Yolanda, los egos y el partido ¡®matrioska¡¯
Ojal¨¢ que la apertura hacia la sociedad, anunciada por D¨ªaz, promueva un proceso constituyente porque el ¨¦xito de este proyecto interesa a su espacio pol¨ªtico, al conjunto de las izquierdas y a la propia democracia
Que me disculpen por esta intromisi¨®n las personas m¨¢s directamente implicadas. Adem¨¢s de un fuerte v¨ªnculo emocional, me mueve el convencimiento de que todos nos jugamos mucho en el proyecto anunciado por Yolanda D¨ªaz, empezando por los sectores sociales que necesitan y requieren pol¨ªticas de transformaci¨®n social y las identifican con este espacio pol¨ªtico. Parece existir un amplio acuerdo en que se necesita algo nuevo, aunque no tanto en qu¨¦ y c¨®mo construirlo.
Importa al conjunto de las izquierdas donde, por convicci¨®n o necesidad, comienza a entenderse la importancia de confluir sin sustituir, de competir cooperando, aunque encontrar el punto de sal, el equilibrio, sea complejo. Al PSOE le conviene la consolidaci¨®n de ese espacio, a pesar de que en ocasiones sus dirigentes expresen nerviosismo, pero tambi¨¦n interesa a la mayor¨ªa de la sociedad. En momentos de desconcierto, de miedos e inseguridades m¨²ltiples, la democracia necesita organizaciones s¨®lidas que sepan representar intereses, canalizar los conflictos y articular la solidaridad para ofrecer seguridad a la ciudadan¨ªa. La no pol¨ªtica solo beneficia a quienes pretenden sociedades autoritarias e injustas.
Las voces que advierten del riesgo de que los egos asfixien este proyecto, incluso antes de nacer, confirman que no ser¨¢ tarea f¨¢cil. Pero intuyo que los problemas no nacen solo de la condici¨®n humana: existen dificultades objetivas para construir un nuevo proyecto pol¨ªtico que vaya m¨¢s all¨¢ de una plataforma electoral. Lo hemos comprobado estos ¨²ltimos d¨ªas. Incluso en un escenario complejo como el de las negociaciones de la reforma laboral, Yolanda D¨ªaz contin¨²a acumulando auctoritas con su manera de entender la pol¨ªtica y de ejercer las funciones de gobierno.
Mientras, una parte de ese capital pol¨ªtico se pierde por las grietas que abren en su propio espacio algunas decisiones incomprensibles. En vez de sumar, m¨¢s bien restan, hacia fuera y hacia dentro.
En momentos como este, de desapego y desafecci¨®n, lo determinante es ilusionar a la ciudadan¨ªa y especialmente a los sectores sociales que m¨¢s necesitan de la pol¨ªtica pero que m¨¢s descreimiento manifiestan respecto del espacio p¨²blico. El sorpasso ¨²til es el que pueda darse al desencanto y la resignaci¨®n, aunque sea objetivo dif¨ªcil en una sociedad cada vez m¨¢s compleja, con una diversidad de intereses y conflictos que no siempre es f¨¢cil congeniar, con una multiplicidad de identidades que se construyen como contrapuestas e incompatibles entre s¨ª.
La hegemon¨ªa ideol¨®gica del ultraliberalismo concibe los derechos como meros bienes de consumo que se pueden obtener en el mercado, pero eso mismo incentiva un exacerbado individualismo al tiempo que penetra en todos los sectores sociales y coloniza las m¨¢s variadas reivindicaciones. La ciudadan¨ªa reclama que la pol¨ªtica responda de manera exclusiva a los intereses personales de cada cual y a su manera de entender la sociedad. Exigimos partidos hechos a la medida de cada uno de nosotros, sin advertir que incentiva la cultura pol¨ªtica ¡°atrapalotodo¡± y genera escenarios institucionales cada vez m¨¢s fragmentados.
Nuestra sociedad tiende a una creciente compartimentaci¨®n de las causas, con movilizaciones tan potentes como dif¨ªciles de articular pol¨ªticamente. Incluso movimientos sociales que, como el feminismo y el ecologismo, son portadores de valores universales se est¨¢n resintiendo ante esta tendencia a segmentar y compartimentar las causas.
Agregar intereses particulares en causas compartidas es la funci¨®n que han desarrollado hist¨®ricamente sindicatos confederales y partidos pol¨ªticos. Hoy viven, como todas las estructuras de intermediaci¨®n, una crisis en su funci¨®n de mediaci¨®n social. Pero mientras las organizaciones sindicales mantienen ¡ªno sin dificultades¡ª su apuesta por el v¨ªnculo asociativo y estable de la afiliaci¨®n y la organizaci¨®n, muchos partidos pol¨ªticos han renunciado a ello.
