Por si acaso
La campa?a de las auton¨®micas en Madrid ha demostrado que el sistema de representaci¨®n de las democracias se ve amenazado en gran medida por el comportamiento de los pol¨ªticos que aspiran a protagonizarlo
¡°La obsesi¨®n por el poder es un s¨ªntoma de debilidad¡±. Esta m¨¢xima se la debemos a la pluma de ?ngel Gabilondo, y fue publicada en un admirable libro cuyo t¨ªtulo he plagiado para encabezar este art¨ªculo. Ojal¨¢ no acabe ¨¦l como v¨ªctima de su propia reflexi¨®n, empujado como ha sido a una aventura ajena a su voluntad e incluso a la de quienes le dieron el empell¨®n.
La campa?a electoral madrile?a ha ...
¡°La obsesi¨®n por el poder es un s¨ªntoma de debilidad¡±. Esta m¨¢xima se la debemos a la pluma de ?ngel Gabilondo, y fue publicada en un admirable libro cuyo t¨ªtulo he plagiado para encabezar este art¨ªculo. Ojal¨¢ no acabe ¨¦l como v¨ªctima de su propia reflexi¨®n, empujado como ha sido a una aventura ajena a su voluntad e incluso a la de quienes le dieron el empell¨®n.
La campa?a electoral madrile?a ha servido para demostrar que el sistema de representaci¨®n de las democracias se ve amenazado en gran medida por el comportamiento de los pol¨ªticos que aspiran a protagonizarlo. Un pueblo fatigado por la pandemia, sorprendido por la confrontaci¨®n que se alienta desde el poder, bombardeado con esl¨®ganes y promesas que nunca se cumplen, abrumado por las ¨ªnfulas de tertulianos que todo lo saben, se ve encima convocado a pronunciarse sobre valores universales como la democracia o la libertad, convertidos hoy en propiedad particular de unos y otros, hasta con derecho de admisi¨®n. Si queremos que la democracia y la libertad persistan y fructifiquen no es posible que nuestra clase pol¨ªtica se comporte como una tropa de facciosos cuya obsesi¨®n por el poder no hace sino debilitarlo.
En la tormenta de demagogias descargada sobre nuestras cabezas destacan las palabras del ministro del Interior, que calific¨® al primer partido de la oposici¨®n de organizaci¨®n criminal, y el despreciable mensaje de Vox contra los menores inmigrantes. Estos ejemplos marcan no la excepci¨®n, sino la regla que rige nuestro deteriorado debate pol¨ªtico. A prop¨®sito de la inmigraci¨®n, la inclusi¨®n de un mantero de color en la lista de Podemos o la de una profesora de padre liban¨¦s en la socialista no bastan para borrar uno de los grandes borrones de las democracias occidentales. De los casi siete millones de habitantes de la Comunidad de Madrid, m¨¢s de un mill¨®n son residentes extranjeros y la mayor¨ªa no tienen derechos civiles. No pueden votar, salvo en elecciones municipales y solo los nacionales de pa¨ªses de la UE y algunos pocos m¨¢s. Constituyen cerca del 20% de la fuerza laboral, muchas veces en condiciones abusivas, cotizan a la seguridad social y pagan sus impuestos, que financian entre otras cosas a los partidos pol¨ªticos. La m¨¢xima de la revoluci¨®n americana, no taxation without representation (no hay tributaci¨®n sin representaci¨®n) es inexistente en nuestras democracias. Pero sin los inmigrantes, hoy v¨ªctimas de un nuevo colonialismo europeo, las sociedades occidentales del bienestar no resultar¨¢n sostenibles.
Estos d¨ªas se ha o¨ªdo hablar poco de los considerables problemas que afectan a la comunidad y mucho de unas cartas amenazantes sobre cuyo origen apenas tenemos informaci¨®n. La explotaci¨®n de dichas misivas en la propaganda, el manoseo de las pruebas, la victimista rueda de prensa de la ministra de Industria, la inicial negaci¨®n de algunos a condenar las amenazas, los matices al respecto, son nuevas balas a?adidas a nuestra acosada democracia, m¨¢s mort¨ªferas que las enviadas por correspondencia.
Quienes vivimos la Transici¨®n podemos dar testimonio de la violencia y el terrorismo pol¨ªtico de la ¨¦poca. Protagonista indiscutible fue la organizaci¨®n criminal ETA, aunque su partido heredero no merezca la calificaci¨®n dada por el ministro Marlaska a la oposici¨®n conservadora. Hubo tambi¨¦n una violencia fascista, que ni debe ni puede olvidarse. Las matanzas de Atocha y Roquetas de Mar, los muertos a tiros en manifestaciones pac¨ªficas, asesinatos como el de Yolanda Gonz¨¢lez y otros cr¨ªmenes similares sirvieron de caldo de cultivo para el golpe del 23-F. Tambi¨¦n los peri¨®dicos fueron v¨ªctimas, incluido este en el que escribo, y de manera especial cuando en 1978 recibimos una bomba enviada por correo que hizo explosi¨®n matando a un joven auxiliar, e hiriendo grav¨ªsimamente a otras dos personas. As¨ª pues, hace m¨¢s de 40 a?os que los responsables de Correos tienen constancia de la utilizaci¨®n de sus servicios para pr¨¢cticas criminales, entre las que no hay que olvidar las cartas bomba de ETA. De modo que el presidente de la compa?¨ªa deber¨ªa disculparse por los errores de ahora en vez de echar la culpa a los trabajadores. La culpa es de quienes mandaron las cartas, pero la empresa que las distribuy¨® tambi¨¦n ha incurrido en responsabilidad.
