El quinto poder
Que la ciencia forme parte de la pol¨ªtica ya parec¨ªa una extravagancia en tiempos de Galileo
La ciencia genera razones que el poder no entiende, parafraseando a Pascal, o m¨¢s bien arruinando el sentido de su aforismo. La frase original del matem¨¢tico y te¨®logo franc¨¦s (¡°el coraz¨®n tiene razones que la raz¨®n no entiende¡±) es un bodrio, porque las razones del coraz¨®n a las que refiere Pascal est¨¢n inspiradas por la gracia divina y la fe cristiana, dos fuentes de dudosa solvencia. Pero la ciencia s¨ª que genera razones que el poder no entiende, y lo estamos viendo todos los d¨ªas de la crisis pand¨¦mica. El sue?o de los epidemi¨®logos es que nos quedemos todos en casa, que no viajemos, que no celebremos reuniones familiares de Navidad y que no formemos conglomerados humanos para ir de compras. Hay razones s¨®lidas para ello, pero es obvio que los pol¨ªticos no las entienden. Si podemos ampliar a 10 comensales la restricci¨®n a seis, o si retrasamos media hora el toque de queda en Nochebuena, pues mucho mejor para nuestros electores, y luego que se vayan a la misa del gallo, aunque sea sin cantar. El resultado de esa decisi¨®n se medir¨¢ en enfermedad y muerte en enero o febrero. La Bolsa o la vida, ese dilema que no existe, seg¨²n los l¨ªderes de la pol¨ªtica y de la empresa. ?C¨®mo no va a existir, si lo estamos padeciendo todos los d¨ªas?
Que la ciencia pueda intervenir en las decisiones del poder es una idea que nos suena innovadora en nuestro tiempo, pero que hunde sus ra¨ªces en Francis Bacon y Galileo, y por tanto en los mismos or¨ªgenes de la ciencia moderna. Este es el tema central del ¨²ltimo libro del fil¨®sofo Robert Crease, Los cient¨ªficos y el mundo; lo que diez pensadores nos ense?an sobre la autoridad de la ciencia, reci¨¦n publicado por Cr¨ªtica. El mero concepto de que la ciencia forme parte de la estructura de poder de un pa¨ªs, que a¨²n hoy resulta ex¨®tico, parec¨ªa simplemente una extravagancia en tiempos de Bacon, Galileo y Descartes. ?Lo es realmente? R¨ªos de tinta han corrido para rechazar las tecnocracias, unos Estados de pesadilla donde rigen las doctrinas econ¨®micas por encima de las buenas o malas intenciones pol¨ªticas. Pero las malas lenguas dicen que la econom¨ªa es una disciplina excelente prediciendo los fen¨®menos del pasado. Ahora hablamos m¨¢s bien de una cienciocracia que pretende desde hace cuatro siglos convertirse en un tercer poder, junto a la religi¨®n y el Estado. Hoy dir¨ªamos un quinto poder, tras el ejecutivo, el legislativo, el judicial y el medi¨¢tico.
Galileo no solo destaca como un padre de la ciencia, sino tambi¨¦n como un se?alado bocazas, al menos para los est¨¢ndares de una ¨¦poca en que no se hab¨ªan inventado las tertulias de televisi¨®n. Estaba convencido, por ejemplo, de que su estrategia matem¨¢tica para entender el mundo ten¨ªa tanta autoridad como la mism¨ªsima Biblia. Cuando los guardianes de la moral le replicaban citando las Escrituras, el genio italiano se revolv¨ªa como un jabal¨ª herido y se liaba a insultar a sus adversarios, ri¨¦ndose de ellos con una mala uva destilada de su gran inteligencia. Acab¨® en la c¨¢rcel, y gracias a Dios, porque la mayor¨ªa de los te¨®logos quer¨ªan mandarlo directamente a la hoguera. Pero nunca dej¨® de defender que la ciencia deb¨ªa ser una fuente de autoridad. Hoy sigue sin serlo.
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