Llena de ideales y vac¨ªa de realidad
Nuestro mundo infantilizado se enfrenta a retos propios de la vida adulta. Y crecer, en el mejor de los casos, duele. Y en el peor, no se consigue
Estoy a punto de cumplir 43 a?os y el ¨¢rbol que hay frente a mi ventana vuelve a tener brotes verdes, impasible y hermoso como la primavera. Un s¨¢bado por la ma?ana voy al mercado, la alegr¨ªa colorida de las frutas sigue en su lugar y todo el mundo por la calle camina con la determinaci¨®n de quien sabe d¨®nde va. Parece que nada hubiera cambiado y, sin embargo, las cosas son distintas. Desde hace alg¨²n tiempo, la vida ya no me sabe tan bien, las frutas ya no huelen tan bien. La risa de mis amigos no es tan perfecta como antes y la belleza lleva puesto un fin¨ªsimo velo gris sobre la frente. En alg¨²n momento pens¨¦ que la culpa era de la pandemia, de la guerra en Ucrania, de la lluvia de barro, de la falta de leche en los estantes¡ Despu¨¦s cre¨ª que podr¨ªa ser todo culpa m¨ªa, la crisis de la mediana edad o algo as¨ª. Pero la otra noche, un cuento de Sherwood Anderson escrito hace m¨¢s de 100 a?os me hizo comprender lo que est¨¢ pasando: nuestro mundo infantilizado se enfrenta a retos propios de la vida adulta. Y crecer, en el mejor de los casos, duele. Y en el peor, no se consigue.
El cuento de Anderson se titula Quiero saber por qu¨¦ y habla de ese preciso momento en la vida en que la inocencia termina y la vida empieza a doler. En el relato, un chaval de Kentucky se escapa con sus colegas para ver las carreras de caballos y contemplar la belleza de los purasangres. El muchacho, adem¨¢s de contemplar la grandeza de estos animales, observa el trabajo del entrenador que m¨¢s admira. Y cuando la carrera termina, sigue a su ¨ªdolo, por el simple deseo de seguir los pasos del mejor¡ Y as¨ª puede ver c¨®mo su modelo a seguir entra en un prost¨ªbulo. Y a partir de ese momento el mundo se le viene abajo, porque el hombre que encarna sus ideales personifica, al mismo tiempo, la bajeza moral. El protagonista termina el relato con una pregunta: ¡°Quiero sabe por qu¨¦¡±. Y la respuesta es que el mal, como el fracaso, forma parte del mundo y de la vida. Y que hacernos mayores consiste precisamente en aceptarlo. Gracias a Anderson comprendo que gran parte de mi tristeza se debe a que yo misma he aprendido a vivir llena de ideales y vaciada de realidad, tan pueril como el mundo que me rodea.
Que nuestra cultura est¨¢ infantilizada se nota en que todo son ideales a nuestro alrededor. La democracia se comporta como un ideal y es ideal, lo mismo que la globalizaci¨®n o el amor ¡ªque se sigue construyendo sobre ideales tan rom¨¢nticos como da?inos¡ª, incluso el capitalismo nos sigue pareciendo el mejor de los sistemas posibles. Que el mercado no funcione y que se rompa cada dos por tres, no modifica su naturaleza ideal. Igual que la educaci¨®n podr¨ªa reventar de fracaso escolar sin afectar a la imagen ben¨¦fica y superlativa que tenemos de ella. O la sanidad p¨²blica, asfixiada por la utop¨ªa que la mantiene eternamente precaria. Y as¨ª vivimos, vaciados de realidad y cada d¨ªa m¨¢s tristes e irresponsables, igual que los ni?os mimados. La negaci¨®n infantil es tan grande que se ha convertido en tendencia. Y as¨ª hemos conocido a los negacionistas del clima, de la pandemia y muy recientemente de la huelga de transporte. Se empieza negando que la vida cambia, despu¨¦s se niegan las cat¨¢strofes y un d¨ªa Putin niega la existencia de Ucrania. Los ideales tambi¨¦n los carga el diablo.
La soluci¨®n es cualquier cosa menos f¨¢cil. Para m¨ª, una de las cosas m¨¢s dif¨ªciles en la vida ha sido tener que crecer. Porque durante mucho tiempo he vivido con ideales de m¨ª misma. Ideales sobre mi pa¨ªs, mi familia, mis amigos, mi pareja, mis ideas o mi obra literaria. Es muy normal en nuestro mundo tener un ideal para cada cosa. Y supongo que son necesarios algunas veces. Por ejemplo, as¨ª es como superamos la adolescencia, con una gran consideraci¨®n sobre nosotros mismos. Solo de ese modo soportamos los obst¨¢culos y los horrores: el desamor, la indiferencia, los suspensos, la pobreza de recursos vitales, las metamorfosis del cuerpo¡ Pero hay un momento en que te das cuenta de que el ideal de ti misma ¡ªo de tu partido, de tu pareja, de tu novela¡¡ª te aleja de la realidad. Y entonces empiezas a verte tal como eres. Al principio es tr¨¢gico: no has triunfado, no has conseguido todo lo que quer¨ªas y tu trayectoria est¨¢ jalonada de grandes o peque?os fracasos. Porque cualquier vida ¡ªo pa¨ªs o trabajo o partido pol¨ªtico¡¡ª es una sucesi¨®n de fracasos ¨ªntimos donde muchas cosas que pudieron salir bien, salieron mal. Pero despu¨¦s de una primera fase de p¨¢nico, puede comenzar una fase de descubrimiento de lo que verdaderamente es la vida humana, cargada de errores y defectos, plena de da?o y fragilidad. Este segundo momento es un momento de amor. De amor profundo en lo bueno y en lo malo. Lo ¨²ltimo tambi¨¦n lo he entendido gracias a Anderson.
He le¨ªdo varias veces su relato hasta comprender que el final no es triste sino amoroso, pues permite al personaje tratar con la vida tal como es. La literatura tiene esa cualidad: nos permite tratar con la vida. Justo lo contrario que la pol¨ªtica, empe?ada ¨²ltimamente ¡ªen uno y otro bando¡ª en someter toda realidad al imperio del ideal, traducido en proclamas publicitarias, mentiras agradables, informaci¨®n dosificada, vagas esperanzas y retratos de photocall. Hasta que la realidad se queda tan en los huesos que no sirve ni para hacer caldo. Pero hace dogma. Un dogma endurecido por la negaci¨®n de la experiencia y de los hechos. Cuando eso pasa, el ideal no es ya un cristal por el que se ve el mundo, sino la pantalla donde se proyectan pel¨ªculas para ni?os que nunca crecer¨¢n. Entonces, m¨¢s vale darse la vuelta, mirar m¨¢s all¨¢ de los focos y los int¨¦rpretes y confiar en que no sea demasiado tarde para crecer. Yo espero que no lo sea para m¨ª.
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