La sociedad de las crisis
Las democracias tienen dificultades pr¨¢cticas para la gesti¨®n de los conflictos, pero no porque sean democr¨¢ticas, sino porque est¨¢n dise?adas para un mundo que en buena parte ya no existe
A diferencia de otras ¨¦pocas de la historia, vivimos hoy en una sociedad que no est¨¢ asediada por enemigos exteriores sino por autoamenazas. Se trata de crisis y cat¨¢strofes como la pandemia, la crisis clim¨¢tica, inundaciones, incendios y sequ¨ªas que de alguna manera son el resultado de nuestro modo de vida. Aumenta una sensaci¨®n de descontrol sobre el mundo, que parece discurrir al margen de nuestra voluntad pol¨ªtica, es decir, de nuestra capacidad para gobernarlo, llevar a cabo las transformaciones necesarias, limitar los riesgos y equilibrar su desarrollo.
Las democracias tienen dificultades pr¨¢cticas para la gesti¨®n de las crisis pero no porque sean democr¨¢ticas sino porque est¨¢n dise?adas para un mundo que en buena parte ya no existe: dan por supuesto que la sociedad contin¨²a pac¨ªficamente diferenciada cuando lo cierto es que est¨¢ dram¨¢ticamente fragmentada, que los Estados son capaces de unificar criterios y movilizar cuando en realidad apenas lo consiguen en su interior y con el resto de los Estados. Si no entendemos la naturaleza de esta anacronismo no podremos hacernos cargo de la crisis de nuestra sociedad.
?Qu¨¦ queremos decir cuando hablamos de una sociedad diferenciada? El ¨¦xito de la sociedad moderna se debe a eso que los soci¨®logos llaman diferenciaci¨®n funcional y que permite a las esferas de la econom¨ªa, la pol¨ªtica, la sanidad, el derecho o la educaci¨®n un desarrollo aut¨®nomo. Como conquista hist¨®rica, el Estado nacional consigui¨® que las evoluciones de cada uno de esos subsistemas se mantuvieran con una cierta congruencia. La verticalidad de la jerarqu¨ªa institucional era respetada y la provisi¨®n eficaz de bienes p¨²blicos que realizaba la burocracia de los Estados proporcionaba la legitimidad necesaria para que el sistema resistiera al menos aquellas crisis para las que hab¨ªa sido dise?ado. Sobre esta idea elemental se configur¨® la distinci¨®n de poderes, la divisi¨®n del trabajo y la diferenciaci¨®n de esferas sociales aut¨®nomas. D¨¢bamos por entendido que esa configuraci¨®n de la sociedad nos proporcionar¨ªa m¨¢s libertad y ser¨ªamos m¨¢s productivos; la articulaci¨®n equilibrada entre todo ello no nos parec¨ªa especialmente problem¨¢tica. Hoy estamos en un contexto muy diferente: hacia dentro y hacia fuera ese equilibrio es puesto a prueba.
Por supuesto que no vamos a renunciar a la diferenciaci¨®n (que supondr¨ªa abandonar elementos fundamentales de nuestra cultura pol¨ªtica liberal, como la primac¨ªa de la ley, la secularizaci¨®n o el car¨¢cter abierto de la econom¨ªa de mercado), como tampoco a la divisi¨®n del trabajo en la que se basa nuestra productividad o a las l¨®gicas de descentralizaci¨®n sin las cuales peligrar¨ªa el pluralismo pol¨ªtico. Pero actualmente nuestros problemas no proceden de la falta de diferenciaci¨®n sino de la dificultad de equilibrar esas diferencias. Hoy nos encontramos en una constelaci¨®n muy distinta de la ¨¦poca gloriosa de los Estados nacionales, pese a los intentos nost¨¢lgicos por recuperar aquella congruencia (en clave de Estado para la izquierda o de naci¨®n para la derecha). Nuestras crisis sociales son ejemplos de ese desorden: externalidades medioambientales incontrolables, gobiernos que no pueden controlar el precio de la electricidad, poderes ejecutivos que son directamente desafiados por las autoridades judiciales cuando decretan estados de alarma para las crisis sanitarias, una cogobernanza que no es capaz de conseguir la unidad necesaria respetando al mismo tiempo la pluralidad institucional... Los contrapesos se han convertido en vetos, la divisi¨®n de tareas en fragmentaci¨®n improductiva, la autonom¨ªa de las esferas en autosuficiencia que se desentiende de sus externalidades negativas.
