Sobre las ruinas de la clase media, el resurgir de la gente corriente
El renacimiento de las clases populares es s¨ªntoma del colapso de la ideolog¨ªa neoliberal. Es cierto que a veces utilizan t¨ªteres populistas, pero no quieren dictadores, solo buscan respuestas pol¨ªticas

El proyecto social m¨¢s ambicioso de la historia, el de la clase media occidental, ha concluido. Es indudable que el modelo neoliberal adoptado en los a?os ochenta ha creado mucha riqueza, pero fracas¨® en un aspecto social: no ha construido sociedad. Este modelo nada igualitario ha permitido la integraci¨®n de una parte importante de las clases superiores, pero ha debilitado unas detr¨¢s de otras a las capas que constitu¨ªan la base de la clase media: los obreros, los campesinos, los empleados, los peque?os aut¨®nomos, los jubilados. Excluidos de las zonas de empleo m¨¢s activas, las que crean m¨¢s puestos de trabajo, estas categor¨ªas viven hoy en los territorios que crean menos: pueblos, ciudades medianas y zonas rurales. Por primera vez en la historia, las capas m¨¢s modestas han dejado de vivir en las zonas donde se crea la riqueza.
Adem¨¢s de haber quedado econ¨®mica y geogr¨¢ficamente relegados, tambi¨¦n ha habido una marginaci¨®n cultural que ha desembocado en la invisibilizaci¨®n de la mayor¨ªa de las clases populares. Para las ¨¦lites occidentales y una parte del mundo pol¨ªtico e intelectual, refugiadas en las grandes metr¨®polis gentrificadas, esas categor¨ªas hab¨ªan desaparecido, hab¨ªan dejado de existir o, peor a¨²n, se las consideraba representantes de un mundo viejo, destinado a disolverse en la modernidad neoliberal.
Las metr¨®polis, escaparate de ese modelo neoliberal, consiguieron integrarse en la econom¨ªa mundial, pero su aburguesamiento, su homogeneizaci¨®n social y cultural, las aisl¨® de las zonas rurales. Estas nuevas ciudadelas medievales del siglo XXI han encerrado gradualmente a la nueva burgues¨ªa en unas representaciones truncadas de la sociedad, y eso es consecuencia de un proceso que Christopher Lasch empez¨® a se?alar ya en los a?os ochenta, el de la secesi¨®n de las ¨¦lites. Una secesi¨®n mucho m¨¢s importante de lo que imaginaba el historiador estadounidense, puesto que no afecta solo a las clases dirigentes y los ricos sino a un segmento m¨¢s amplio de las clases altas.
Estamos acostumbrados, por ejemplo, a denunciar las desigualdades frente al ¡°1%¡± o el ¡°0,1%¡± de forma que reducimos la cuesti¨®n social a una oposici¨®n entre ese 1% y el 99% restante. No es mi intenci¨®n negar el papel determinante que ha tenido el 1% en las decisiones econ¨®micas de los pa¨ªses occidentales en los ¨²ltimos decenios, sino de preguntarse sobre las que hacen posible que exista ese 1%. En efecto, el sistema no podr¨ªa funcionar sin la colaboraci¨®n de las clases medias urbanas, con su contribuci¨®n ideol¨®gica y cultural al modelo econ¨®mico liberal que ha sacrificado a las clases populares. Es decir, la secesi¨®n no es solo cosa de las ¨¦lites, sino de un bloque m¨¢s amplio que representa a entre el 20 y el 30% de la poblaci¨®n. La denuncia est¨¦ril del 1% nos ofrece consuelo moral, pero no permite explicar c¨®mo ha podido imponerse el modelo neoliberal.
As¨ª, pues, a finales del siglo pasado, el asunto estaba cerrado y el eclipse cultural de la gente com¨²n parec¨ªa darse por sentado y aceptado. Las clases populares hab¨ªan perdido e iban a desaparecer. Ni la captaci¨®n de riquezas, ni de bienes inmuebles y puestos de trabajo parec¨ªa poder detener una din¨¢mica que consagraba la victoria econ¨®mica y cultural del mundo de arriba. Un sentimiento de invulnerabilidad y omnipotencia se fue adue?ando de los estratos superiores de la sociedad. La soberbia de los vencedores de la globalizaci¨®n era tal que, en 2005, el multimillonario estadounidense Warren Buffett no tuvo reparos en pronunciar esta frase lapidaria: ¡°La guerra de clases existe, y la hemos ganado nosotros¡±. Ten¨ªa raz¨®n en una cosa: la guerra de clases existe. Pero se equivoc¨® en el aspecto esencial: ¡°Ellos¡± no hab¨ªan ganado la guerra, solo una batalla. Sin duda cegado por el incremento exponencial de su fortuna, Buffett no hab¨ªa comprendido que los indicadores econ¨®micos, los ¨ªndices de crecimiento y la acumulaci¨®n de riquezas no dejaban ver un movimiento de fondo que iba a provocar un vuelco de la historia. En los abismos de las sociedades occidentales, las clases populares no hab¨ªan desaparecido sino que estaban recomponi¨¦ndose, volvi¨¦ndose aut¨®nomas y prepar¨¢ndose para el regreso. Esta intromisi¨®n, que la clase dominante llama ¡°populismo¡±, no es m¨¢s que la parte visible de un renacimiento que va m¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica. La verdadera correlaci¨®n de fuerzas no se decide en el tablero pol¨ªtico, sino en el cultural.
