Se?or del laberinto
James Joyce invent¨® los recursos de la novela moderna, pero Faulkner los aprovech¨® mejor. Tres libros recuperan hoy episodios, entrevistas u obras del autor estadounidense
Jacobo Bergareche es educado y simp¨¢tico, hasta que le tocas ciertos temas, donde aparece su verdadera personalidad. Se le ocurri¨® irse a Estados Unidos y all¨¢ se fue. Pero no a Nueva York ni a Los ?ngeles, como la gente normal, sino a Texas. ?Y a qu¨¦ diablos se fue a ese riqu¨ªsimo Estado de petroleros y cowboys? A ver honky-tonks, y bailar ¡°bien agarradito¡± en esos antros ¡°de palabra sonora y cantarina¡±. Visit¨® tambi¨¦n billares y garitos de diversa ¨ªndole y, por supuesto, comi¨® en las ...
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Jacobo Bergareche es educado y simp¨¢tico, hasta que le tocas ciertos temas, donde aparece su verdadera personalidad. Se le ocurri¨® irse a Estados Unidos y all¨¢ se fue. Pero no a Nueva York ni a Los ?ngeles, como la gente normal, sino a Texas. ?Y a qu¨¦ diablos se fue a ese riqu¨ªsimo Estado de petroleros y cowboys? A ver honky-tonks, y bailar ¡°bien agarradito¡± en esos antros ¡°de palabra sonora y cantarina¡±. Visit¨® tambi¨¦n billares y garitos de diversa ¨ªndole y, por supuesto, comi¨® en las mejores hamburgueser¨ªas del mundo. Como ten¨ªa que vivir, arm¨® un negocio que le dur¨® cuatro a?os. Se encontr¨®, adem¨¢s, con el Harry Ransom Center y sus cuarenta y tres millones de documentos, donde sospecho que pas¨® buena parte de los cuatro a?os leyendo y donde descubri¨®, entre otras maravillas, las cartas de amor que William Faulkner le escribi¨® a su amante, ¡°una tal Meta Carpenter¡±, mientras estuvo trabajando en Hollywood como guionista.
Con estos materiales acaba de publicar una novela ¡ªLos d¨ªas perfectos¡ª que es amena, divertida, insolente y muy bien escrita. Jacobo cree sinceramente que ¡°el h¨¢bito hace al monje¡±, es un admirador encarnizado de Faulkner y de sus laberintos; su historia de amor y la evocaci¨®n de ¡°un d¨ªa perfecto¡± reproduce con gracia y fantas¨ªa la que, por sus cartas, fue aquella aventura del autor de Las palmeras salvajes, La paga de los soldados y las dem¨¢s obras maestras que sabemos. En su generosa recreaci¨®n, aclimatada en Austin, Bergareche se divierte y nos divierte a sus lectores, y hasta se atreve a inventarse otros monigotes inspirados en los que Faulkner le enviaba a su amiga, pero los de Jacobo son mejores, porque Faulkner, que era un genio escribiendo novelas, no era demasiado buen dibujante. Es el primer homenaje a Faulkner de los tres que me he encontrado este mes, sin salir de Madrid y sin buscarlos.
El segundo es Le¨®n en el jard¨ªn, las entrevistas que entre 1926 y 1962 dio Faulkner, reunidas por James B. Meriwether y Michael Millgate, y que Javier Mar¨ªas ha publicado en su m¨ªtico Reino de Redonda, que, como es sabido, adem¨¢s de ser irreal, es un milagro que todav¨ªa exista, pues, aunque su cat¨¢logo est¨¢ conformado siempre por obras espl¨¦ndidas, se encuentran apenas en ciertas librer¨ªas y generalmente a la muerte de un obispo. El libro, que acabo de leer, es todo lo que no era Faulkner, que detestaba a los periodistas y les ment¨ªa sin escr¨²pulos, como, por ejemplo, confes¨¢ndoles que ¡°hab¨ªa nacido en 1826, de una esclava negra y un caim¨¢n que se llamaban ambos Gladys Rock¡±. A veces se atrev¨ªa a decir barbaridades, como por ejemplo que el problema del racismo antinegro se resolver¨ªa en los Estados Unidos ¡°restableciendo la esclavitud¡±. Javier Mar¨ªas recuerda en su inteligente pr¨®logo, titulado expresivamente Lo que no escribi¨® Faulkner, que el centenario del novelista que ha marcado nuestra ¨¦poca se celebr¨® en el a?o 1997 y que pas¨® casi inadvertido.
