La gangrena
La magia siempre necesit¨® de la habilidad del mago. Como el libro del escritor laborioso y la monarqu¨ªa de un rey que hace valer su utilidad
Pasados unos meses, la exhumaci¨®n de Franco del Valle de los Ca¨ªdos ha venido a ocupar el sosegado rinc¨®n del que nunca debi¨® desbordarse. Las pasiones son siempre inducciones urgentes que vienen estimuladas por la agenda pol¨ªtica m¨¢s ocasional. Si en aquel momento algunos quisieron ver una quiebra del pacto de Transici¨®n, eligieron mal el asunto sobre el que volcar sus inquietudes. Tras la devoluci¨®n del Pazo de Meir¨¢s al dominio p¨²blico, los inspectores de patrimonio dieron fe de un expolio continuado, basado en un sentido de la apropiaci¨®n por parte de la familia Franco que respond¨ªa m¨¢s a la avaricia y la impunidad que a todos los esl¨®ganes paternalistas que el r¨¦gimen quiso inventar. Fue sorprendente incluso que la Xunta reclamara para s¨ª el control de la propiedad, pues su falta de inter¨¦s y su indiferencia a lo largo de los a?os contrasta con la lucha esforzada de peque?as autoridades municipales y asociaciones de vecinos. El camino legal ha sido lento y lleno de trabas, pero premia a quienes se tomaron la reclamaci¨®n como una cuesti¨®n de orgullo popular frente a los que de tanto empe?arse en no abrir heridas pareciera que apuestan por un pa¨ªs gangrenado. Queda un largo trecho por recorrer.
No se puede comparar ese agravio hist¨®rico con los problemas fiscales del rey em¨¦rito. Pero el estado de alarma con el que se han encendido quienes ven en las investigaciones un agravio al sistema mon¨¢rquico, reproduce esa confusi¨®n tan habitual entre prudencia e impunidad. No han sido los espa?oles los que han abierto la grieta del chafardeo y el inter¨¦s morboso, sino que los protagonistas voluntarios e involuntarios del suceso han dejado un reguero de indicios. En algunos casos los personajes son tan siniestros que uno deber¨ªa preguntarse qu¨¦ pintaban como invitados en tu casa. La presunci¨®n de inocencia no evita la sorpresa al ver una defensa centrada en tapar fugas de agua, pero no en esclarecer las dimensiones de la aver¨ªa. Como todos los ni?os aprenden en las primeras y odiosas papillas, cuanto m¨¢s peque?as son las cucharadas, m¨¢s eterno se hace vaciar el plato. Quienes de buena fe tratan de proteger a la Casa Real del da?o interno y del fuego enemigo har¨ªan bien en no confundir a quienes se escandalizan por lo que intuyen con radicales antisistema.
A toda persona le ha sucedido que en ocasiones quienes se erigen en sus defensores les causan m¨¢s da?o que otra cosa. Las herencias, como muchas familias han experimentado en la propia quiebra de cari?os entre padres, hermanos y seres queridos, son espoletas para dejar escapar los peores instintos. Cuando el rey Felipe renunci¨® a la herencia paterna trat¨® de instalarse en una nueva dimensi¨®n apartada y distante, pero el acoso de las ra¨ªces profundas, la expansi¨®n del da?o por c¨ªrculos ¨ªntimos y la franca curiosidad de los ajenos era previsible. Estamos ante un cap¨ªtulo de esos que o se cargan la novela o la propulsan hacia un nuevo destino. Los escritores, llegados a ese punto, recurren a la cursilada de decir que los personajes toman vida propia. Es una manera de asumir sus limitaciones mientras conceden a la inspiraci¨®n un rango m¨¢gico. Pero uno escribe su destino en zancadas cortas y en horario de oficina. La magia siempre necesit¨® de la habilidad del mago. Como el libro del escritor laborioso y la monarqu¨ªa de un rey que hace valer su utilidad.
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