Personajes fuera de los libros
Muchos sujetos literarios son en s¨ª mismos una idea, pasan a ser un punto de referencia com¨²n porque representan nuestras propias percepciones del mundo
En un reciente taller de creaci¨®n literaria, uno de mis alumnos planteaba la pregunta siempre constante de la importancia, o necesidad, de la escritura y de los escritores, en un mundo en crisis, como si la magnitud de esa crisis volviera banal el acto de escribir.
Mi repuesta a este joven aspirante a escritor, que cuestiona la utilidad de su propio oficio, comienza por afirmar que, precisamente, los fen¨®menos sociales son el caldo de cultivo de la literatura, pestes, guerras, enfrentamientos, en la medida en que afectan a los seres humanos porque provocan muerte y desgracias, ausencias, encuentros fortuitos, y son capaces de crear pathos, drama. Cuando dejamos de mirar el todo, y entramos en las vidas de los individuos, es que surge la literatura.
Por tanto, la literatura no es prescindible, como algo que se puede abandonar porque la colocamos en un platillo de la balanza, y en el otro ponemos todo el peso desalentador de las crisis sociales. La literatura est¨¢ para convertir esos hechos en historias donde encarnen personajes capaces de salirse de las p¨¢ginas de los libros.
Y es hacia donde se dirigi¨® la discusi¨®n entonces en el taller, hacia los arquetipos literarios, que llegan a tener su propia andadura ya no como personajes de ficci¨®n, lejos de lo ficticio, sino como sujetos reales en el mundo real.
Pasan a ser un punto de referencia com¨²n porque representan nuestras propias percepciones del mundo, y se vuelven una s¨ªntesis de lo que en determinado momento no podemos expresar de otra manera. Son en s¨ª mismos una idea, una imagen. Y se convierten en arquetipos a¨²n para quienes nunca han le¨ªdo los libros de donde salieron.
El proceso de creaci¨®n literaria lleva a convertir a las personas en personajes, que es cuando adquieren ese relieve singular que los aparta del com¨²n. Pero cuando el personaje se sale del libro vuelve a convertirse en persona, y goza entonces de esa naturalidad que le da la vida real, viviendo entre los dem¨¢s.
Ulises es un nombre com¨²n a¨²n para los que nunca han le¨ªdo La Odisea, y cuando queremos significar todo lo que es dif¨ªcil, o azaroso, decimos simplemente que es una odisea. ?Y la guerra de Troya? Los grandes fracasos, las grandes derrotas son siempre Troya incendiada y desolada. Aqu¨ª fue Troya.
Homero, a trav¨¦s de milenios, es el gran dispensador de arquetipos, y a¨²n de nombres de pila. En mi infancia, su elenco completo andaba por las calles de Masatepe, panaderos, agricultores o alba?iles, jugadores empedernidos de gallos, bordadoras y costureras, y maestras de escuela: H¨¦ctor, Ulises, Tel¨¦maco, Aquiles, Ifigenia, Casandra, y una Helena que de verdad era bella. Era un pueblo hom¨¦rico.
Pero esta es una expresi¨®n que va m¨¢s all¨¢. Hom¨¦rico es lo portentoso, lo extraordinario. Como Am¨¦rica Latina misma, que es hom¨¦rica porque su historia ha representado tantas veces la epopeya, que tiene siempre mucho de hero¨ªsmo pero tambi¨¦n de injusticia y de crueldad. Hom¨¦rica Latina, como llam¨® la escritora argentina Marta Traba a un libro de cr¨®nicas suyo.
El personaje que ha sabido ganar m¨¢s realidad fuera de la p¨¢gina escrita, es, por supuesto, don Quijote. Si una agencia de viajes anunciara en un tour guiado por La Mancha una visita a su tumba, donde descansa al lado de Sancho, ning¨²n turista lo creer¨ªa una tomadura de pelo.
Y tampoco es necesario haber le¨ªdo a ser Cervantes para creer en la existencia real de estos dos personajes que han llegado a representar, m¨¢s all¨¢ de cualquier intenci¨®n de quien los cre¨®, los dos polos entre los cuales siempre creemos movernos, idealismo y materialismo, la elevaci¨®n de miras y la bajeza, o, si se quiere, locura frente a cordura; y es por eso que ambos son tan populares, porque se les suele contraponer en la vida com¨²n, y es de all¨ª que resulta lo quijotesco.
Quijote se vuelve quien quiera alcanzar lo que est¨¢ demasiado distante, o no es posible, y lejos de tener un sentido real de la vida, que quiere decir tener un sentido pr¨¢ctico, termina convirti¨¦ndose en un bueno para nada. Un quijote al que se termina viendo con ojos de desd¨¦n, o de misericordia.
Mefist¨®feles no ser¨ªa tan popular si no hubiera pasado por las p¨¢ginas del doctor Fausto. El diablo que nos tienta con librarnos de la pobreza y de la vejez, es mucho m¨¢s conocido entre quienes nunca han le¨ªdo a Goethe que el propio sabio alquimista dispuesto a entregar su alma. No todo el mundo dice faustiano, como dice hom¨¦rico, o dice quijotesco. O dice donjuanesco.
Don Juan, el mujeriego due?o de todos los excesos y de todas las alcobas, que desaf¨ªa altanero a la muerte y a los muertos, es m¨¢s popular que el autor, o los autores que lo inventaron, porque ha sido inventado en el alma de cada quien. Y popular, sin duda, la Celestina, en la vida y en la lengua de todos los d¨ªas.
Pero a cu¨¢ntos que ni siquiera saben de la existencia de Kafka, ni menos lo han le¨ªdo, he o¨ªdo decir kafkiano cuando se ven atrapados en situaciones que no comprenden, o cuando son v¨ªctimas de lo absurdo a que el destino los somete. O de la burocracia, o del poder, que son formas del destino.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y Premio Cervantes 2017. Su ¨²ltima novela es Ya nadie llora por m¨ª (Alfaguara).
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