Involuci¨®n feminista
La igualdad prometida todav¨ªa no se ha consolidado, as¨ª que es normal que muchas mujeres j¨®venes se sientan enga?adas pero no podemos ceder. Asumamos de una vez por todas que hoy somos las nuevas revolucionarias
El feminismo de estos a?os ha sido un enga?o, un embeleco, un desencanto. Eso piensan muchas j¨®venes que reconocen que nunca hubo en Espa?a una movilizaci¨®n comparable a la del 8-M, ni ha habido mayor presencia en las instituciones de la cuesti¨®n de la mujer. Pero sienten a la vez que nunca fueron tan evidentes las actitudes reaccionarias contra nuestras libertades o nuestro papel en la sociedad. ¡°?C¨®mo puede ser? Parece que retrocedamos, que vayamos para atr¨¢s¡± deslizan amigas de mi infancia en Igualada. Est¨¢n en torno a unos 30 a?os, son libres y empoderadas, y a¨²n as¨ª, notan la paradoja de la involuci¨®n en sus carnes. Tienen raz¨®n pero s¨¦ tambi¨¦n que no van a decirlo en voz alta fuera de contextos seguros. Silencio. Temen ser tildadas de hist¨¦ricas o que ridiculicen su denuncia o se burlen de ellas por vivir mucho mejor que en lugares donde las mujeres sufren aut¨¦nticos infiernos. Incluso alg¨²n hombre puede atreverse a equiparar su miedo cuando vuelve a casa solo. Hasta puede asomar el chantaje de recordar las condiciones de las mujeres del pasado sin posible cuenta bancaria a su nombre, ni un trabajo que la emancipara. Es ah¨ª donde radica el enga?o. Mientras cierta izquierda se exhibe autocomplaciente, triunfalista y adanista, muchos parecen no haber ca¨ªdo en que las mentes no se legislan, como tampoco cambian las realidades a corto plazo. En paralelo a cada paso adelante, se ha desatado en estos a?os una contrarrevoluci¨®n brutal en el relato. Ha llegado de la mano de una ultraderecha muy movilizada que naci¨® para sepultar cualquier atisbo de progreso. Su discurso crece de forma transversal y r¨¢pida hasta volverse casi hegem¨®nico. Regresan a la circulaci¨®n c¨¢nones sutiles, nada inocuos, sobre lo que debe ser una buena esposa, es decir, una buena mujer. Se viralizan v¨ªdeos de mozas que dicen buscar un hombre que las mantenga, mientras cierta progres¨ªa prefiere ahora poner esfuerzos en teorizar sobre los cuidados, la regla o la lactancia. Est¨¢ de moda incluso tachar a una muchacha de 30 a?os de adolescente o ni?ata porque no tiene intenci¨®n de ser madre y a la vez se glorifica a quien s¨ª lo es, como un s¨ªntoma a tono con los tiempos actuales. E incluso, el populismo campa a sus anchas esgrimiendo la subida en la factura de la luz para plantear falsas dicotom¨ªas sobre tener que elegir entre comer o nuestros derechos.
Esa es la paradoja de la involuci¨®n feminista en pleno siglo XXI. Las libertades han crecido como nunca pero existe una fuerza de repliegue poderosa en la consideraci¨®n de nuestro papel en sociedad. Las mismas amigas que mencionaba antes preguntan cu¨¢ndo dej¨® de hablarse del techo de cristal o de la brecha de g¨¦nero en los salarios. Se siguen acercando a mis charlas chicas que no han intervenido antes en voz alta, ¡°por si lo que iba a decir era obvio, o no era interesante¡±, y cada vez menos se habla ya del s¨ªndrome de la impostora.
Est¨¢ quedando arrinconado en la esfera p¨²blica el imaginario de la mujer combativa, la que lucha por seguir dando sentido a sus derechos y sigue se?alando sus desigualdades. O se ridiculiza ese discurso, o se lo acompleja o se lo da por sentado. Vuelven poderosos mecanismos como la culpa o el estigma, tan presentes en la historia para controlar nuestra conducta. Y aunque m¨¢s mujeres que nunca ocupan las c¨²pulas de direcci¨®n empresarial o pol¨ªtica, nadie corre como anta?o a preguntarles por sus experiencias inspiradoras o por las dificultades vividas.
