El fatalismo haitiano
Lo que necesita el pa¨ªs son fondos y orientaci¨®n para acometer sin injerencias una cruzada de regeneraci¨®n en todos los ¨¢mbitos de la vida ciudadana
El magnicidio en la rep¨²blica negra m¨¢s antigua del mundo hunde sus ra¨ªces en las irradiaciones libertarias de la Revoluci¨®n Francesa y el l¨¢tigo colonial de las Antillas, en cuyas plantaciones los esclavos levantiscos eran desollados a vergajos, crucificados en tablas o sumergidos en calderos de arrope de ca?a hirviendo. El asesinato del presidente de Hait¨ª, Jovenel Mo?se, no es el primero; una turba cometi¨® otro despu¨¦s de que la ¨²nica rebeli¨®n victoriosa de esclavos derrotara al ej¨¦rcito napole¨®nico y se constituyese en naci¨®n independiente (1804).
El caudillo de los insurrectos se proclam¨® emperador, con el nombre de Jacques I, y fue asesinado por dos jefes de parecidas ¨ªnfulas y charreteras. Desde entonces, Hait¨ª vive arrodillada, sepultada por las conspiraciones, el golpismo, las elecciones fraudulentas, las cat¨¢strofes naturales, la pobreza estructural y el autoritarismo heredado de los emancipadores negros y mulatos. Las masas libertas se encomendaron a su suerte al quedar inermes ante la destrucci¨®n del sistema productivo y el aislamiento diplom¨¢tico posterior a la independencia.
La nueva sociedad transit¨® del monocultivo latifundista y la mano de obra esclava a formas de explotaci¨®n m¨¢s encubiertas del campesino africano. Sin el palo en las costillas, la econom¨ªa de las plantaciones se vino abajo y fue sustituida por la de subsistencia. Paralelamente, los hombres de armas se adue?aron de las instituciones civiles y se convertir¨ªan en c¨®mplices de las dictaduras duvalieristas y los tramposos gobiernos de la democracia.
Pero la postraci¨®n nacional no solo responde a la historia de una patria saqueada por el colonialismo franc¨¦s, el permanente intervencionismo de Estados Unidos y las castas mafiosamente asociadas en el mercadeo de los bosques, el crudo y la electricidad. Hait¨ª depende de la ayuda internacional. Solo hace falta recorrer Puerto Pr¨ªncipe, Cabo Haitiano o Gona?ves para cerciorarse de ello. Resulta irritante, por tanto, que las sucesivas misiones de la ONU y otras organizaciones multilaterales no hayan sido capaces de impedir la malversaci¨®n o desaprovechamiento de los fondos del desarrollo, ni de acercarse un poco al objetivo de su ¨²ltima misi¨®n: la estabilidad pol¨ªtica y el buen gobierno.
El asistencialismo humanitario es inevitable en un pa¨ªs incapaz de garantizar a su poblaci¨®n el acceso a los servicios b¨¢sicos y degradado por la corrupci¨®n, la criminalidad, y el di¨¢logo a machetazos. No obstante, su sociedad no puede crecer desde la caridad, ni ser la convidada de piedra de decisiones internacionales que aportan botellas de agua, arroz, porotos y salarios, sin contribuir al saneamiento del Estado y el dise?o de pol¨ªticas inclusivas.
Las generaciones nacidas en crisis encadenan tantas como palos de ciego la comunidad internacional, que no parece percatarse de que le urge cimentar un Hait¨ª capaz de manejar sus propios asuntos, independiz¨¢ndose de subsidios que fomentan h¨¢bitos, delincuencia y arbitrariedades. Cuando los desastres se abaten sobre el tercio occidental de La Espa?ola, el fatalismo propone supervisarla como protectorado, limitar su soberan¨ªa, cuando lo que necesita Hait¨ª son fondos y orientaci¨®n para acometer sin injerencias una cruzada de regeneraci¨®n en todos los ¨¢mbitos de la vida ciudadana.
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