La novela negra, un g¨¦nero ejemplar
La anormalidad pol¨ªtica, que tiene que ver con las m¨²ltiples debilidades institucionales tan cr¨®nicas que padecemos, ti?e los relatos de los escritores latinoamericanos que se adentran en este tipo de literatura
La novela polic¨ªaca, conocida mejor como novela negra, ha tenido la fama mal merecida de ser una literatura de segunda, libros de leer y tirar sin m¨¢s consecuencia que el buen rato que el lector pasa tratando de adelantarse a averiguar qui¨¦n es el asesino, papel que tradicionalmente estaba reservado al mayordomo de chaquet¨ªn a rayas. O, como en las novelas de Agatha Christie, esperar el momento final en que el inspector Poirot re¨²ne al total de los sospechosos alrededor del fuego...
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La novela polic¨ªaca, conocida mejor como novela negra, ha tenido la fama mal merecida de ser una literatura de segunda, libros de leer y tirar sin m¨¢s consecuencia que el buen rato que el lector pasa tratando de adelantarse a averiguar qui¨¦n es el asesino, papel que tradicionalmente estaba reservado al mayordomo de chaquet¨ªn a rayas. O, como en las novelas de Agatha Christie, esperar el momento final en que el inspector Poirot re¨²ne al total de los sospechosos alrededor del fuego de la chimenea, todos c¨®modamente sentados, para explicarles los entramados del crimen y se?alar al culpable, que se halla invariablemente entre los circunstantes.
Se suele olvidar que la novela negra, tan vilipendiada, tiene por fundador nada menos que a Edgard Allan Poe. Y yo, tras repetidas lecturas de Raymond Chandler y Dashiell Hammett, entren¨¢ndome en el g¨¦nero, los coloqu¨¦ sin vacilaciones en el santoral de mis autores de culto. Para empezar, ambos fueron capaces de desarrollar un estilo inconfundible, cortante y a la vez contundente, capaces de describir con trazos duros a tipos duros que se mueven en un ambiente crepuscularmente corrompido; y sus detectives estrella, Philip Marlowe y Sam Spade, los dos indefectiblemente ligados al mejor rostro que pudieron haber encontrado, el de Humphrey Bogart, son pesimistas y desilusionados, c¨ªnicos y un tanto alcoh¨®licos, pero due?os de un cierto esp¨ªritu ¨¦tico, que los lleva a resistir a las infaltables femmes fatales, y a la no menos er¨®tica tentaci¨®n del dinero.
La novela negra latinoamericana viene de estos dioses tutelares, pero en el trasiego se convierte en un g¨¦nero nuevo y diferente que se aparta del canon que podr¨ªamos llamar cl¨¢sico. Diferente, en primer lugar, porque resulta te?ido por la anormalidad pol¨ªtica, que tiene que ver con las m¨²ltiples debilidades institucionales tan cr¨®nicas que padecemos, y que como una marea sucia y aceitosa se mete por todos los resquicios de la realidad, y por tanto del relato.
En la novela negra anglosajona, un polic¨ªa o un investigador privado pueden ser todo lo desordenados que quieran en su vida privada, pero en su oficio tienen detr¨¢s el respaldo de las leyes, y de las instituciones judiciales. Los h¨¦roes de nuestra novela policial, en cambio, resultan siempre contaminados, empezando por la corrupci¨®n, que es org¨¢nica y no deja escape, o los favores pol¨ªticos que llevan tantas veces al apa?e y a la impunidad.
O, ahora en d¨ªa, de manera m¨¢s profunda como factor de distorsi¨®n de la justicia, el poder envolvente del narcotr¨¢fico, que induce al h¨¦roe a asumir una conducta de dualidad moral, como en el caso de El ¡®zurdo¡¯ Mendieta de Elmer Mendoza, en el escenario de uno de los territorios calientes del tr¨¢fico de drogas, como lo es el Estado de Sinaloa; y hay un momento en que no sabemos d¨®nde se sit¨²a esa tenue l¨ªnea que separa lo moral de lo inmoral.
Ya no se diga el h¨¦roe que no sale inc¨®lume de las tinieblas del pasado, como el Mario Conde de Leonardo Padura, atrapado en la mara?a de los recuerdos de la guerra de Angola y en las frustraciones que padecen, tanto ¨¦l como sus compa?eros de mala fortuna, metidos dentro de la m¨¢quina, ya deterioradora sin remedio, de una revoluci¨®n que de sue?o de cambio pas¨® a convertirse en una pesadilla burocr¨¢tica. La Habana de Mario Conde es una ciudad fantasmag¨®rica.
En mi experiencia personal, la novela negra se vuelve un m¨¦todo de explorar la realidad contempor¨¢nea de Nicaragua, que me lleva necesariamente a entrar en un paisaje lleno tanto de anormalidades como de excentricidades. Mi inspector Morales se mover¨¢ en un terreno sinuoso, e impredecible, porque todo depende del arbitrio caprichoso del poder. Su vida est¨¢ ligada a la revoluci¨®n de los ochenta, y debe vivir la contradicci¨®n entre lo que esa revoluci¨®n fue, y el remedio que ahora es. Y enfrenta la corrupci¨®n y los abusos de un poder sin reglas, desde una perspectiva que deber¨ªamos llamar ¨¦tica, como Sam Spade o como Marlowe. Pero no deja de ser marginal, porque no es un personaje pol¨ªtico. Los acontecimientos son los que lo arrastran a observar con ojo cr¨ªtico las ocurrencias an¨®malas, y muchas veces grotescas, a su alrededor.
Pierde una pierna combatiendo adolescente en la guerrilla contra Somoza, y la pr¨®tesis que lleva le recordar¨¢ siempre ese pasado que fue heroico cuando se convierte en polic¨ªa antinarc¨®ticos, y m¨¢s tarde, cuando termina como investigador privado de una peque?a y pobre oficina en Managua, marginal entre los marginales, y siempre rumiando las preguntas sobre lo que aquel pasado ha hecho de su vida, ahora llena de frustraciones.
Como escritor, creador del inspector Morales, y en muchos sentidos su alter ego, el g¨¦nero negro me da las defensas necesarias para protegerme de la pol¨ªtica misma, porque me concede las distancias necesarias; no hay nada m¨¢s peligroso que el tema de la pol¨ªtica en el terreno literario.
El inspector Morales no es un personaje pol¨ªtico, ni quienes lo rodean; todos entran en esa realidad pervertida, muchas veces a su pesar, pero no dejan de juzgarla. Y como est¨¢n armados de humor, un humor negro si se quiere, tienen all¨ª una salvaguarda para no involucrarse en el drama que la realidad contempor¨¢nea representa para ellos, y para m¨ª. Un drama que, si no te cuidas, te puede llevar a la ret¨®rica y a las imprecaciones, enemigas mortales de la literatura, pues si no te sit¨²as lejos de la arenga y de la did¨¢ctica pol¨ªtica, no sobrevives en las palabras.