Estambul y C¨®rdoba
Los visitantes que se sientan escandalizados al entrar en una Santa Sof¨ªa plagada de s¨ªmbolos musulmanes deber¨ªan ponerse en la piel de los musulmanes que ven su mezquita dedicada al culto cristiano
La pandemia ha relegado a un segundo plano la conversi¨®n de la bas¨ªlica de Santa Sof¨ªa en mezquita musulmana a inicios de verano por Recep Tayyip Erdogan. Pero no debemos dejar caer esta barbaridad en el olvido.
Construida en el siglo VI, Santa Sof¨ªa fue durante casi mil a?os el mayor y m¨¢s espl¨¦ndido templo de la cristiandad. Su enorme c¨²pula era todo un hito arquitect¨®nico, un desaf¨ªo a la ley de la gravedad. Se dice que Justiniano, el emperador que orden¨® su construcci¨®n, dijo, al verla terminada, ¡°Salom¨®n, te he vencido¡±. Derrumbada total o parcialmente varias veces, fue siempre reconstruida con celeridad y reforzada con contrafuertes adicionales. Como sede del patriarcado de Constantinopla, vivi¨® los furiosos destrozos de im¨¢genes del periodo iconoclasta, as¨ª como la excomuni¨®n de Miguel Cerulario que sell¨® el cisma entre el cristianismo romano y el oriental. En el siglo XIII, los cruzados conquistaron Constantinopla y, tras profanar Santa Sof¨ªa y robar cientos de im¨¢genes y reliquias, la convirtieron en templo latino. Al terminar aquel ef¨ªmero imperio, 70 a?os despu¨¦s, volvi¨® a ser el centro del cristianismo ortodoxo. Y sigui¨® si¨¦ndolo hasta 1453, cuando Constantinopla cay¨® ante el asedio turco. El sult¨¢n conquistador, Mehmet II, la convirti¨® de inmediato en mezquita, enluciendo sus mosaicos y a?adiendo un mihrab y algunos minaretes. Como tal funcion¨® hasta 1931, cuando Kemal Ataturk, en su empe?o occidentalizador, la cerr¨® y reabri¨® s¨®lo como museo. Ahora, en un esfuerzo similar pero opuesto al de Ataturk, Erdogan ha vuelto a transformarla en mezquita, lo que ha suscitado las protestas de importantes intelectuales turcos y de la Unesco, que la hab¨ªa declarado Patrimonio de la Humanidad.
Tienen raz¨®n los que han protestado. Es un edificio construido con otros fines y dotado de otro significado durante la mayor parte de su historia. Su islamizaci¨®n ofende en lo m¨¢s ¨ªntimo a sus vecinos cristianos, destruye u oculta al mundo obras de arte de enorme valor y, lo que es peor, niega, con intolerable prepotencia, la complejidad y multiculturalidad de la historia humana.
Los visitantes actuales de Estambul que se sientan escandalizados al entrar en una Santa Sof¨ªa plagada de s¨ªmbolos musulmanes deber¨ªan, sin embargo, hacer un esfuerzo de imaginaci¨®n y ponerse en la piel de los turistas musulmanes que visitan C¨®rdoba y ven su mezquita dedicada al culto cristiano, incluso con una catedral incrustada en su interior.
La mezquita de C¨®rdoba fue edificada por los Omeya en su ¨¦poca de m¨¢ximo esplendor, entre el siglo VIII y finales del X. Sus sucesivas ampliaciones fueron ordenadas por los tres Abderram¨¢n, Hisham I, Alhaken II y Almanzor. Con su millar de columnas de m¨¢rmol, jaspe y granito, en un doble arqueado, imitando un palmeral, es una maravillosa muestra del arte musulm¨¢n de la ¨¦poca. Y, con sus m¨¢s de 23.000 metros cuadrados, fue durante casi medio milenio la mayor mezquita del mundo despu¨¦s de La Meca. Nada m¨¢s conquistar C¨®rdoba, sin embargo, Fernando III de Castilla la convirti¨® en catedral cristiana. Bien es verdad que no fue destruida, como lo fueron las dem¨¢s mezquitas que salpicaban el sur de la Pen¨ªnsula.
