sola. La aberraci¨®n de negar la gravedad de una pandemia la comparten millones de personas, los millones que abarrotan los espacios p¨²blicos sin necesidad, transformando la realidad de la muerte en algo irreal. El delirio, cuando es colectivo, corrompe la realidad.
Se hace mucho m¨¢s dif¨ªcil hacer el luto cuando no se reconoce, y no se reconoce en frases de Jair Bolsonaro como ¡°?Y qu¨¦?¡±, o ¡°Vamos a seguir con nuestras vidas¡±, o ¡°?Hay gente que se muere? Bueno. Lo lamento. Pero morir¨¢ mucha m¨¢s si contin¨²a destroz¨¢ndose la econom¨ªa¡± o ¡°Lamentamos todos los muertos, pero es el destino de todos¡±. En el luto de la covid-19, los brasile?os que han perdido a seres queridos no tienen el reconocimiento de la magnitud de su p¨¦rdida porque la muerte por esa enfermedad se ha normalizado. Su dolor se convierte entonces en una carta que no llega a su destino, una carta que el otro no abre. Este es el agujero que los monumentos tratan de llenar, sabiendo que solo pueden tejer una red a su alrededor.
Esta negaci¨®n del dolor que silencia a los enlutados y los condena al ostracismo, incluso entre sus vecinos, es traum¨¢tica. Pero lo que sucede hoy en Brasil es lo peor de lo peor. Hay indicios de sobra de que las muertes por covid-19 pueden estar relacionadas con cr¨ªmenes de genocidio o exterminio, como ya se ha mencionado ampliamente en este texto. Estos indicios tambi¨¦n los niega una parte importante de la poblaci¨®n. E incluso algunos estudiosos del tema, que prefieren, por razones que la raz¨®n no desconoce, afirmar que es ¡°solo incompetencia¡± de Bolsonaro.
Si hay fuertes indicios de que la persona que has perdido podr¨ªa estar viva si no fuera por el proceso genocida que est¨¢ en curso, ?qu¨¦ le pasa a tu luto? Si los responsables de investigar las acciones del presidente y los ministros y funcionarios de su Gobierno no investigan y el Poder Judicial no juzga, ?qu¨¦ le pasa a tu luto? Si el presidente de la C¨¢mara de los Diputados, Rodrigo Maia, no ve en las sospechas que rodean la manera como el Gobierno ha gestionado la covid-19 ninguna raz¨®n para levantar el trasero del mont¨®n de peticiones de impeachment a Bolsonaro, ?qu¨¦ le pasa a tu luto? ?C¨®mo lo haces para que tu cerebro ¡°olvide¡± que tu madre o tu hijo pueden haber sido v¨ªctimas de un crimen de lesa humanidad y, si ¡°borras¡± esta informaci¨®n, qu¨¦ le pasar¨¢ a tu cordura? Sin justicia, el luto se convierte en violencia. Los que han perdido a sus seres queridos en la pandemia solo podr¨¢n hacer el luto si se lucha por responsabilizar a los culpables.
Las instituciones brasile?as ya han mostrado que son incapaces ¡ªo no tienen ganas¡ª de investigar y juzgar a Bolsonaro m¨¢s de una vez, tanto en el Poder Judicial como en el Legislativo. La negaci¨®n de la justicia, que es lo que vivimos hoy en Brasil, viola el luto de los familiares de los que han muerto de covid-19. Sin poder encontrar justicia en Brasil, las organizaciones de la sociedad civil han presentado peticiones a la Corte Penal Internacional, pero este proceso es lento y, como se ha visto en la reciente decisi¨®n de ¡°archivarlas temporalmente¡±, tampoco es inmune a las presiones pol¨ªticas. El dolor, sin embargo, exige urgencia.
No s¨¦ c¨®mo afrontaremos el hecho de ser testigos de un genocidio y, con la excepci¨®n de algunos n¨²cleos de resistencia, no hacer como sociedad el m¨ªnimo esfuerzo para impedirlo. Al dejar de hacerlo, se abandona a los vecinos, a los parientes. Pero tambi¨¦n se abandona, individualmente, algo que constituye lo que es ser una persona humana. Y, colectivamente, cuando abdicamos de impedir los horrores que se hacen en nuestro nombre, abdicamos del colectivo. Y entonces ya no somos nada m¨¢s que un mont¨®n de casi 212 millones de personas circunscritas por una convenci¨®n pol¨ªtico-geogr¨¢fica. Brasil, que ya estaba destroz¨¢ndose, tendr¨¢ que enfrentarse a algo que todav¨ªa no tiene nombre en el ¨¢mbito del horror. No se puede pasar por encima de algo de este tama?o sin perderse por completo.
Temo, sin embargo, el reacomodamiento que habr¨¢ si no se hace justicia y no se reconoce a los muertos ni el luto de los que han perdido. ?Imitar¨¢ la sociedad a los militares de la dictadura y falsificar¨¢ el pasado para absolverse de los horrores hechos en su nombre? ?Borrar¨¢n la historia, dejar¨¢n que los muertos desaparezcan en las fosas comunes, silenciar¨¢n a las viudas, esperar¨¢n a que los hu¨¦rfanos se suiciden? ?Es as¨ª como este pa¨ªs y su desmemoria finalmente desajustar¨¢n las cuentas?
Bolsonaro habr¨¢ ganado, porque habr¨¢ logrado que cada brasile?o sea c¨®mplice, como ¨¦l. Y la mayor¨ªa ya no podr¨¢ hablar sin denunciarse a s¨ª misma. ?D¨®nde estabas? ?Qu¨¦ hiciste? La sociedad brasile?a rechazar¨¢ estas preguntas, cada individuo rechazar¨¢ estas preguntas. E intentar¨¢ destruir a cualquiera que insista en preguntar.
Hay muy poco de que enorgullecerse en la historia de Brasil, este pa¨ªs construido sobre cuerpos humanos y cosido con el interminable hilo de la violencia. Pero esto, lo que estamos dejando que suceda, es demasiado terrible incluso para nosotros.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de Brasil, construtor de ru¨ªnas: um olhar sobre o pa¨ªs, de Lula a Bolsonaro.
Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.
Traducci¨®n de Meritxell Almarza.
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