El destino en el retrovisor
El reto de la generaci¨®n a la que pertenecen el Rey y el presidente del Gobierno pasa por abordar la actualizaci¨®n de los pilares sobre los que se asienta nuestro modelo territorial
Imaginen que emprenden un viaje en coche y el responsable de conducir decide afrontar el reto de llegar a destino tomando como ¨²nica referencia lo que proyecta el retrovisor. ?Se subir¨ªan confiados a ese coche? La pregunta sirve tambi¨¦n para juzgar la acci¨®n pol¨ªtica y resulta una met¨¢fora ¨²til para valorar la temeridad de quienes pretenden dirigir los asuntos p¨²blicos con firmas, manifestaciones y mucho aspaviento. De hecho, resulta desolador dejarse atrapar por din¨¢micas de movilizaci¨®n apoyadas en emociones que dif¨ªcilmente contribuyen a resolver los problemas que ya exist¨ªan antes de la pandemia y que, una vez superada la inmunidad de grupo, volver¨¢n a escalar en la prioridad de la agenda pol¨ªtica. El Gobierno s¨ª deber¨ªa, no obstante, redoblar esfuerzos para explicar el prop¨®sito, alcance y efectos de una medida de gracia como la que se estudia.
Lo hemos dicho en muchas ocasiones. Tambi¨¦n en esta columna. El reto de la generaci¨®n a la que pertenecen el Rey y el presidente del Gobierno pasa por abordar la actualizaci¨®n de los pilares sobre los que se asienta nuestro modelo territorial, erosionado por evidentes incoherencias, ineficiencias y no pocos desencuentros. Hacerlo, conviene recordarlo, es un acto de responsabilidad que permitir¨¢ fortalecer el proyecto nacional y hacerlo sostenible en el tiempo. La cuesti¨®n catalana no es por tanto la raz¨®n que explica el empe?o, sino el s¨ªntoma m¨¢s radical de la erosi¨®n de un modelo que permiti¨® consensuar un pacto de convivencia ahora deteriorado.
Hoy urge avanzar en una l¨®gica pol¨ªtica marcada por el di¨¢logo con Catalu?a que nadie imagina, sin embargo, exenta de riesgos. Lo saben quienes est¨¢n dispuestos a asumir el coste pol¨ªtico de adoptar una medida controvertida como muestra de empat¨ªa hacia la legitimidad que representan las ideas de las personas que est¨¢n privadas de libertad. El di¨¢logo que se entable deber¨ªa conducir a la negociaci¨®n y, en el mejor de los escenarios, a un acuerdo que ensanche el espacio de entendimiento. El proceso no ser¨¢ f¨¢cil, ni espont¨¢neo. Lo demuestra el conjunto de personas que muestran una profunda desconfianza, aunque muchas de ellas celebrar¨ªan un horizonte de reencuentro con Catalu?a.
Todav¨ªa resulta muy prematuro imaginar un escenario final esperanzador cuando muchos trabajan con esmero para perpetuar el conflicto como f¨®rmula de relaci¨®n. Con todo, parece obvio que la funci¨®n de un gobierno debe consistir precisamente en romper la l¨®gica del desencuentro. La tarea requerir¨¢ de personas entrenadas en gestionar la complejidad, de vocaci¨®n pragm¨¢tica y con poco sentido de la ¨¦pica. Si el proceso supera las resistencias iniciales y echa a andar ya habr¨¢ oportunidad de definir el contorno de ese potencial acuerdo y, en su caso, la forma jur¨ªdica que deber¨ªa adoptar. La cuesti¨®n no es menor, pues determinar¨¢ si somos todos los llamados a las urnas (reforma constitucional) o si solo lo hacen los catalanes (reforma del Estatuto). Hasta que esto ocurra, prestemos atenci¨®n a aquellos que conducen el destino del pa¨ªs con los ojos puestos m¨¢s all¨¢ del retrovisor.
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