La Base: el peligro que sobrevivir¨¢ a Trump
El n¨²cleo de apoyo incondicional al presidente considerar¨¢ una traici¨®n el abandono de militares o religiosos al l¨ªder republicano. Y acudir¨¢ a conspiranoicos o justicieros para contar con su agresividad
Incluso aunque Donald Trump acabe derrotado, su base de apoyo, la Base, no le abandonar¨¢. Las gorras de MAGA (¡°Make America Great Again¡±), las cazadoras con el nombre de Trump y las pegatinas para la culata del arma son s¨ªmbolos muy valiosos para el 30% de los estadounidenses. Consideran que el ¡°verdadero¡± Estados Unidos es suyo y, si las elecciones no salen como esperan, se volver¨¢n todav¨ªa m¨¢s extremistas para recuperarlo. El 30% en un pa¨ªs de m¨¢s de 300 millones de habitantes son muchos extremistas.
En parte, la Base est¨¢ tratando de definir su condici¨®n de blanca, una blancura que transmite pureza e integridad junto al color de la piel. La misma explicaci¨®n sirve para justificar la exclusi¨®n de los de fuera ¡ªcomo cuando Donald Trump llam¨® a los inmigrantes mexicanos ¡°violadores¡± y ¡°tramposos y delincuentes¡±¡ª y la segregaci¨®n de las personas de color dentro del pa¨ªs; ambos grupos son impuros. Pero el racismo por s¨ª solo no basta para explicar la agresividad y el desd¨¦n, la crueldad de la Base hacia otros estadounidenses.
Una especie de juego perverso de suma cero hace que las personas se sientan m¨¢s a gusto consigo mismas cuando menosprecian a otras. Y, a la inversa, parece como si reconocer que los dem¨¢s tienen sus propios derechos y necesidades hiciera que perdamos los nuestros. Ese juego de suma cero es, en mi opini¨®n, el que alimenta la hostilidad de este grupo de los seguidores del presidente Trump hacia otros. Es un enfrentamiento en el que, a la hora de la verdad, resulta imposible ganar ¡ªmenospreciar a los dem¨¢s no puede hacer que seamos m¨¢s fuertes¡ª, pero la Base parece casi adicta al juego. Intenta sentirse m¨¢s a gusto consigo misma, no lo consigue, as¨ª que vuelve a jugar, en un intento de convertir la ira y el desprecio en autoestima. Y la frustraci¨®n hace que se incline cada vez m¨¢s hacia los extremos.
Hace 50 a?os, Jonathan Cobb y yo vislumbramos los or¨ªgenes de este juego de suma cero cuando est¨¢bamos entrevistando a diversas familias en un basti¨®n dem¨®crata de Boston, blanco y de clase trabajadora. Como revelamos en nuestro estudio, The Hidden Injuries of Class ["Las heridas ocultas de las clases"], los que pertenec¨ªan a aquellas familias hab¨ªan tenido que juntarse con gente muy distinta en la Segunda Guerra Mundial, empujados por la necesidad, y antes de eso hab¨ªan compartido un destino com¨²n de incertidumbre durante la Gran Depresi¨®n. Sin embargo, en los a?os setenta, esos recuerdos se hab¨ªan debilitado hasta casi desaparecer.
Entonces parec¨ªa que faltaba algo, tanto en sus comunidades locales como en sus propios planes de vida. Esa falta hac¨ªa que estuvieran furiosos, furiosos con los dem¨¢s, tal como expresaba su convicci¨®n de que los miembros de las clases dirigentes y las clases marginales, la Fundaci¨®n Ford y el gueto, estaban compinchados en contra de los estadounidenses honrados y trabajadores como ellos. Pero pensarlo no contribu¨ªa precisamente a que estuvieran satisfechos.