El libro incluye tambi¨¦n la m¨¢s seria y solvente de las entrevistas que dio, y que apareci¨® en Paris Review en 1956, hecha por Jean Stein Vanden Heuvel, en la que, a diferencia de otras, Faulkner hizo un esfuerzo por decir de veras lo que pensaba y recordaba de su trabajo de escritor, un precioso y rar¨ªsimo texto que es un placer leer y releer. En el otro extremo est¨¢n las detalladas conversaciones que celebr¨® en la ciudad de Nagano, en Jap¨®n, en 1955, donde lo encerraron varios d¨ªas con profesores y cr¨ªticos de literatura, que le preguntaban qu¨¦ pensaba de la cultura o de los paisajes japoneses (que acababa de conocer) y que nos contagian los malos ratos que el pobre Faulkner debi¨® pasar tratando de ponerse a la altura de las preguntas que le hac¨ªan con respuestas que lo muestran exactamente a a?os luz de lo que realmente era, intentando decir lo que su auditorio esperaba de ¨¦l, es decir, respondiendo como un hombre bueno y servicial, que no quer¨ªa decepcionar a su auditorio, aunque para ello tuviera que decir las peores bellaquer¨ªas y las m¨¢s insinceras de las respuestas. Qu¨¦ malos ratos debi¨® pasar all¨ª, con esas preguntas que le hac¨ªan sobre El oso, ese cuento largo en que se describe c¨®mo su personaje central se va rindiendo poco a poco al avance de las m¨¢quinas y el cemento de las ciudades que destruyen sus bosques y la brav¨ªa naturaleza en la que sol¨ªa vivir. No es extra?o que Faulkner odiara tanto las entrevistas y que pocas veces aceptara invitaciones del extranjero.
El tercer homenaje a Faulkner con el que me he encontrado en estos d¨ªas, visitando librer¨ªas, es una nueva traducci¨®n ¡ªla tercera en espa?ol, creo¡ª de ?Absal¨®n, Absal¨®n!, una de las mejores y m¨¢s dif¨ªciles novelas que escribi¨® y cuyo traductor, Bernardo Santano Moreno, adem¨¢s del texto original, incluye m¨²ltiples a?adidos, como una larga introducci¨®n, una sinopsis del libro, una bibliograf¨ªa, y el mapa del condado de Yoknapatawpha que el propio Faulkner dibuj¨®.
?Absal¨®n, Absal¨®n! es una de las m¨¢s dif¨ªciles novelas que escribi¨® el novelista, y la dificultad tiene que ver tanto con el lenguaje en que hablan ciertos personajes ¡ªo piensan o dialogan¡ª, como con la estructura temporal en que ocurre la historia, con su confusi¨®n de tiempos y narradores, as¨ª como las conexiones que esta historia tiene con El ruido y la furia, con la que comparte algunos personajes aunque las fechas no siempre coincidan. Santano Moreno ha hecho un buen trabajo en todo lo que se refiere a las formas convencionales y funcionales del texto, sin duda, en los di¨¢logos, por ejemplo, pero no en las p¨¢ginas en que la novela se aparta de aquellas formas y explora, recrea o simplemente inventa una manera de hablar de los granjeros y los negros de aquella regi¨®n del Mississippi donde sucede la historia. No es para reproch¨¢rselo; yo creo que es imposible traducir aquellos textos sin caer en la simplificaci¨®n o en la irrealidad, y que todas aquellas p¨¢ginas, p¨¢rrafos o frases sueltas, son simplemente intraducibles, como ocurre a menudo con la poes¨ªa, que, por cuidadosos o inteligentes que sean los traductores jam¨¢s consiguen reproducir ni encontrar las palabras, frases o ideas equivalentes a las originales. Simplemente suenan distintas en otros idiomas y, en algunos, ya no quieren decir nada. Generalmente las novelas son todas traducibles, y a menudo con excelencia a otros idiomas; pocos escritores est¨¢n al margen de ello. Uno es James Joyce, por supuesto, que en el Ulises invent¨® con lujo de detalles todos los que ser¨ªan los recursos de la novela moderna, desde el mon¨®logo interior hasta el tratamiento revolucionario del tiempo o las transformaciones del narrador. Pero toda esa tecnolog¨ªa la aprovech¨®, en la pr¨¢ctica, Faulkner mejor que su inventor, el propio Joyce, en novelas como El ruido y la furia o ?Absal¨®n, Absal¨®n! Lo intrincado y escurridizo de aquellos textos, en los momentos que exigen denodados esfuerzos del lector para entenderlos, ocurren en circunstancias excepcionales, pero no es posible comprender cabalmente aquellas historias sin esos episodios desconcertantes, y generalmente feroces, en los que los personajes se matan o se castran, cometen incestos, incendian o se suicidan, y realizan cr¨ªmenes indecibles, y no era raro que el propio Faulkner no supiera nunca explicarlos, porque tampoco ¨¦l los pod¨ªa traducir a un lenguaje convencional, natural y sin complicaciones. Simplemente, como ciertos versos de T. S. Eliot o Vallejo, no eran traducibles. Uno de los pocos novelistas que alcanz¨® esa dimensi¨®n fue Faulkner. Por eso seguiremos leyendo al se?or de los laberintos, deslumbrados y azorados, hasta el ¨²ltimo instante.
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? Mario Vargas Llosa, 2021.