Darwin vive
Nuestra sofisticada medicina se tiene que conformar con resolver algunas enfermedades, y los dem¨¢s pacientes siguen siendo tan d¨¦biles como antes de la aparici¨®n del ¡®Homo sapiens¡¯
Un chascarrillo pertinaz de la biolog¨ªa es que la evoluci¨®n humana se detuvo al aparecer nuestra especie, el Homo sapiens. El argumento es que, si la evoluci¨®n se basa en la reproducci¨®n diferencial del mejor adaptado a su entorno local, los humanos hemos arruinado el mecanismo al cuidar a los heridos y a los d¨¦biles, pues ello permite a los desadaptados sobrevivir y reproducirse. Esta idea no se sujeta ni con andamios de bamb¨². Para empezar, es que hay que ser pomposo para pretender que un proceso que lleva funcionando 4.000 millones de a?os se vaya a atascar por obra y gracia de un hom¨ªnido reci¨¦n llegado al planeta Tierra y cuya propensi¨®n al cuidado de los otros se mide en cabezas nucleares.
Pero es que, adem¨¢s, el altruismo que supuestamente ha detenido la evoluci¨®n humana solo ha podido ser un factor menor en los 100 o 200 milenios de nuestra historia y prehistoria. A lo m¨¢s que pod¨ªa aspirar el cham¨¢n de una tribu paleol¨ªtica es a entablillar una pierna rota o parar la hemorragia producida por una pedrada en la cabeza, y esos accidentes ni dependen de los genes ni tienen nada que ver con la evoluci¨®n. Aun hoy, nuestra sofisticada medicina se tiene que conformar con resolver algunas enfermedades, y los dem¨¢s pacientes siguen siendo tan d¨¦biles como antes de la aparici¨®n del Homo sapiens.
Las pruebas de que la evoluci¨®n humana sigue en marcha se han acumulado durante d¨¦cadas. En primer lugar, las poblaciones han adquirido diferentes adaptaciones al clima local desde que nuestros ancestros salieron de ?frica hace 50 milenios. Entre esas adaptaciones se cuentan los diversos colores de piel que exhibe cada etnia, y que seguramente son la causa ¨²ltima de todas las guerras que han afligido a la especie.
Los ¨ªndices de c¨¢ncer de piel son muy altos en Australia, donde hay mucha poblaci¨®n de origen irland¨¦s y brit¨¢nico. Su piel blanqu¨ªsima les deja expuestos a la tremenda radiaci¨®n solar del continente austral. Las poblaciones septentrionales, por su lado, son muy blancas porque tienen que aprovechar cada fot¨®n de luz para sintetizar vitamina D. Los habitantes de las alturas del T¨ªbet muestran adaptaciones a la escasez de ox¨ªgeno, probablemente adquiridas de los denisovanos que les precedieron en la zona. El sexo mueve las cosas a veces.
Los niveles m¨¢s altos del mundo de diabetes de tipo II (la asociada al sobrepeso) no se dan en Europa ni en Estados Unidos, como podr¨ªa uno esperar, sino en una isla perdida en la Micronesia del Pac¨ªfico central. Nauru es el tercer Estado m¨¢s peque?o del mundo, solo por detr¨¢s de M¨®naco y el Vaticano. ?A qu¨¦ viene tanta diabetes? La raz¨®n es evolutiva, y en una escala de tiempo bien corta. Hasta el siglo XIX, los nativos de la isla depend¨ªan por completo de unas cosechas impredecibles, con grandes hambrunas que esquilmaban la poblaci¨®n. Luego llegaron las empresas brit¨¢nicas a extraer los abundantes fosfatos del suelo, con la bonanza lleg¨® la obesidad y los mismos genes que hab¨ªan salvado a los ind¨ªgenas de morir de hambre los empezaron a matar de enfermedades metab¨®licas. ?Que la evoluci¨®n se ha parado? Oh vamos.
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