La Dama del crimen y el Detective del siglo
La pluma de una mujer intrigante, Agatha Christie, que parec¨ªa no herir el paso de una mosca y que sin embargo se convirti¨® en la gran dama del crimen

Milim¨¦trico recorte del bigotito encerado con pomada ligeramente aromatizada; impecable pelo azabache sobre un cr¨¢neo en forma de huevo; peque?os sorbos de una tizana hirviente todos los d¨ªas a las cinco en punto de la tarde; leontina de oro anclada sobre un chaleco impecable y en un bolsillo a la altura de la cintura un reloj cuyas espadas marcan siempre la hora exacta sobre guarismos romanos; pasitos cortos envueltos en luminosos zapatitos de cuero lustrado, cubiertos por elegant¨ªsimas polainas; bast¨®n como b¨¢culo que ha de servir en casos de extrema gravedad como arma defensiva¡ Y la conciencia convencida de ser el mejor detective del mundo son ¡ªm¨¢s o menos¡ª los atributos que mejor describen al polic¨ªa retirado de nacionalidad belga llamado Hercule Poirot al cumplir su primer siglo de vida.
Creado por la Dama Agatha Christie durante no pocos desvelos con la Primera Guerra Mundial como tel¨®n de fondo, habiendo sido enfermera voluntaria al cuidado de soldados heridos y refugiados huidos de B¨¦lgica, la mujer que fue ni?a solitaria y callada decidi¨® escribir una primera novela que fue publicada por entrega en el diario The Times de Londres en enero de 1921, aunque hay una edici¨®n del a?o anterior fechada en los Estados Unidos de Norteam¨¦rica. La novela se titul¨® El curioso asunto en Styles (The Curious Affair at Styles) marcando el debut del Inspector Poirot para honra y gloria de la literatura al lado del Capit¨¢n Hastings, el Inspector Japp sabueso de Scotland Yard y una larga n¨®mina de personajes entra?ables, asesinos descarnados, matarifes sueltos, psic¨®ticos y lun¨¢ticos, rateros y plagiarios que sumar¨ªan al paso del siglo XX la notable cantidad de 69 relatos cortos o cuentos, 33 novelas y tres obras de teatro donde se combinan todos los acertijos posibles en torno al bello ejercicio de la raz¨®n sobre la locura criminal. Toda una literatura que abreva del arte de la deducci¨®n a la Sherlock Holmes combinada con la refinada inducci¨®n de las sinuosas interrogaciones de Hercule Poirot, los nudos enredados a la Farjeon o la inteligencia detectivesca que transpir¨® Chesterton con su Padre Brown, pero todo en la pluma de una mujer intrigante que parec¨ªa no herir el paso de una mosca y que sin embargo se convirti¨® en la gran dama del crimen por m¨¢s de un siglo.
Dedico estas l¨ªneas al gran actor David Suchet que encarn¨® al personaje de Poirot durante un cuarto de siglo a trav¨¦s de una magn¨ªfica serie de la televisi¨®n inglesa, traducida a la misma infinidad de lenguas que la obra escrita por Christie. Suchet shakespeariano de muchas tablas se convert¨ªa en Poirot en cuanto se calzaba sobre el labio el bigotito a la manubrio y cambiada su voz por la del entra?able belga que pronuncia el franc¨¦s con la misma distinci¨®n que lleva Georges Simenon con su Maigret o TinTin con su perrito: una formidable manera de pronunciar el franc¨¦s sin serlo.
Debo a mi mejor amigo el sano contagio de haber logrado sobrevivir el semiconfinamiento del actual invierno de nuestro descontento habiendo visto los 70 cap¨ªtulos de la serie, le¨ªdas nueve de las novelas (and counting) y todos los cuentos de Poirot con una mezcla de asombro y audacia: de lo primero, no exento de envidia puramente literaria y de lo segundo, los atrevimientos de formular hip¨®tesis y conclusiones cuando el detective y la dama a¨²n no desenredan los nudos de la trama. Uno intenta adelantarse al hallazgo siempre m¨¢gico que ha de resolver los casos y uno siempre se resigna a saborear la dulce admiraci¨®n por un personaje que cobr¨® vida propia no solo p¨¢rrafo a p¨¢rrafo sino en las muchas interpretaciones que lo han encarnado en los escenarios.
Mi t¨ªo Pedro me llev¨® al Cine de las Am¨¦ricas en un M¨¦xico que ya no existe para ver en pantalla inmensa El asesinato en el Expreso de Oriente y a la fecha tengo pendiente realizar el recorrido de Estambul a Londres ¡ªpasando por Venecia¡ª con el af¨¢n de que el tren se estanque cuatro d¨ªas en una tormenta de nieve que me permita leer sobre la escenograf¨ªa blanca cada una de las p¨¢ginas de un crimen supuestamente memorizado desde el instante en que Albert Finney interpretara el papel de Poirot. El mismo actor que parec¨ªa Otro ya me hab¨ªa hechizado la vida en su papel de Scrooge, mas nunca supo el inmenso favor que le hizo a la literatura en general y un lector en particular al confirmar que allende el maquillaje y los acentos de la voz impostada, uno se vuelve espejo de las pantallas y de las p¨¢ginas con tipograf¨ªa en cuanto una autora como Agatha Christie logra el inmenso truco venenoso de hacer sentir en el silencio de las madrugadas la piel de gallina que tat¨²a los brazos de una v¨ªctima al filo de una navaja o la neblina de vapor en sepia que inunda la estaci¨®n de los trenes al filo de la almohada y el agrio sabor de un veneno sin ant¨ªdoto posible que un mayordomo logra mezclar en la inocente taza del caf¨¦ que acabamos de dejar en la mesa, al filo de la l¨¢mpara que apenas ilumina la maravillosa alfombra persa por donde alguien ha dejado un caminito de gotas de sangre como hilo de una media de seda que aprieta entre sus guantes hechos pu?o el arist¨®crata asesino que acaricia la espalda dormida de una mujer que cre¨ªa estarse quitando el collar de perlas con las cosquillas que emanan de cada una de las letras min¨²sculas y may¨²sculas que va entonando sobre el teclado de una vieja m¨¢quina de escribir una mujer escritora maravillosa que en cada giro de la cinta de tinta acomoda perfectamente el nudo de la antigua corbata de mo?o de un entra?able detective capaz de encarar el Mal para intentar hacer el Bien¡ as¨ª pasen los siglos.
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