Durante otros casi 300 a?os, mientras hubo musulmanes en aquella parte del reino, la situaci¨®n no pas¨® de ah¨ª. Pero, tras la expulsi¨®n de estos por los Reyes Cat¨®licos, contraviniendo flagrantemente los solemnes compromisos firmados con Boabdil, se dio un paso m¨¢s y bajo Carlos V se edific¨® una catedral cristiana en medio de la mezquita, destruyendo la perspectiva de la zona central y buena parte del bosque de columnas y arcos. Aunque nunca se ha convertido en un museo o s¨ªmbolo neutral, ha sido tambi¨¦n reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y es uno de los centros de mayor atractivo tur¨ªstico del mundo. Pero una entidad privada, la Iglesia cat¨®lica, la tiene inscrita en el registro de la propiedad a su nombre, como catedral de C¨®rdoba.
Poner los templos conquistados al servicio de la religi¨®n rival ha sido una constante en la historia humana. Las guerras causan, sobre todo, p¨¦rdidas de vidas, pero tambi¨¦n terribles destrozos culturales. Intencionados, muchas veces. Se destruyen o reemplazan los edificios o monumentos que tienen una cualidad tot¨¦mica, porque simbolizan o representan a la comunidad derrotada, a la que se quiere borrar del mapa.
Hay infinitos ejemplos. Desde los muy lejanos, como la sistem¨¢tica destrucci¨®n del legado de Akenat¨®n en el Egipto fara¨®nico, hasta los actuales, como el gobierno de Narendra Modi en la India, que pretende imponer una identidad ¨²nica, la hind¨², en el pa¨ªs de mayor mezcla cultural del mundo. Desde el cristianismo triunfante en Roma, que arras¨® o se apropi¨® de los templos polite¨ªstas, hasta los conquistadores espa?oles del XVI, que edificaron la catedral de M¨¦xico sobre el Templo Mayor de los aztecas. Desde los revolucionarios franceses, que profanaron iglesias cat¨®licas para venerar a la diosa Raz¨®n, hasta los milicianos espa?oles de 1936, que las convirtieron en garajes o almacenes, o las quemaron, o fusilaron al Coraz¨®n de Jes¨²s en el Cerro de los ?ngeles ¡ªgran haza?a, esta ¨²ltima¡ª.
Eric Hobsbawm escribi¨® que los edificios, los monumentos, los lugares de memoria, son tan esenciales para las ideolog¨ªas etnicistas, fundamentalistas o nacionalistas, como la amapola lo es para la hero¨ªna. Representan la continuidad entre el pasado y el presente, la permanencia de antiguas estructuras culturales y pol¨ªticas. Destruirlos o reorientar su significado es pretender rectificar la realidad, reescribir la historia.
Terminadas, al menos en Europa, las guerras de religi¨®n, cre¨ªamos haber superado este tipo de batallas. Y nos equivocamos. Las religiones no son ya, es cierto, el meollo de las identidades en nuestro mundo occidental. Lo son las naciones, m¨¢s laicas. Pero no menos fuertes. Y de ning¨²n modo menos homogeneizadoras de culturas, sino probablemente m¨¢s. El desencantamiento del mundo ha avanzado. Pero eso no nos ha liberado de la opresi¨®n cultural/comunitaria.
Porque los imperios sol¨ªan tener una religi¨®n dominante, pero soportaban mejor la pluralidad cultural. Dominaban espacios m¨¢s grandes, pero pose¨ªan pocos medios para controlarlos. El imperio turco, en este caso, toler¨® minor¨ªas religiosas, aunque las tratara como ciudadanos de segunda. Las naciones, sin embargo, al extenderse sobre territorios m¨¢s peque?os, quieren homogeneizarlos culturalmente. Eso es lo que hizo Kemal Ataturk en la Turqu¨ªa posimperial. A su manera, manu militari, convirti¨® un imperio en una naci¨®n. Pero con un modelo occidental y modernizador que inclu¨ªa un cierto laicismo. Lo mismo, pero al rev¨¦s, que ahora pretende Erdogan.
Catedral y mezquita, Estambul y C¨®rdoba, simbolizan la multiculturalidad de la historia humana. Una historia que nunca es un relato ¨²nico, con un sujeto monol¨ªtico id¨¦ntico y fiel a s¨ª mismo a lo largo de milenios, sino una realidad diversa y cambiante. Las culturas chocan, pero tambi¨¦n conviven, evolucionan, se entremezclan. Todos heredamos una infinita variedad cultural. Somos una mezcla impura. Como la vida misma. Exactamente lo que ortodoxos, identitarios, etnicistas o nacionalistas no pueden soportar.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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