El duelo y sus formas
No s¨¦ qu¨¦ hacer con las p¨¦rdidas de seres queridos que se van sucediendo. En mi cultura adoptiva se impone la contenci¨®n, la raz¨®n que domestica las emociones espont¨¢neas
Vi a una prima tirarse por el suelo del patio como quien se arroja a una pira funeraria al morir su padre. En el traj¨ªn que supone recibir las visitas cuando hay un difunto en casa, mientras se lava el cuerpo y se le cose la mortaja encima (de ah¨ª la superstici¨®n que prohib¨ªa coser cualquier ropa que llev¨¢ramos puesta, algo que solo se les hace a los muertos), con el cusc¨²s humeante y las l¨¢grimas presentes, nadie esperaba aquel repentino arrebato. Pero se tir¨® sobre el suelo desnudo y solt¨® ...
Vi a una prima tirarse por el suelo del patio como quien se arroja a una pira funeraria al morir su padre. En el traj¨ªn que supone recibir las visitas cuando hay un difunto en casa, mientras se lava el cuerpo y se le cose la mortaja encima (de ah¨ª la superstici¨®n que prohib¨ªa coser cualquier ropa que llev¨¢ramos puesta, algo que solo se les hace a los muertos), con el cusc¨²s humeante y las l¨¢grimas presentes, nadie esperaba aquel repentino arrebato. Pero se tir¨® sobre el suelo desnudo y solt¨® su larga y negra melena, emitiendo conmovedores gritos y alaridos que parec¨ªan contener el dolor de todos los que la rode¨¢bamos. Fue criticada porque aquello era un exceso, ya no eran tiempos de pla?ideras mes¨¢ndose el pelo y ara?¨¢ndose la cara. Quiz¨¢s a mi prima hoy, aqu¨ª, la habr¨ªan llamado hist¨¦rica.
Tengo grabadas en la memoria las defunciones de parientes cercanos durante la infancia. Entre otras cosas, porque su desaparici¨®n iba siempre seguida de unas pautas de conducta fijas, unos rituales con los que todo el mundo cumpl¨ªa. No se escond¨ªan la tristeza ni el dolor y algunas mujeres ten¨ªan un talento narrador innato que emerg¨ªa incluso cuando nadie estaba de humor para historias. Su voz y sus palabras transformaban el sentir colectivo y serv¨ªan a los dem¨¢s para digerir la p¨¦rdida. El duelo se pasaba en familia, era una parte de la vida que a nadie se le ocurr¨ªa negar y que fuera encauzado en los l¨ªmites de las costumbres permit¨ªa darle el espacio necesario sin que lo inundara todo.
A d¨ªa de hoy, y desde una ciudad y una existencia aceleradas, yo no s¨¦ qu¨¦ hacer con las p¨¦rdidas de seres queridos que se van sucediendo. En mi cultura adoptiva se impone la contenci¨®n, la raz¨®n que domestica las emociones espont¨¢neas. No lloramos ni ante los amigos porque queremos ahorrarles nuestros dramas. Como si la vida intentara copiar el mundo feliz de Instagram. Llorar, adem¨¢s, es signo de debilidad, ya no solo para hombres, tambi¨¦n para las mujeres y m¨¢s si tienen una dimensi¨®n p¨²blica. Los ¨²nicos que se pueden permitir derramar todas las l¨¢grimas que quieran ante millones de personas son los de hombr¨ªa demostrada: los futbolistas.
Tambi¨¦n ocurre que el trabajo se impone a la vida, no hay que parar ni cuando nos atenaza el dolor punzante de lo que supone la muerte de alguien amado. Parece que hasta en esto nos ha ganado el capitalismo.