En cambio, las reflexiones sobre la mujer pivotan cada vez m¨¢s sobre la esfera privada, o en torno a la gesti¨®n de la intimidad, el papel de la familia o la relaci¨®n de pareja. Feministas de unos 50/60 a?os se escandalizan con raz¨®n ante el hecho de que voces femeninas sepulten la subversi¨®n que ellas hab¨ªan conquistado. Les indigna, incluso, reconocer que hoy una parte de la derecha no conservadora va de libertaria, y proyecta mayor poder¨ªo que algunos prototipos progres con dejes paternales, o metidas en cuitas vacuas por el lenguaje.
Pese a ello, caretas fuera, hipocres¨ªas las justas. El sistema tambi¨¦n se suma a conveniencia al giro reaccionario al constatar que nuestra rabiosa capacidad de elegir pone en jaque sus cimientos. Sucede con el debate sobre las pensiones, con el sostenimiento del Estado de bienestar o ante las cifras de baja natalidad. Desde que somos libres y nuestra realizaci¨®n ¨²ltima ya no sucede de puertas adentro de casa, las mujeres hemos causado jaleo, hemos sido inconvenientes, hemos mordido la manzana.
Precisamente por eso triunfan corrientes de pensamiento que buscan el modo de devolvernos al redil y reinstalarnos en ¡°nuestras¡± responsabilidades como sujetos sist¨¦micos, a diferencia del hombre. El reaccionarismo absoluto propone incluso eliminar el derecho al aborto y la posibilidad de decidir sobre nuestros cuerpos. Otros tutelan a la mujer argumentando que no queremos hijos porque vivimos precarias, y creen que con ayudas se puede solucionar. Algunos presuntos aliados feministas nos creen tan volcadas en nuestra carrera que no hay tiempo para nada: ay, ambiciosas despiadadas.
Sin embargo, plantear ese debate desde el prisma de la libertad vuelve a hacer aflorar la paradoja de la involuci¨®n. Quiz¨¢s a ellas no les da la gana ser madres porque disfrutan con su vida en solitario y las posibilidades que la modernidad ha ofrecido a la mujer. No est¨¢n perdidas. Mujeres de la edad de nuestras abuelas o nuestras madres admiran la nueva realidad femenina y cuestionan sus propias vidas: ¡°Si yo hubiera nacido en tu ¨¦poca¡ ?Ni familia, ni nada!¡±.
La democracia ser¨¢ la primera en pagar la consecuencia de replegarnos. Comentaba Gloria Steinem en EL PA?S la revoluci¨®n que suponemos en la batalla contra el giro ultraconservador. ¡°Las feministas interferimos en la base de su jerarqu¨ªa, que es el hogar¡±. La ultraderecha parte de una cosmovisi¨®n tradicional, donde la mujer es pieza principal, como se?ora de la casa. D¨®nde estemos, por tanto, determinar¨¢ un modelo de sociedad. En una visi¨®n progresista, la mujer siempre ocupar¨¢ la esfera p¨²blica, s¨ªmbolo de las libertades colectivas, y eso mismo ense?a la mitolog¨ªa griega: la aparici¨®n del personaje femenino preconiza el advenimiento de un nuevo orden sociopol¨ªtico. Si recuperamos sin complejos nuestras luchas incompletas, si la atenci¨®n vuelve a ponerse en las que no se conforman y alzan la mano, las que miran al futuro y no al pasado, apuntalaremos de forma irreversible el avance democr¨¢tico: los derechos del colectivo LGTBI, la eutanasia, las mejoras laborales o la sostenibilidad del planeta.
La igualdad prometida todav¨ªa no se ha consolidado, as¨ª que es normal que muchas mujeres j¨®venes se sientan enga?adas y tambi¨¦n at¨®nitas ante el hecho de que muchos j¨®venes vean ya la violencia de g¨¦nero como un invento ideol¨®gico. Los mantras, al final, calan pero son ellas las que detectan regresivas actitudes machistas entre los adolescentes, son ellas las que perciben el disgusto masculino cuando no es un hombre sino una mujer quien obtiene un mejor puesto de trabajo. No est¨¢is locas: est¨¢ pasando.
A todas estas mujeres de 30 a?os nos educaron bajo la idea de ser libres y autosuficientes. ¡°Para que no tengas que soportar a nadie, para que puedas elegir lo que t¨² quieras¡±, como me ense?¨® mi padre. A ellas les pido que recuerden a los hombres que nos empoderaron, y a las que vinieron antes para emanciparnos. No somos corrientes, no cedamos ante el repliegue del conjunto, no aceptemos ni un solo condicionante externo, ni involuci¨®n en el relato. Y asumamos de una vez por todas que s¨ª, que hoy somos las nuevas revolucionarias.
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