La ¨²ltima palabra
De poco sirven las proclamas de europe¨ªsmo si decaen cuando Europa pone l¨ªmites
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos fall¨® que el juicio a Arnaldo Otegi y cuatro dirigentes de la izquierda abertzale por el caso Bateragune no fue imparcial. Y ahora el Tribunal Supremo, despu¨¦s de un largo silencio, y siguiendo la petici¨®n de Vox, decide por unanimidad que se repita el juicio oral.
Llueve sobre mojado. U...
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El Tribunal Europeo de Derechos Humanos fall¨® que el juicio a Arnaldo Otegi y cuatro dirigentes de la izquierda abertzale por el caso Bateragune no fue imparcial. Y ahora el Tribunal Supremo, despu¨¦s de un largo silencio, y siguiendo la petici¨®n de Vox, decide por unanimidad que se repita el juicio oral.
Llueve sobre mojado. Una vez m¨¢s, el Tribunal Supremo confirma los abrumadores indicios de politizaci¨®n del poder judicial y de confusi¨®n entre los poderes del Estado. La reacci¨®n suena a orgullo patriotero: a nosotros, los europeos no nos enmiendan la p¨¢gina. Pero sobre todo es un motivo m¨¢s para sospechar que no hay intenci¨®n del Supremo de quitarse de encima la carga pol¨ªtica suplementaria que viene asumiendo desde que el Gobierno de Rajoy le subrog¨® la cuesti¨®n catalana. De modo que es perfectamente razonable que cunda la sospecha de que se est¨¢ preparando el terreno por si Estrasburgo tumbara la sentencia del proc¨¨s. Otra vez a juicio. Y que no decaiga la tensi¨®n.
Y, sin embargo, en democracia es obligaci¨®n de todos los poderes del Estado favorecer la distensi¨®n siempre que sea posible. O por lo menos esto es lo que parecer¨ªa aconsejar la noble virtud cardinal de la prudencia. Esta reacci¨®n tard¨ªa del Supremo ha coincidido en el tiempo con el injustificable rechazo del PP a renovar el Consejo General del Poder Judicial, que por otra parte sigue tomando decisiones desbordando los plazos de su mandato, completando as¨ª el retablo de la confusi¨®n entre pol¨ªtica y justicia que habita en las instituciones. La primera obligaci¨®n de quienes se presentan como defensores de la Constituci¨®n es cumplirla.
Pero el caso sugiere tambi¨¦n dos reflexiones de car¨¢cter general. La primera es que el trabajo bien hecho evitar¨ªa m¨¢s de un traspi¨¦s como el que ha sufrido el Supremo en este caso. Y que la justicia espa?ola lleva ya un n¨²mero suficiente de reveses en Europa como para pensar que la obsesi¨®n pol¨ªtica puede perturbar a veces la raz¨®n jur¨ªdica. Un d¨¦ficit de serenidad y solvencia en la escena europea que no es s¨®lo imputable a la justicia, Espa?a se pierde muchas cosas, empezando por gran parte de los fondos europeos, por no hacer bien los deberes. Y ah¨ª cuentan los obst¨¢culos administrativos, pero tambi¨¦n la incapacidad de la sociedad civil a la hora de proponer proyectos de envergadura.
Y la segunda reflexi¨®n es que de poco sirven las proclamas de europe¨ªsmo si decaen cuando Europa pone l¨ªmites. Una instituci¨®n europea cuestiona una decisi¨®n de un poder espa?ol y salta enseguida la pulsi¨®n patri¨®tica: Somos un Estado y la ¨²ltima palabra la tenemos nosotros. Una enfermedad que no es espec¨ªfica de Espa?a, est¨¢ muy extendida en el continente y explica por qu¨¦ cuesta tanto que Europa pase de potencia a acto. La patria sigue siendo el reducto m¨¢gico de la ¨²ltima palabra.