La historia se repite
Los lectores opinan sobre el ataque de Rusia a Ucrania, los beneficios de los ¨¢rboles en las ciudades, el aislamiento de las personas mayores durante la pandemia y los cambios sociales
En los veranos de 1990 y 1991, pas¨¦ un mes de trabajos de campo con colegas de una universidad de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica. Las condiciones eran muy espartanas durante el d¨ªa, y las comidas consist¨ªan en una especie de carne enlatada con pan y mucho t¨¦. Sin embargo, por las noches ¨¦ramos invitados a la mansi¨®n de uno de los cargos de la universidad, que a su vez era cargo en el Partido Comunista, y el men¨² cambiaba a los pescados ahumados m¨¢s deliciosos y caviar a cucharadas. La situaci¨®n era chocante y tambi¨¦n turbadora, pues de repente vimos en qu¨¦ consist¨ªa el comunismo.
La estancia en 1991 termin¨® con el grupo espa?ol siendo evacuado por las calles llenas de soldados con kal¨¢shnikov. El ambiente era muy tranquilo para ellos, pero sobrecogedor para nosotros. All¨ª les dejamos con la incertidumbre de una nueva era. Ahora estamos viendo c¨®mo el aut¨®crata Putin intenta ser de nuevo el jefe del terror, no solo del pa¨ªs, sino del planeta. Viva Ucrania. Viva Rusia sin presidentes autoritarios.
Lola Pereira. Salamanca
Por una ciudad con ¨¢rboles
Piense usted lo bien que se vivir¨ªa en un mundo lleno de vegetaci¨®n; pues eso es lo que yo quiero para mi ciudad, Santander. All¨ª los ¨¢rboles son escasos y, sin embargo, fabrican ox¨ªgeno, reducen la concentraci¨®n de part¨ªculas contaminantes en el aire, embellecen las ciudades, entre otras muchas cosas. La naturaleza debe recuperar parte del espacio colonizado por la urbanizaci¨®n de las ciudades.
Manuela Corral Fern¨¢ndez. Santander
Morir aislada en una burbuja
En medio del alud de contradicciones en la gesti¨®n de la pandemia, nuestra familia ha vivido una de las peores consecuencias. Nuestra madre entr¨® al hospital por una infecci¨®n de orina, pero en la planta en la que la ingresaron hab¨ªa un brote de covid y no la pod¨ªamos visitar. Poneos en su piel: estoy desorientada, ciega, sorda, sin ning¨²n referente familiar y, cuando me pongo agresiva porque no dejan de pincharme y hacerme test de ant¨ªgenos, me sedan... Cuando me organizan una videollamada, oigo una voz familiar que me suplica que coma algo, pero no quiero porque no s¨¦ qu¨¦ hago aqu¨ª. ?Y si me han abandonado? Pasan los d¨ªas y no estoy en casa, no quiero seguir viviendo as¨ª.
Angelita Sancho Llorente, entr¨® el d¨ªa 15 de enero al Hospital de la Esperanza y el 1 de febrero, tras 15 d¨ªas sin comer, s¨®lo con suero, falleci¨®. Unas horas antes, finalmente pudimos despedirnos, d¨¢ndonos cuenta de lo consumida que se hab¨ªa quedado. No se contagi¨® de covid, no... Muri¨® sola en su burbuja de pena.
Neus Rico Mart¨ª. Olot (Girona)
No cambia el mundo
No cambia el mundo, cambiamos nosotros. Siempre he escuchado con cierto recelo la frase, casi intrascendente debido a su abuso: ¡°El mundo ha cambiado¡±. Pero, en realidad, somos nosotros los que hemos cambiado. Un cambio que debemos interrogar y afrontar cada vez que se produzcan guerras, pandemias o desastres que nos aflijan. El mundo no ha cambiado; somos nosotros quienes, para bien o para mal, lo estamos haciendo. Y esa es la verdadera cuesti¨®n con la que debemos batallar: lo que somos, lo que fuimos y lo que queremos llegar a ser.
Abel Otero Ord¨®?ez. Santiago de Compostela
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