Napole¨®n
La excepcionalidad de la figura de Bonaparte fue fruto de su capacidad para conjuntar las piezas dispersas, incluso enfrentadas unas otras, que la Revoluci¨®n hab¨ªa puesto sobre el tapete
No corren buenos tiempos para la imagen de Napole¨®n, cuando est¨¢ a punto de cumplirse el bicentenario de su muerte en Santa Elena, el 5 de mayo de 1821. Su huella en el imaginario pol¨ªtico franc¨¦s, fort¨ªsima a lo largo del siglo XIX, resurgi¨® en el XX con la figura del general De Gaulle, al reivindicar frente a la ocupaci¨®n nazi la grandeza de Francia, asentada sobre la identidad colectiva, y convertida en acci¨®n pol¨ªtica por el liderazgo de un hombre capaz de imponerse al particularismo de intereses y partidos. El intento fue consumado con el presidencialismo impuesto por la Constituci¨®n de 1959, fruto como el imperio napole¨®nico de un golpe de Estado. De Gaulle era la Naci¨®n.
La atracci¨®n ejercida por esta idea sobre la opini¨®n francesa era tal que el principal acusador del r¨¦gimen gaullista, Fran?ois Mitterrand, quien lo denunciara en El golpe de Estado permanente, se convirti¨® en un estricto disc¨ªpulo del general cuando alcanz¨® la presidencia de la Rep¨²blica. Y est¨¢ bien cercano el intento de Emmanuel Macron por superar la crisis pol¨ªtica coloc¨¢ndose en la estela del presidencialismo gaullista. La oferta tuvo buena acogida en las elecciones de 2017, pero ese efecto se ha diluido por deficiencias propias y el impacto de la doble crisis, econ¨®mica y sanitaria. Con ello se ha perdido tambi¨¦n la impronta napole¨®nica. No es casual que el primer eco de la exposici¨®n nacional Napole¨®n, que se inaugura el 14 de abril, haya consistido en sacar a la luz documentos que le presentan bajo el ¨¢ngulo, escasamente favorable, de restaurador de la esclavitud en las colonias.
La excepcionalidad de la figura de Napole¨®n Bonaparte fue fruto de su capacidad para conjuntar las piezas dispersas, incluso enfrentadas unas otras, que la Revoluci¨®n hab¨ªa puesto sobre el tapete. Solo Mahoma al fundar el Islam, supo encauzar en la misma direcci¨®n, un juego de fuerzas, de vectores, tan contrapuestos inicialmente: la cohesi¨®n tribal, la violencia de un mundo beduino entre el comercio y la depredaci¨®n, el vac¨ªo en las creencias religiosas. Frente a ese puzzle, como viera Ibn Jald¨²n, la idea de un dios ¨²nico, movilizador de los intereses frente al no creyente, con su necesaria proyecci¨®n militar, gener¨® una din¨¢mica unitaria expansiva aun hoy vigente. En el caso de Napole¨®n, la explosi¨®n hab¨ªa tenido lugar con anterioridad, en la destrucci¨®n del Antiguo R¨¦gimen provocada por la Revoluci¨®n. Tambi¨¦n es anterior la entrada en juego del extraordinario impulso militar, de la naci¨®n en armas, causa de la sorprendente imposici¨®n de los ej¨¦rcitos revolucionarios sobre los del absolutismo. Napole¨®n fue agente y expresi¨®n individual de este fen¨®meno, condici¨®n indispensable para la supervivencia de la Francia revolucionaria, y quien lo capitaliz¨® a t¨ªtulo personal, convirti¨¦ndolo en eje de su legitimidad pol¨ªtica.
Un eje en torno al cual Napole¨®n engarza un haz de realizaciones. La primera, convertir en sistema la profusi¨®n de impulsos positivos que suscita la Revoluci¨®n. Dar forma a la religaci¨®n, a la entrega absoluta a la Rep¨²blica que refleja el m¨¢s hermoso de sus himnos, el Chant du d¨¦part, el canto de la partida: ¡°todo franc¨¦s debe vivir por ella, por ella un franc¨¦s debe morir¡±. Esto supone la entrada en escena como protagonista de thym¨®s, el contrapunto activo de psych¨¦, la dimensi¨®n emocional del alma que en el plano colectivo impulsa la acci¨®n sobre la base de la identidad. Una primera manifestaci¨®n habr¨ªa tenido lugar en las guerras m¨¦dicas, de las ciudades griegas contra la agresi¨®n del Imperio persa. Fukuyama ha puesto de relieve la importancia de este factor, tanto en los nacionalismos totalitarios de entreguerras como en el resurgir de los imperios actuales. Pensemos en Putin, en Erdogan o en Xi Jinping, quienes justifican siempre la pretensi¨®n del poder dominante asignado a sus respectivas naciones, sobre la base, como Hitler o Mussolini, de una supuesta ¡°humillaci¨®n¡±. Toca responder contra esa afrenta a la identidad nacional, hecha mito hist¨®rico: URSS, sult¨¢n otomano, China imperial. Para Napole¨®n, aqu¨ª heredero de 1792, es la amenaza de los enemigos, de los tiranos, evocada en La Marsellesa ¡ªl¡¯¨¦tendard sanglant est l¨¦v¨¦¡ª, lo que justifica el paso propio a la agresi¨®n. Contra las dem¨¢s potencias, e incluso en casos personales, como fuera la eliminaci¨®n del simple riesgo representado en 1805 por el eventual ascenso al trono de Espa?a, de una princesa de Asturias antifrancesa.