Este renacimiento de la gente corriente, visible en todo el mundo occidental, debilita el discurso y las representaciones dominantes. El desaf¨ªo de la gente corriente frente al mundo pol¨ªtico, los medios de comunicaci¨®n y un sector de la clase intelectual han alcanzado unos niveles sin precedentes. Es s¨ªntoma del colapso cultural de una ideolog¨ªa adoptada por las ¨¦lites, pero que ya no tiene influencia en la sociedad. La pandemia, que ha vuelto visibles a las clases modestas (desde el personal sanitario hasta los repartidores pasando por los basureros, desde los campesinos hasta los obreros y los artesanos), tambi¨¦n ha dejado al descubierto la vacuidad del modelo neoliberal. Y las grandes ciudades, s¨ªmbolos de este sistema, ilustran el fracaso de un modelo que se rompe bajo el peso de sus contradicciones.
Las metr¨®polis concentran a la mayor¨ªa de las clases m¨¢s altas y controlan desde hace d¨¦cadas la parte fundamental del empleo, la riqueza y las inversiones, tanto p¨²blicas como privadas. El ascenso de las grandes urbes, producto de la ideolog¨ªa dominante, se convirti¨® en dogma, en un horizonte infranqueable. Estos gigantes con pies de barro, excesivos, esclerotizados por su falta de diversidad social, simbolizan el hundimiento cultural del mundo de arriba. As¨ª como los dictadores que antiguamente erig¨ªan palacios y villas de opereta para asentar su poder y su legitimidad sin comprender hasta qu¨¦ punto aquella ostentaci¨®n del lujo los hac¨ªa m¨¢s vulnerables, las clases dominantes contempor¨¢neas no son conscientes de la indecencia de este proyecto metropolitano. Lejos de la promesa de la ciudad ideal, estas ciudadelas ricas se han convertido en el s¨ªmbolo del rechazo de la gente corriente y, peor a¨²n, no parecen satisfacer las expectativas de las clases altas. Por ejemplo, en la regi¨®n de Par¨ªs, ocho de cada 10 directivos planean irse a vivir a otra zona de Francia. Y es una tendencia mundial. En Estados Unidos, Jo?l Kotkin ha revelado que los millenials y las clases creativas est¨¢n huyendo de las grandes ciudades de las dos costas. Incluso Silicon Valley est¨¢ sufriendo la ¡°dispersi¨®n¡±. Uber se ha ido a Dallas, Apple a Austin, Lyft a Nashville. India y China tambi¨¦n est¨¢n tratando de organizar migraciones fuera de las grandes ciudades. En toda Europa, muchas empresas tecnol¨®gicas est¨¢n y¨¦ndose de las grandes capitales. En Francia, los municipios menos densamente poblados de la periferia son, en proporci¨®n, los que m¨¢s habitantes atraen. La ciudad abarrotada est¨¢ sufriendo el rechazo en todo el mundo. El modelo urbano basado en la hipermovilidad y la aceleraci¨®n permanente est¨¢ demostrando que no es sostenible ni desde el punto de vista ecol¨®gico ni desde el punto de vista social. Las metr¨®polis son hoy el blanco de las cr¨ªticas, en especial desde que estall¨® la crisis sanitaria. El callej¨®n sin salida de este modelo desigual, que en realidad solo est¨¢ dirigido al 20 o 30% de la poblaci¨®n urbana con altos ingresos, ha hecho m¨¢s atractivos otros territorios, otros estilos de vida, que son los de la gente corriente.
La gente corriente, hoy, puede invertir el curso de la historia. Lo ha demostrado la clase obrera brit¨¢nica al imponer el Brexit o, en Francia, el movimiento de los chalecos amarillos, que debilit¨® de forma duradera a Emmanuel Macron con sus reivindicaciones de justicia social. Este renacimiento nos permite salir de la pesadilla de una sociedad definitivamente atomizada e individualista que denunciaba el fil¨®sofo Zygmunt Bauman cuando critic¨® la aparici¨®n de una sociedad l¨ªquida. Ahora, al recomponerse y defender el bien com¨²n, la gente corriente est¨¢ permitiendo que salgamos de ese callej¨®n sin salida social. Por eso, en lugar de considerarlo un peligro, ese renacimiento debe considerarse una oportunidad. Aunque es cierto que las masas populares, a veces, utilizan t¨ªteres populistas para decir que existen, eso no significa que est¨¦n buscando un aprendiz de dictador sino, sobre todo, una oferta pol¨ªtica.
Hay un mecanismo de relojer¨ªa que mueve el mundo. Es el de la gente corriente, la que siempre se ha hecho cargo de la realidad. Este mecanismo no anuncia una sociedad ideal ni la pesadilla de un mundo dist¨®pico, sino que es coherente con los l¨ªmites del mundo. El ritmo y las aspiraciones de las personas corrientes no nos llevan al mejor de todos los mundos, pero permite que la sociedad recupere su coherencia. El mundo de las periferias populares no es fruto de una utop¨ªa ni mucho menos el resurgir de un mundo antiguo, sino el marco coherente en el que la sociedad debe renovarse. La mec¨¢nica de la gente corriente no es un obst¨¢culo. Es lo que mueve el mundo.
Christophe Guilluy es ge¨®grafo. Ha publicado No society. El fin de la clase media occidental (Taurus, 2019).
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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