Llorad, llorad, valientes
Quien da rienda suelta a su pena en p¨²blico demuestra seguridad y una rara independencia frente al qu¨¦ dir¨¢n
El duelo hay que edificarlo sin prisa, con ritmos arquitect¨®nicos. M¨¢s y m¨¢s, mes a mes. No es una enfermedad de la que curarse lo antes posible, sino la lenta reconstrucci¨®n de un ma?ana resquebrajado. Necesitamos consentirnos la tristeza, desahogarnos para evitar la asfixia. Nuestro mundo intenta jibarizar la huella de la muerte, mientras el pasado la proyectaba en gigantescos monumentos. Hace 25 siglos, Artemisia II hizo construir una imponente arquitectura de dolor. Destrozada por la pena, erigi¨® una tumba para Mausolo, su marido y hermano ¡ªel poder era a¨²n m¨¢s endog¨¢mico que hoy¡ª. Reclut¨® a los mejores artistas para trabajar el m¨¢rmol de blancura m¨¢s luminosa. El colosal sepulcro de Halicarnaso, una de las siete maravillas, se elevaba 50 metros en cuatro plantas, decoradas por relieves y estatuas tan llenas de vitalidad que la misma piedra parec¨ªa tensar los m¨²sculos. En adelante, las sepulturas m¨¢s bellas se llamar¨ªan ¡°mausoleos¡±. El desgarro de Artemisia a¨²n habita nuestros cementerios.
Ahora llevamos dentro, embalsadas y rebosantes, las l¨¢grimas por nuestros muertos, pero est¨¢ mal visto dejarlas correr. Todav¨ªa hay una profunda carga de verg¨¹enza asociada al tab¨² del llanto. Los hombres no lloran. Y, si las mujeres nos quebramos en p¨²blico, causamos incomodidad ¡ªhas roto un veto¡ª y levantamos cierta sorna ¡ªhas confirmado un clich¨¦¡ª. Contr¨®late.
Los protagonistas masculinos de la ficci¨®n contempor¨¢nea afrontan la embestida del dolor o la p¨¦rdida con una m¨¢scara inexpresiva, hier¨¢ticos y fr¨ªos: cowboys y superh¨¦roes consideran el llanto como un signo de debilidad. Las l¨¢grimas resultan imp¨²dicas, y por eso nuestros rituales f¨²nebres parapetan los ojos tras unas gafas oscuras. Sin embargo, los guerreros legendarios del pasado heroico sol¨ªan llorar a moco tendido. En una de las primeras epopeyas descubrimos que Gilgamesh, al morir su mejor amigo, ¡°gimi¨® como un pich¨®n¡± durante toda la noche. Con la primera luz del alba, grit¨®: ¡°Que los senderos del bosque te lloren, que te lloren los ancianos, que te llore el oso, la hiena, la pantera, el chacal, la gacela, que te llore el r¨ªo ?ufrates, que te llore el granjero y el cervecero que te elaboraba la mejor cerveza¡±. En la ¨¦pica antigua, muchos h¨¦roes desencadenan sin rubor una tromba de l¨¢grimas. Aquiles llor¨® junto al mar en una memorable escena de la Il¨ªada; tambi¨¦n Ulises, cuando su fiel y viejo perro lo reconoci¨® en ?taca y muri¨® estremecido, meneando la cola. Los ojos de Eneas se humedecen una y otra vez en la Eneida. El caballero Trist¨¢n, del ciclo art¨²rico, llevaba la pena inscrita en el nombre ¡ªera tradici¨®n bautizar Trist¨¢n a los ni?os cuyas madres mor¨ªan en el parto¡ª. Incluso el Cantar de Mio Cid, ep¨ªtome de nuestra hombr¨ªa, arranca presentando as¨ª a Rodrigo: ¡°De los sus ojos tan fuertemientre llorando¡±. En los buenos tiempos de la caballer¨ªa andante, si uno ten¨ªa ganas y motivos, sollozaba e hipaba con la cabeza alta. Lo canta Nick Cave en The Weeping Song: ¡°Desciende al mar, hijo, mira a las mujeres llorando; despu¨¦s sube a las monta?as, los hombres est¨¢n llorando tambi¨¦n¡±.
Homero hubiera observado at¨®nito la promoci¨®n de Los puentes de Madison, donde nos ofrec¨ªan la oportunidad ¡ª¨²nica¡ª de ver a Clint Eastwood, el tipo duro, derramar l¨¢grimas en la lluvia. La cancelaci¨®n del llanto es reciente: los campeadores de anta?o sollozaban con frecuencia, sin necesidad de un oportuno chaparr¨®n para camuflar su desconsuelo.
Los psic¨®logos se?alan que el aprendizaje social de contener el llanto tiene dudosa utilidad pr¨¢ctica. De hecho, conviven mejor con la adversidad las personas que aceptan sus emociones sin prohibirse exteriorizarlas. En cambio, el duelo negado amenaza con convertirse en fractura irreparable, en grave desequilibrio. Quien da rienda suelta a su pena en p¨²blico demuestra seguridad y una rara independencia frente al qu¨¦ dir¨¢n. Como escribi¨® Julio Ram¨®n Ribeyro: ¡°Nada me impresiona m¨¢s que los hombres que lloran. Nuestra cobard¨ªa nos ha hecho considerar el llanto como cosa de mujercitas. Cuando solo lloran los valientes¡±.
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