El valor de la incomodidad
Si la pandemia nos devuelve la atenci¨®n al espacio que habitamos, habremos hecho algo importante
Desde el inicio de la pandemia, muchos de nosotros, por necesidad o conveniencia, nos hemos trasladado al campo. ?C¨®mo cambia el concepto de habitar cuando los servicios b¨¢sicos que en la ciudad d¨¢bamos por hecho no est¨¢n asegurados? ?Qu¨¦ se aprende al asumir las incomodidades cotidianas en las que se asienta nuestro confort?
¡°Nadie que posea su propia casa y parcela puede ser comunista. Tiene demasiado que hacer¡±. Esto fue lo que le dijo William Levitt al presidente Truman para que le permitiera edificar miles de suburbios alrededor de las ciudades de Estados Unidos. Los Levitt fueron constructores que trasladaron el modo de producci¨®n de l¨ªnea de montaje a la fabricaci¨®n de viviendas unifamiliares tras la Segunda Guerra Mundial. Las ciudades dormitorio simbolizaron, durante d¨¦cadas, el triunfo del sue?o americano. No son pocos los problemas que trajo consigo la extensi¨®n de la vida suburbana, que era, adem¨¢s, profundamente excluyente. Sin embargo, no carece de inter¨¦s dedicar unas l¨ªneas a la idea de que una casa y una parcela suponen tener demasiado que hacer. Se trata de algo inc¨®modo que requiere de atenci¨®n, tiempo y compromiso; especialmente si tenemos en cuenta que, en general, las casas fuera de n¨²cleos urbanos accesibles en nuestro pa¨ªs poco se parecen a las viviendas semiprefabricadas de Levitt.
?Qu¨¦ significa vivir en una casa independiente que no posea las comodidades y seguridades inmediatas que caracterizan o caracterizaban a la ciudad? El incremento de poblaci¨®n que abandona el n¨²cleo urbano coincide con una tendencia de cr¨ªtica, m¨¢s o menos certera, a los neorrurales, como yo y mi familia. Hace unos meses dejamos la ciudad. Ahora vivimos en un pueblo de la sierra Norte en donde, desde hac¨ªa tiempo, fantase¨¢bamos con establecernos. Quiz¨¢ este sea el motivo que me lleva a partir una lanza a favor de quienes abrazan la misma opci¨®n. Tener una opci¨®n es siempre un privilegio, aunque, como sucede en nuestro caso, se trate de una opci¨®n envenenada por la pandemia.
?Qu¨¦ pasa cuando te encuentras con una casa y una peque?a parcela? ?C¨®mo se habita este territorio? La esencia fundamental del habitar, dec¨ªa Heidegger en 1951, es velar por, custodiar, cuidar, ¡°abrigar las cosas que crecen y erigir propiamente las cosas que no crecen¡±.
Dedicar tiempo a cuidar una casa y un terreno, por peque?o que sea, supone relacionarse de otra manera con el entorno. Ser responsable de un terreno te obliga a la acci¨®n y al cuidado. En una casa alejada del n¨²cleo urbano, especialmente si no pertenece a ninguna urbanizaci¨®n, no se puede dar por hecho ni el agua corriente, ni la electricidad, ni la calefacci¨®n. Cuando se es responsable de la casa, ni siquiera el dinero (cuando lo hay) sustituye la dedicaci¨®n que requieren las constantes emergencias. Por eso, tener (o alquilar de forma permanente) una casa conlleva invertir tiempo en entender c¨®mo funciona. ?De qu¨¦ depende el bienestar? El confort no se traduce en algo simb¨®lico, no es una cifra de una factura. El confort se ve, se huele, se toca: es el descenso del gasoil o la pila de le?a cuando llega el fr¨ªo; es la escasez del agua del pozo durante los meses del verano. Para que el cuerpo se caliente o beba, ese mismo cuerpo tiene que procurarse combustible o agua. Esta relaci¨®n directa con la materialidad cotidiana supone tener mucho que hacer.
Responsabilizarse del cuidado de la existencia es un acto pol¨ªtico. Solo si entendemos la pol¨ªtica como un vigoroso estallido revolucionario, tener mucho que hacer limita nuestras opciones. Cuando se evidencia la fragilidad de los cuerpos y del ecosistema, emerge adem¨¢s la sensaci¨®n de codependencia y solidaridad vecinal; aqu¨ª tambi¨¦n hay pol¨ªtica. Habitar una casa limita la libertad de movimiento. Una casa, m¨¢s a¨²n cuando se ha cultivado o se poseen animales, requiere de un mantenimiento y cuidado constante. El campo se resiste a la modernidad l¨ªquida, de la que nos advert¨ªa Zygmunt Bauman y, en este sentido, nos aleja de nuestros compa?eros urbanitas. La distancia puede desvanecerse por medio de las tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n, pero no la atenci¨®n y el tiempo. El espacio, al convertirse en un lugar del que se es responsable, se pliega como un agujero negro cuya gravitaci¨®n reclama atenci¨®n y absorbe el tiempo. Cuando el espacio se erige como soberano estamos en las ant¨ªpodas del turista que se propulsa de un sitio a otro sitio, sin casi reparar en la tierra. No en vano los tours que ofrecen las agencias se ofertan por d¨ªas. En el comercio, prima el tiempo. En el tambaleante sistema del capitalismo tard¨ªo, el dios Cronos ha reconquistado el Olimpo. ¡°Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros¡±, dec¨ªa Sartre. Si esta pandemia nos devuelve la atenci¨®n al cuidado inc¨®modo que requiere el espacio que habitamos fuera del espejismo temporal que marcan los mercados, habremos hecho algo importante.
Mar G¨®mez Glez es dramaturga, narradora, cr¨ªtica y profesora universitaria.
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