Carta a una mujer que muri¨® tres veces
Se producen vacunas o se aterriza en Marte, pero asesinar a mujeres sigue siendo pr¨¢ctica extendida
Querida Marisela Escobedo: el pasado diciembre, con motivo del d¨¦cimo aniversario de tu asesinato, se encendieron 4.000 velas para recordarte frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua. All¨ª mismo una c¨¢mara de seguridad grab¨® el momento en el que un disparo te arrebat¨® la vida. En el encuadre aparece el coche de tu ejecutor, que se detuvo donde hab¨ªas acampado para pedir justicia por el feminicidio de tu hija a manos de su pareja. Ten¨ªa 17 a?os y, al nacer, le pusiste nombre de piedra preciosa: Rub¨ª. De ella solo encontrar¨ªas unos huesos en un descampado donde se suelen tirar despojos de animales. Un d¨ªa que no dabas con ella le preguntaste a ¨¦l por su paradero. Te dijo que se hab¨ªa ido con otro. No lo cre¨ªste y emprendiste su b¨²squeda. T¨², y no la polic¨ªa. Ellos incluso quisieron disuadirte de presentar una denuncia: se habr¨¢ ido y, si aparece muerta, es que algo habr¨¢ hecho. Difundiste su retrato en las calles, indagaste por los barrios, ofreciste recompensas, organizaste rastreos. Como apunt¨® Sergio Gonz¨¢lez en Huesos en el desierto, la inacci¨®n de las autoridades se convirti¨® en la ventaja de los feminicidas de Ciudad Ju¨¢rez. Ya entonces lo entendiste: el Estado tambi¨¦n ejerce el poder ausent¨¢ndose. Al permitir que se agreda, se viole y se mate con impunidad, decide qu¨¦ vida tiene valor y cu¨¢l no.
En aquellos d¨ªas m¨¢s del 90% de cr¨ªmenes contra mujeres no se resolv¨ªan: las carpetas de las investigaciones se acumulaban vac¨ªas. Hicieron que sus voces no tuvieran eco. Durante el juicio que acab¨® por absolver de todos los cargos al asesino de tu hija, a pesar de que este hab¨ªa confesado el lugar exacto donde escondi¨® sus restos carbonizados, aseguraste que cre¨ªas en la labor de los tribunales. Pronto tambi¨¦n descubrir¨ªas que se hab¨ªa invertido la l¨®gica de la justicia, pues al reclamar ese bien primordial se generaba m¨¢s violencia, y la madre que se atrev¨ªa a pedirla se convert¨ªa en la siguiente v¨ªctima. ¡°Si me vienen a asesinar, que me maten aqu¨ª, enfrente (del Palacio), para verg¨¹enza del Gobierno¡±, declaraste tras dos a?os de activismo en los que marchaste por las v¨ªas p¨²blicas con un meg¨¢fono y la imagen del homicida. Tras la sentencia absolutoria, este se dio a la fuga y se uni¨® al c¨¢rtel de Los Zetas. Eran los a?os m¨¢s violentos en Ciudad Ju¨¢rez donde, en palabras de la antrop¨®loga Rita Segato, el ¡°espacio de frontera entre la miseria-del-exceso y la miseria-de-la-falta es un abismo¡±. Y, con todo, t¨² no mostrabas miedo. Si te arrepent¨ªas de algo era de no haberla alejado de ¨¦l a tiempo. La noche en que te asesinaron, a pesar de que no estabas sola, el pistolero se acerc¨® a ti empu?ando el arma. Al verlo, cruzaste corriendo la calle. ?l te sigui¨® y te descerraj¨® por detr¨¢s un tiro en la cabeza. Luego se fue sin m¨¢s. Mientras tu familia te enterraba, quemaron tu maderer¨ªa y mataron a Manuel, tu cu?ado. Tu hijo mayor tuvo que pedir asilo en Estados Unidos, porque tambi¨¦n iban tras ¨¦l. A ti te quer¨ªan callada, pero no lo aceptaste. La historia del odio a la mujer que habla viene de antiguo y son muchos todav¨ªa los que querr¨ªan que el silencio fuera un atributo femenino.
En esta d¨¦cada, Marisela, han ocurrido cosas excepcionales: se detectaron ondas gravitacionales que confirmaron la teor¨ªa de la relatividad general, en menos de un a?o se han producido varias vacunas contra el virus que ha paralizado el planeta, por primera vez ha aterrizado con ¨¦xito una misi¨®n en Marte. Pero maltratar y asesinar a mujeres, abusar de ellas, sigue siendo una pr¨¢ctica extendida. Y lo es tanto en la realidad como en las pantallas. Junto al documental que explica tu vida, Las tres muertes de Marisela Escobedo (Netflix), abundan las pel¨ªculas y series de ficci¨®n cuya trama arranca con el asesinato de una o varias de nosotras. Prolifera el g¨¦nero del true crime, que no disimula la fascinaci¨®n por el tema. El sufrimiento del cuerpo femenino es un espect¨¢culo banal y cotidiano, algo que se da por descontado. El filme sobre ti de Carlos P¨¦rez Osorio me permiti¨® o¨ªr tu voz. Qu¨¦ cercano suena alguien cuando habla con amor y dignidad. Es un idioma que no precisa traductores. Y luego, un d¨ªa s¨ª, otro tambi¨¦n, tus infatigables marchas, desnuda algunas veces, cubierta solo con la fotograf¨ªa de tu hija, porque as¨ª te sent¨ªas: ¡°Sin ninguna garant¨ªa, sin ning¨²n derecho a defenderla¡±. Sab¨ªas que una mujer en el espacio p¨²blico es un desaf¨ªo a la misoginia y al machismo. Te dir¨¦, Marisela, que este 8 de marzo no se celebrar¨¢n, por culpa de la pandemia, las manifestaciones multitudinarias de los ¨²ltimos a?os. Estoy segura de que te alegrar¨¢ saber que la solidaridad entre mujeres es m¨¢s fuerte que nunca. La conciencia del legado de desigualdad, ya sea de retribuci¨®n laboral, de representatividad pol¨ªtica o en cuanto a libertades individuales, ha despertado tambi¨¦n a las m¨¢s j¨®venes. Aun a sabiendas de que cualquier avance es fr¨¢gil, tu lucha se ha extendido de forma imparable. Todav¨ªa hoy, las legislaciones de algunos pa¨ªses involucionan en cuestiones como el aborto (Polonia) o la violencia dom¨¦stica (Rusia). Adem¨¢s, la situaci¨®n actual de crisis sanitaria y econ¨®mica nos ha golpeado a nosotras con m¨¢s fuerza. Y pienso que, en la peor de las circunstancias, t¨² caminabas a cara descubierta y con la cabeza alta. Lo hac¨ªas por todas, porque no solo hablabas por ti. Ni una m¨¢s, repet¨ªas.
Marta Reb¨®n es escritora y traductora.
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