El genio militar de Napole¨®n fue reconocido por sus contempor¨¢neos, siendo la escala que le llev¨® a la gloria. Sin ser inexacta, la apreciaci¨®n olvida que su genialidad se sustent¨® tambi¨¦n en las innovaciones t¨¦cnicas que supo asumir. Ejemplos: una perfecta organizaci¨®n de la intendencia, o incluso haber imprimido mayor rapidez a los desplazamientos de la infanter¨ªa, requisito necesario para una concepci¨®n de la batalla donde la combinatoria de fuerzas m¨®viles desempe?aba un papel esencial. El menor inter¨¦s de Napole¨®n por las ciencias, respecto de las matem¨¢ticas y la historia, fue compensado por su atenci¨®n al esp¨ªritu cient¨ªfico exhibido por la ¡°ciencia militar¡±, a trav¨¦s de la obra del conde de Guibert: el Ensayo sobre la t¨¢ctica, de 1772, tratado de referencia tanto para una concepci¨®n pol¨ªtica de la guerra basada en la afirmaci¨®n del poder nacional, como para la movilizaci¨®n exacta de los recursos disponibles a la hora de resolver un combate. Austerlitz fue en este sentido la obra maestra de una aplicaci¨®n de la f¨ªsica a la conducci¨®n de la batalla.
Un complemento imprescindible de la innovaci¨®n militar fue la cohesi¨®n social lograda, en parte gracias a la proyecci¨®n emocional del thym¨®s patri¨®tico, y tambi¨¦n por la resoluci¨®n autoritaria del conflicto de clases desencadenado en 1789. Napole¨®n cre¨ªa en la Naci¨®n y tem¨ªa al ¡°pueblo¡±. Su r¨¦gimen racionaliz¨® al extremo la represi¨®n ejercida por la polic¨ªa de Fouch¨¦, lo cual no le impidi¨® presentarse hacia el exterior, sobre todo en Italia como portador de la libertad. Las relaciones jur¨ªdicas en la sociedad burguesa fueron reguladas en su C¨®digo de 1804. Y la jerarqu¨ªa del Antiguo R¨¦gimen fue restaurada con la aristocracia imperial, a¨²n m¨¢s pomposa. Las conquistas daban para todo.
Stendhal supo percibir la rapidez con que Napole¨®n captaba los elementos de un problema, insert¨¢ndolos en la discusi¨®n para desarmar al adversario. Sab¨ªa adem¨¢s mantener la preocupaci¨®n por un tema hasta verlo resuelto. Su an¨¢lisis de la pol¨ªtica espa?ola entre 1800 y 1808 fue buena muestra de ello, combinando los comportamientos del le¨®n y del zorro, seg¨²n sus palabras, a favor de la traici¨®n de Godoy ¡ª¡±el brib¨®n que me abrir¨¢ las puertas de Espa?a¡±¡ª, tipo dispuesto a todo por alcanzar la realeza.
Le faltaba ¡°plan¡±, una visi¨®n estrat¨¦gica que le frenara en su propensi¨®n de avanzar siempre, sin darse cuenta de que hab¨ªa algo m¨¢s que ganar batallas y someter a reyes. Anunciaba en eso a los dictadores del siglo XX. Y como ellos su comportamiento en la guerra se caracterizaba por la deshumanizaci¨®n, tanto contra las poblaciones de otros pa¨ªses ¡ªincluso aliados, as¨ª al mantener a Espa?a como ¡°pa¨ªs tributario¡± en la hambruna de 1803-1805 o al prolongar los tratamientos de ¡°pa¨ªs conquistado¡± que crearan los jacobinos para los vencidos¡ª. Y al ahogar en sangre toda oposici¨®n.
El 2 de mayo de 1808 culmin¨® una ejecutoria de fusilamientos de masas, de Egipto a Rusia. En ambos casos, los cr¨ªmenes contra la humanidad en Espa?a prefiguraron los del siglo XX. Sin renunciar a la eliminaci¨®n individual del adversario (Pichegru, duque de Enghien, receta aplicable para bloquear la sucesi¨®n espa?ola). La grandeza de Napole¨®n estuvo te?ida de muerte. Tambi¨¦n de una gran dosis de corrupci¨®n ¡ªah¨ª est¨¢n los diez millones de libras cobrados por la paz siendo primer c¨®nsul en 1801¡ª y marcada por la transferencia del clanismo familiar como forma de poder t¨ªpicamente corsa, a la organizaci¨®n del Imperio.
Antonio Elorza es profesor de Ciencia Pol¨ªtica.
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