Cualquier proyecto que quiera trascender m¨¢s all¨¢ de unas elecciones requiere recuperar el valor de la organizaci¨®n pol¨ªtica como sustento imprescindible de las ideas. Asumiendo que las formas organizativas del siglo XX ya no sirven y a¨²n no somos capaces de imaginar otras nuevas. En este interregno est¨¢n apareciendo muchos placebos y algunos monstruos. El v¨ªnculo asociativo y estable propio de los partidos tradicionales ha mutado a formas gaseosas y relaciones dominadas por la l¨®gica del mercado. Hoy, la pol¨ªtica no se hace, sino que se consume, y la relaci¨®n entre ciudadan¨ªa y partidos deviene clientelar.
Esta distop¨ªa ha seducido a sectores de la izquierda, camuflada entre el tecnooptimismo de las redes sociales como alternativa a las organizaciones. La indignaci¨®n se consume ¡ªen su doble acepci¨®n¡ª pero la transformaci¨®n social debe organizarse. La digitalizaci¨®n no deber¨ªa contraponerse a la organizaci¨®n ni pretender sustituirla sino ponerse a su servicio.
Para que el proyecto anunciado por Yolanda D¨ªaz avance deber¨¢n desandarse falsos atajos y abandonar el espejismo del partido sin organizaci¨®n. Esta quimera ha tenido un alto precio en forma de estructuras pol¨ªticas muy jerarquizadas y, en consecuencia, altamente sensibles a las crisis cupulares.
La izquierda que representa Yolanda lleva a?os intentando superar la crisis del ¡°partido¡± por excelencia. Las sucesivas explosiones de lo existente han generado una constelaci¨®n de estrellas que tienden a reencontrarse utilizando la t¨¦cnica de las matrioskas. Mientras, la nueva pol¨ªtica ha teorizado los partidos movimiento que, sin organizaci¨®n, acaban siendo plataformas presidencialistas, tan ef¨ªmeras como sus liderazgos. En el partido matrioska la mu?eca exterior, que se legitima electoralmente ante la ciudadan¨ªa, contiene en su interior otra mu?eca parecida que, a la vez, encierra otra m¨¢s peque?a a¨²n que se arroga la funci¨®n de marcar el paso a todas las dem¨¢s. En el partido movimiento, algunos se reservan la funci¨®n de n¨²cleo irradiador o nave nodriza: se invoca mucho a Gramsci y Laclau pero la inspiraci¨®n llega de Lenin.
Ninguna de estas f¨®rmulas es sostenible. No facilitan la tarea de intelectual colectivo, la funci¨®n de agregaci¨®n de causas y la construcci¨®n de los imprescindibles consensos internos. Al contrario, promueven identidades cerradas y egos colectivos que dificultan el debate y as¨ª aumentan el riesgo democr¨¢tico, com¨²n a toda la pol¨ªtica, de que al final las decisiones importantes se tomen en la cocina de un apartamento, en el despacho de un spin doctor o en un grupo de Telegram. Incluso los liderazgos socialmente potentes requieren de organizaciones s¨®lidas.
No es menor el reto de definir la estructura territorial. Un proyecto que defiende la plurinacionalidad de Espa?a y una gobernanza federal deber¨ªa adoptar formas organizativas coherentes con esta forma de entender el pa¨ªs. Eso tampoco ser¨¢ f¨¢cil. Los intentos de reconstrucci¨®n de este espacio pol¨ªtico han evolucionado de diferente manera en cada territorio, como si se tratara de especies end¨¦micas en islas aisladas. La soluci¨®n no parece estar ni en la centralizaci¨®n ni en un pacto de autarqu¨ªas consentidas. Quiz¨¢s la respuesta est¨¦ en una organizaci¨®n en red, capaz de recuperar la cooperaci¨®n y la lealtad propias del mejor federalismo.
No es realista esperar que todos estos retos se puedan afrontar de una sola tacada, sobre todo porque a corto plazo debe afrontarse el pr¨®ximo ciclo electoral. Pero ayudar¨ªa mucho hacer caso a S¨¦neca. Solo se pueden aprovechar los vientos favorables si se sabe a qu¨¦ puerto se quiere llegar. Ojal¨¢ que la apertura hacia la sociedad, anunciada por Yolanda D¨ªaz, promueva un proceso constituyente sobre bases nuevas porque, como dije al comienzo, el ¨¦xito de este proyecto interesa a su espacio pol¨ªtico, al conjunto de las izquierdas y a la propia democracia.
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