Fabricamos j¨®venes antisistema
La pulsi¨®n juvenil es, de fondo, la quiebra del paradigma de la esfera p¨²blica, de lo colectivo, lo comunitario, en nuestras sociedades democr¨¢ticas
Fabricamos j¨®venes antisistema, esos que no se sienten vinculados con un sistema que sienten que les oprime en sus ilusiones de emanciparse o formar una familia, de ser felices, de no vivir precarios. Por eso, muchos chavales jalean en las redes sociales a los youtubers que huyen a Andorra para pagar menos impuestos, o a los comisionistas de las mascarillas y el f¨²tbol. Esos cracks cristalizan sus ansias de venganza, de resentimiento, a modo aspiracional sobre sus anhelos frustrados. Es el paradigma del s¨¢lvese quien pueda, donde el listo, el que saca provecho, es visto como un h¨¦roe porque nos da la patada.
Sin embargo, ser¨ªa absurdo blandir el argumento moral o criminalizar a nuestra juventud para frenar esta deriva, mientras nuestra sociedad sigue tapando con hipocres¨ªa su responsabilidad sobre la pujanza del giro libertario.
Primero, por una sensaci¨®n latente de que las instituciones han dejado de canalizar los conflictos socioecon¨®micos, territoriales¡ Pocos j¨®venes consideran hoy que el sindicato velar¨¢ por sus derechos, a la par que asisten a una clase pol¨ªtica, a un Parlamento, que tienden a garantizar el nivel de vida y necesidades de unos pocos, como los jubilados, cuyos votos son de inter¨¦s mayor para los partidos de turno en el Gobierno.
No casualmente, la quiebra del bipartidismo se dio en 2015 a manos de los j¨®venes por debajo de 45 a?os, que ya no se sent¨ªan reflejados en la democracia de sus padres. Ellos est¨¢n incluso detr¨¢s del auge de las nuevas formaciones, o de que la pol¨ªtica cree y hunda liderazgos iliberales o populistas de forma tan acelerada. Se amparan en discursos combativos, en versos libres desacomplejados, que prometen reventar el establishment, la conformidad que les rodea.
Los extremismos encuentran asimismo un caldo de cultivo por la atomizaci¨®n social en momentos clave. En la pandemia se extendi¨® lo del ¡°autocuidado¡±, el ¡°autodiagn¨®stico¡±, o el ¡°autom¨¦dico¡± porque lo p¨²blico no daba abasto. El propio deterioro de nuestra salud mental se entiende incluso como algo privado. Quien no puede pagar un psic¨®logo se ve sumido en la autoayuda, leyendo en la soledad de su casa, culp¨¢ndose de su desgracia.
Segundo, los j¨®venes antisistema asisten con perplejidad a la implosi¨®n del ascensor social, de las reglas que el sistema les dio para su escalada. La frustraci¨®n nace al apreciar que han hecho todo lo que se esperaba de ellos ¡ªcursar una carrera, pedir becas, viajar, aprender idiomas¡¡ª para acabar en la cola del paro, o con ciertas condiciones de vida m¨ªseras. En cambio, conocen ejemplos espabilados capaces de forrarse con solo cerrar un buen trato.
Tercero, ese caldo de cultivo se ve espoleado por una opini¨®n p¨²blica fragmentada, desde compartimentos estanco polarizados. Las redes, ese espacio fr¨ªo y descontextualizado, donde los j¨®venes pasan miles de horas frente a una pantalla en su cuarto. No hay posibilidad de confrontaci¨®n sobre una moral p¨²blica aceptable, ni de empat¨ªa o lazos sociales con quien vive al lado, aunque en la calle la realidad es muy distinta.
En consecuencia, la pulsi¨®n juvenil antisistema es, de fondo, la quiebra del paradigma de la esfera p¨²blica, de lo colectivo, lo comunitario, en nuestras sociedades democr¨¢ticas. Si nadie logra aglutinar al grupo para aportar soluciones, se vendr¨¢ la forja de las identidades excluyentes o aisladas, obviando el valor de las luchas compartidas.
De hecho, una estudiante me pregunt¨® hace unos d¨ªas en la Universidad Aut¨®noma de Madrid sobre por qu¨¦ ya no hab¨ªa manifestaciones por la depauperaci¨®n en la educaci¨®n o la sanidad, dos pilares del acervo p¨²blico. La diferencia entre 2015 y 2022 es que hace siete a?os exist¨ªa la creencia de que era posible mejorar el sistema desde movimientos conjuntos. El activismo entr¨® a las instituciones vaciando las calles, pero su incapacidad de solucionar los males sist¨¦micos de fondo ha tra¨ªdo cierto sentimiento de desilusi¨®n o desamparo.
En contraposici¨®n, se fortalece el paradigma de privatizar lo b¨¢sico, de las actitudes narcisistas basadas en la creencia del ¡°tonto el ¨²ltimo¡±, del individualismo galopante que cuestiona la acci¨®n de los poderes p¨²blicos.
Que nadie se sorprenda entonces cuando un multimillonario como Elon Musk se convierta el nuevo h¨¦roe libertario de nuestros muchachos. Nada m¨¢s antisistema que el relato sobre un empresario como nuevo garante de la libertad de expresi¨®n en las redes sociales. Ahora resultar¨¢ que los derechos y libertades fundamentales son tambi¨¦n patrimonio u obra de gracia de una empresa privada, de un individuo, y no de la esencia fiscalizadora de nuestras democracias. As¨ª estamos forjando los j¨®venes, adultos antisistema del ma?ana.
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