La frustraci¨®n y fragmentaci¨®n social provocada por tantas crisis como nos vienen acosando desde hace una d¨¦cada deber¨ªa merecer un esfuerzo del liderazgo pol¨ªtico por promover la unidad y buscar el consenso. Lejos de ello, gobiernos y oposiciones se han dedicado a alimentar la divisi¨®n, transmitiendo al cuerpo electoral sus propias obsesiones ideol¨®gicas, quiz¨¢s como forma de ocultar su impericia. As¨ª lo pone de relieve la desesperaci¨®n del partido socialista ante la eventualidad de una abultada derrota en un concurso en el que han hecho participar al propio presidente del Gobierno. Pese a ello, sus dirigentes solo tienen o¨ªdos sordos para las muchas advertencias de representantes del mejor socialismo hist¨®rico, art¨ªfice principal de la normalizaci¨®n democr¨¢tica y la modernizaci¨®n de nuestro pa¨ªs. Que digan lo que quieran, ¡°ahora nos toca a nosotros¡±, fue la arrogante declaraci¨®n de la portavoz del PSOE en el Congreso. Tengan cuidado los m¨¢s j¨®venes del partido, no vaya a ser que acaben haciendo un pan como unas hostias.
Por lo dem¨¢s, el acoso de la extrema derecha contra la democracia es una amenaza cierta en todos los pa¨ªses en donde existe. Estados Unidos, Alemania, Francia, incluso Dinamarca o Suecia, adolecen de enfermedades semejantes a la nuestra. No es fascismo en sentido estricto y en nuestro caso Vox representa sobre todo a lo que podr¨ªamos llamar el franquismo sociol¨®gico. No lo componen solo las clases acomodadas y responde fundamentalmente al atractivo eslogan de la ley y el orden, tan popular entre las masas conservadoras. Sus promotores suelen olvidar que ley y orden en democracia solo funcionan si hay respeto a la Constituci¨®n y voluntad de fortalecer las instituciones, a lo que ni el PSOE de ahora ni el PP de siempre han dedicado mucho esfuerzo.
En un ambiente as¨ª resultar¨ªa l¨®gico poner un cord¨®n sanitario a los extremismos de cualquier signo, pero socialistas y populares se han dedicado a alimentarlos en funci¨®n de sus ambiciones y contra el inter¨¦s general de los espa?oles. Un desastre global como la pandemia y el destrozo econ¨®mico que se deriva de ella merecer¨ªan una respuesta alejada de la miseria moral que parece haberse adue?ado del poder. Aunque no soy muy partidario de la se?ora Ayuso, a la que alist¨¦, no s¨¦ hoy si con acierto, en un recuento de pol¨ªticos aspirantes a idiotas, su propuesta para tender un cord¨®n sanitario frente a Vox tiene sentido: si las encuestas responden a la realidad, bastar¨ªa la abstenci¨®n del PSOE para que la lista m¨¢s votada de los populares gobernara Madrid durante los dos pr¨®ximos a?os sin la influencia del ya mentado franquismo sociol¨®gico. A cambio, el PP deber¨ªa apearse de su propia desesperaci¨®n y garantizar, tambi¨¦n mediante la abstenci¨®n y el ejercicio de una oposici¨®n leal que hasta ahora no ha hecho, la estabilidad del Gobierno S¨¢nchez durante esos mismos dos a?os. En medio de la crisis, eso permitir¨ªa al presidente gobernar sin doblar la rodilla ante los delincuentes y pr¨®fugos que insisten en dictar las decisiones de la Generalitat de Catalu?a.
Aunque me gustar¨ªa equivocarme en la predicci¨®n, nada de esto va suceder. De modo que ya han obligado a Gabilondo, un intelectual valioso y digno de m¨¢s respeto del que sus colegas le exhiben, a levantarse de los debates y fotografiarse junto al rey de la televisi¨®n basura. Queda desmentido as¨ª su diagn¨®stico de que ¡°cada cual hace su propio e insustituible rid¨ªculo¡±. Cualquiera que sea el resultado final, el rid¨ªculo en esta campa?a no ha sido suyo, sino el de un partido centenario que ha decidido sacrificar la honra por los barcos. Si las encuestas no mienten, en Madrid acabar¨¢ hu¨¦rfano de ambas cosas.