La sonata Opus 109
Desde que comenz¨® este accidentado a?o de Beethoven en el que la programaci¨®n para festejar los 250 del nacimiento del compositor ha sido cancelada en todo el planeta he pensado mucho en los pianistas desdichados
De ni?os, ni mis hermanos ni yo pensamos nunca que ¨¦ramos gente pobre porque en casa siempre tuvimos un piano.
El primero de una sucesi¨®n de cachivaches sonoros fue un apolillado Schimmel de tercera o cuarta mano, rescatado del cuarto trastero de la escuela municipal Pastora Land¨¢ez donde mam¨¢ era maestra. Con los ahorros de mi vieja y parte del bono especial de fin de a?o de la Phillips Petroleum Co. que pap¨¢ trajo a casa las Navidades del 67, mi hermano mayor tuvo al fin un Danemann ingl¨¦s, vertical y nuevecito con que practicar, terminar la carrera musical y eventualmente hacerse concertista.
Los recuerdos de mi hermano el pianista, muerto tr¨¢gica y prematuramente, comienzan invariablemente la tarde en que, luego de batallar durante semanas con el prestissimo del segundo movimiento de la Sonata N? 30 en mi mayor, opus 109, de Ludwig van Beethoven, el flaco logra trasponer con limpia donosura ese pasaje famosamente dificultuoso.
Como es sabido, el brev¨ªsimo primer movimiento de esta sonata se funde desde un acorde en el segundo que, de inmediato, se convierte en un endemoniado scherzo. El tercer movimiento desarrolla seis legendarias, demoradas variaciones que aquella tarde mi hermano no atac¨® porque se detuvo en seco al final del prestissimo, abismado quiz¨¢ por la repentina y fluida limpidez de su propia ejecuci¨®n.
En el recuerdo sigo estando en mi habitaci¨®n, echado en la cama, leyendo, y veo a mi madre atravesar sin prisa el patio, rumbo a la salita del piano, las manos entrelazadas a la altura del pecho y sonriendo ext¨¢tica. Mi hermano termina abruptamente, como digo, el segundo movimiento, suelta una salvaje carcajada de triunfo y estalla en aplausos. Yo grito ¡°bravo¡±.
Desde que comenz¨® este accidentado a?o de Beethoven en el que todos los recitales, conciertos y temporadas tem¨¢ticas cuidadosamente programadas durante a?os para festejar los 250 del nacimiento del compositor se han visto cancelados en todo el planeta he pensado mucho en los pianistas desdichados, como mi hermano mayor y como Lewanski, el promisorio concertista jud¨ªo polaco asesinado por los nazis en el gueto de Litzmannstadt, la actual Lodz, en Polonia. Lodz fue uno de los guetos m¨¢s grandes del Tercer Reich. Lewanski ten¨ªa 28 a?os cuando recibi¨® un disparo en la nuca.
Lewanski tambi¨¦n tuvo que v¨¦rselas con la Opus 109: para su desesperaci¨®n, y a diferencia de mi hermano, lo derrotaban las variaciones del tercer movimiento. Su carrera, sin embargo, no termin¨® el d¨ªa en que fue asesinado en la estaci¨®n ferroviaria mientras trataba escabullirse del gueto y huir de las SS. Lewanski persever¨®, despu¨¦s de muerto, en echar adelante su carrera en el Hades que para ¨¦l y muchas otras v¨ªctimas de la Soluci¨®n Final, as¨ª como para la legi¨®n de sus asesinos, cre¨® el novelista alem¨¢n Hartmut Lange ( Berl¨ªn,1937), autor de El Concierto ( Seix Barral, 1987, traducci¨®n de Pilar Giralt Gorina). Se trata de una compacta obra maestra de solo 90 p¨¢ginas.
Despu¨¦s de morir, Lewanski se muda a un Berl¨ªn fantasmal y contempor¨¢neo de nosotros, una especie de Comala de la Rep¨²blica Federal Alemana de 1985 donde los muertos se hallan, s¨ªquica y emocionalmente hablando, varados en la inmediata posguerra sin trabar excesiva relaci¨®n con los vivos.
Frau Altenschul tambi¨¦n ha muerto: fue arrojada desnuda y a¨²n viva a la fosa com¨²n aneja a un campo de exterminio donde al cabo falleci¨®. Pero, al igual que todos en este Berl¨ªn de ultratumba, frau Altenschul ha retomado su vida tal como era al momento de ser asesinada: organiza veladas musicales. ¡°Quien entre los muertos de Berl¨ªn ten¨ªa categor¨ªa y nombre ¨C son palabras de Lange¡ª, quien estaba harto de mezclarse con los vivos, quien ten¨ªa en mucha estima el recuerdo de aquellos a?os que vivi¨® en el tiempo anterior procuraba tarde o temprano ser invitado al sal¨®n de frau Altenschul¡±.
Parte del hechizo de la novella se cifra en las singulares leyes de composici¨®n de este inframundo dictadas por Lange: por ejemplo, ninguna de las v¨ªctimas jud¨ªas y ninguno de los verdugos que figuran en ella muri¨® antes de 1933. Hay una intensa actividad inmobiliaria, rige la compraventa de bienes y servicios, las estaciones del a?o se suceden inalterablemente, los placeres sensibles no son desconocidos pero el registro de las pasiones es limitado: a las v¨ªctimas las embarga perennemente la congoja y la amargura por las vidas que les han sido arrebatadas; a los verdugos los abate un remordimiento inextinguible y el deseo de ser perdonados.
Todo ello rodea las acciones y los di¨¢logos de un doliente halo dantesco. Las v¨ªctimas anhelan volver a sus vidas y los verdugos ans¨ªan una oportunidad de enmienda.
En el primer recital que frau Altenschul organiza para ¨¦l, Lewanski se atasca, se averg¨¹enza y solo atina a decir " Litzmannstadt¡±, a manera de disculpa. Uno de los fantasmas sugiere ir¨®nicamente que abordar una sonata del Beethoven tard¨ªo requiere la experiencia de los a?os. ?Pero Lewanski est¨¢ condenado a tener 28 a?os eternamente sin que la intensa ejercitaci¨®n a que se dedica mejore su t¨¦cnica!
En este Berl¨ªn rulfiano prospera misteriosamente, entre v¨ªctimas y verdugos por igual, la superstici¨®n ¨®rfica de que el don musical de Lewanski puede deparar a todos una liberaci¨®n de aquel embotamiento de las almas. Si tan solo pudiese superar la ataxia del tercer movimiento de la Opus 109, Lewanksi podr¨ªa ser el oficiante de una comunal experiencia de reconciliaci¨®n y, quiz¨¢, de resurrecci¨®n. La maestr¨ªa de Lange logra que, hacia el final de un relato que nunca nombra a Adolf Hitler, el lector tambi¨¦n anhele una epifan¨ªa de salvaci¨®n.
Frau Altenschul se niega a permitir en su sal¨®n familiaridad alguna con los nazis. ¡°La culpa puede ser una oportunidad¡±, sugiere entonces un fantasma jud¨ªo que se ha amistado con su verdugo particular. Lewanski se ve arrastrado a tocar en un auditorio subterr¨¢neo, bajo la antigua Canciller¨ªa, ante una legi¨®n de verdugos anhelantes, muchos de ellos con sus esposas.
Pero el andante, molto cantabile ed espressivo de las variaciones del tercer movimiento lo derrota una vez m¨¢s y solo atina de decir: Litzmannstadt, Litzmanstadt. Les pido perd¨®n. Para poder tocar esto deber¨ªa ser m¨¢s maduro. Me arrebataron la vida demasiado pronto.
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