El problema al que hoy nos enfrentamos podr¨ªa formularse as¨ª: ?c¨®mo restablecer una coherencia entre todas esas dimensiones actualmente enfrentadas sin sacrificar las conquistas de libertad que debemos a su separaci¨®n y sabiendo que ya no podemos contar con autoridades incontestables capaces de unificarlo todo? Descendiendo a casos concretos: ?c¨®mo traducir evidencias cient¨ªficas en medidas pol¨ªticas que consigan una mayor¨ªa parlamentaria y, sobre todo, que sean comprendidas por la poblaci¨®n? ?De qu¨¦ modo equilibrar los imperativos ecol¨®gicos y de salud p¨²blica con la productividad econ¨®mica?
La mayor parte de nuestras crisis est¨¢n causadas porque aquello que en su momento fue una conquista de la modernidad (la libertad de comerciar, producir, cuestionar, desplazarse) se ha convertido en algo disparatado que no atiende a sus posibles consecuencias negativas, como la explotaci¨®n, la contaminaci¨®n o la desconfianza. Sabemos que los mercados han resuelto grandes problemas pero han creado otros, como los relativos al medio ambiente; que la democracia en un gran invento en lo que se refiere a la toma de decisiones p¨²blicas pero que no nos libra de algunos errores colectivos. No queremos renunciar a esa productiva divisi¨®n del trabajo y del poder, pero hoy asistimos mas bien a su incompatibilidad que a su beneficiosa limitaci¨®n mutua.
Las sociedades contempor¨¢neas no conseguimos articular sus diversas l¨®gicas (de lo que ha sido un buen ejemplo la tensi¨®n, en medio de la pandemia, entre sanidad, ciencia, econom¨ªa o educaci¨®n). El problema es que sabemos hacer m¨¢s o menos bien cada una de esas cosas, pero no acertamos, por ejemplo, a coordinar las evidencias cient¨ªficas con las medidas pol¨ªticas y contando con las instituciones que se ocupan de la legalidad. Se plantean problemas de incompatibilidad entre eficacia, libertad, igualdad y legalidad, mientras que la pluralidad de actores que intervienen en la gesti¨®n de la crisis aparece m¨¢s como un problema que como una soluci¨®n.
La pregunta acerca de c¨®mo gestionan sus crisis las sociedades actuales debe contestarse indicando qu¨¦ clase de crisis son estas que no somos capaces de resolver. Nuestra percepci¨®n de la realidad y las propias instituciones est¨¢n pensadas para resolver problemas aislados y bien definidos, pero se ven superadas cuando un problema est¨¢ entreverado con otros y requiere la colaboraci¨®n de diversos actores, l¨®gicas e instituciones. El verdadero problema consiste en que es la propia sociedad la que est¨¢ en crisis porque la gesti¨®n de estas crisis se tiene que llevar a cabo en un mundo que es interdependiente, descentralizado, postcolonial, de inteligencia distribuida, radicalmente plural. Las crisis actuales revelan un estado cr¨ªtico de la sociedad; son unas crisis que no pueden resolverse a trav¨¦s de decisiones pol¨ªticas porque tambi¨¦n esas decisiones est¨¢n marcadas por la crisis.
Muchos de los problemas que est¨¢n en el origen y en la dificultad de gestionar estas cat¨¢strofes tienen que ver con las contradicciones de la sociedad contempor¨¢nea. En el fondo, estas crisis que ahora irrumpen son crisis que ya ten¨ªamos y que no superaremos cuando desaparezca su versi¨®n m¨¢s aguda; quedar¨¢n las contradicciones de las que esas irrupciones son su expresi¨®n m¨¢s brutal. Propiamente hablando, la crisis sanitaria (como anteriormente la econ¨®mica) no puso al mundo en un estado de excepci¨®n sino que revel¨® hasta qu¨¦ punto ese mundo se caracterizaba por un conflicto de l¨®gicas diversas, lenguajes que no se entienden entre s¨ª, por la ingobernabilidad, la impotencia de la pol¨ªtica, por el contraste entre eficiencia y legitimidad democr¨¢tica.
Si la verdadera crisis de nuestras sociedades es esta y las cat¨¢strofes recurrentes son sus recordatorios, entonces habr¨ªa que cambiar el eje de la confrontaci¨®n ideol¨®gica, que ya no se juega en m¨¢s o menos intervenci¨®n de los Estados (origen de la distinci¨®n entre conservadores y socialdem¨®cratas) sino en otro modo de gobernar. Crisis como estas nos obligan a abordar los problemas de otra manera, m¨¢s anticipatoria, hol¨ªstica, transnacional, colaborativa y horizontal; nos est¨¢n recordando la necesidad de pensar en una nueva manera de hacer pol¨ªtica que sea m¨¢s receptiva para las formas in¨¦ditas que tendr¨¢ que adoptar una sociedad que se hace cada vez m¨¢s imprevisible.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica, investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco y profesor en el Instituto Europeo de Florencia.
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