Lo que en otro tiempo habr¨ªa podido enmarcarse en un contexto de clase ¡ªla gente que qued¨® rezagada y olvidada durante el auge de posguerra¡ª hoy es un problema masivo, la sensaci¨®n de que algo se ha torcido en todo Estados Unidos, de arriba abajo. Convertido en expresi¨®n pol¨ªtica, el sentimiento enardeci¨® a la Base en las ¨²ltimas elecciones; sus votantes fueron una combinaci¨®n de jubilados, trabajadores del sector industrial, due?os de peque?os negocios y pr¨®speros residentes de los barrios de las afueras, incluido un grupo sorprendentemente amplio de negros de clase media. Ahora estos votantes est¨¢n abandon¨¢ndolo; parece que incluso muchos cristianos evang¨¦licos se han hartado ya.
Este sentimiento de que han abandonado a su l¨ªder da pie al aspecto m¨¢s aterrador de la Base. La traici¨®n es, seg¨²n muchos de ellos, el motivo de que est¨¦n perdiendo: nunca hab¨ªan pensado que pudieran contar con Harvard, pero s¨ª contaban con las Fuerzas Armadas, s¨ªmbolo de la fortaleza de Estados Unidos, y entonces toparon con John McCain y, despu¨¦s de ¨¦l, el desfile de antiguos generales que trataron de poner orden en la Casa de Trump.
As¨ª como el presidente hab¨ªa tachado a McCain de ¡°fracasado¡±, la opini¨®n de la Casa Blanca fue que esos exsoldados le hab¨ªan decepcionado y no hab¨ªan sabido estar a la altura de su puesto. Lo mismo ocurre con los m¨¦dicos como el epidemi¨®logo Anthony Fauci, que dejan en mal lugar a unas personas para las que llevar m¨¢scara es se?al de debilidad, progresismo o ambas cosas. Los generales y los m¨¦dicos act¨²an movidos por esp¨ªritu de servicio, y el servicio es un concepto que queda fuera de la ¨®rbita del juego de suma cero, porque consiste en dar a otros en lugar de quitarles. En jerga trumpiana, el servicio es cosa de ¡°pringados¡±.
En otros pa¨ªses y otras ¨¦pocas, la traici¨®n ha sido la gasolina que ha alimentado la violencia extremista. Despu¨¦s de la Primera Guerra Mundial, la convicci¨®n de muchos alemanes de que algunos ¡ªsobre todo los jud¨ªos¡ª los hab¨ªan traicionado desde dentro legitimaron las represalias nazis contra estos y otros enemigos internos. Pero hoy, en Estados Unidos, el tama?o del pa¨ªs ¡°verdadero¡± disminuye a medida que crece la lista de personas que lo han traicionado.
Eso es lo que me preocupa de la Base cuando hayan quedado atr¨¢s unas elecciones que Trump seguramente va a perder. La gente normal de Estados Unidos habr¨¢ traicionado a los defensores del ¡°verdadero¡± Estados Unidos. Y estos acudir¨¢n a los te¨®ricos de la conspiraci¨®n, los justicieros armados, un Ku Klux Klan renacido, porque son grupos con cuya agresividad sabr¨¢n que pueden contar. ?Parece una posibilidad exagerada? Tambi¨¦n en 2016 todo el mundo pensaba que era imposible que resultase elegido alguien como el hoy presidente Trump.
En los a?os setenta, yo pensaba que las heridas ocultas de la lucha de clases pod¨ªan curarse, en parte, mediante las interacciones cercanas y personales con personas diferentes. Hoy no tiene sentido mantener esa esperanza. He perdido mi capacidad de empat¨ªa. El lema de ¡°unir al pa¨ªs¡± pierde cualquier posible sentido ante un grupo como la Base, que se ha endurecido y se acerca cada vez m¨¢s a la extrema derecha; por el contrario, ha llegado el momento de pedirle responsabilidades por las tendencias criminales que su l¨ªder no ha dejado de fomentar.
Richard Sennett es soci¨®logo. Es Senior Fellow en el Centro de Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia, profesor visitante de Estudios Urbanos en el MIT y asesor principal de las Naciones Unidas en el Programa sobre el Cambio Clim¨¢tico y las Ciudades
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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