La mercantilizaci¨®n de todo
Es la parte del mercado la que parece haber acabado ganando, en el doble juego de la modernizaci¨®n, a la parte de los principios democr¨¢ticos. Aunque China lleva d¨¦cadas moderniz¨¢ndose a ritmos de infarto, la democratizaci¨®n ni est¨¢ ni parece que se la espere
1. Democracias sin demos. La dictadura china ha tenido a bien publicar un informe en el que se presenta a s¨ª misma como una democracia. El texto pertenece al g¨¦nero, frecuentad¨ªsimo por las autocracias, de lo estramb¨®tico. Un fragmento especialmente memorable, que lleva por t¨ªtulo nada m¨¢s y menos que El sistema de gobierno de la dictadura democr¨¢tica popular, asegura sin rubor que ¡°aunque democracia y dictadura parezcan ser t¨¦rminos contradictorios, juntos aseguran el estatus del pueblo como due?o del pa¨ªs¡±. Desde el punto de vista de la teor¨ªa elemental de la democracia, el documento no da para m¨¢s: estamos ante un Estado sin libertades, sin elecciones libres, sin divisi¨®n de poderes y sin las garant¨ªas jurisdiccionales propias de un Estado de derecho. Que pretendan apropiarse del ideal democr¨¢tico constituye un sarcasmo. Pero el partido no se juega en el mero terreno especulativo de la filosof¨ªa pol¨ªtica. El peligro chino viene de otro lado. Viene, tambi¨¦n, de nosotros.
2. La mercantilizaci¨®n de todo. Fue la Administraci¨®n de Clinton la que apost¨®, all¨¢ por la segunda mitad de los noventa, por la carta de la modernizaci¨®n econ¨®mica como estrategia a seguir frente a China. De acuerdo a esa teor¨ªa, desarrollada en la segunda mitad del siglo XX por Lipset y sus seguidores, el desarrollo econ¨®mico conlleva en cualquier pa¨ªs, de modo casi inevitable, la democratizaci¨®n del mismo. El hecho de que tal conjetura no incorpore plazos ni acotaciones de ning¨²n tipo ha provocado que el debate sobre su verificabilidad se posponga sine die. Aunque China lleva ya d¨¦cadas moderniz¨¢ndose a ritmos de infarto, lo cierto es que la democratizaci¨®n ni est¨¢ ni parece que se la espere.
Pero ese es solo un lado de la ecuaci¨®n. La estrategia de la modernizaci¨®n no solo buscaba potenciar la reforma pol¨ªtica en la potencia asi¨¢tica. Ven¨ªa, adem¨¢s, impulsada por motivos estricta y expl¨ªcitamente econ¨®micos: facilitar el acceso de Occidente a un colosal mercado que ya por aquel entonces superaba los mil millones de habitantes. Pero ocurre que, como el viejo Jano, el mercado es un dios bifronte. Cuando comercias con otro, ese otro acaba adquiriendo cierto poder sobre ti. En el caso de China, dado el volumen de negocio, ese poder es inmenso. Garc¨ªa Margallo lo expres¨® del modo m¨¢s genuino: ¡°Cuando yo era ministro, un tribunal espa?ol quer¨ªa procesar a un exsecretario general del Partido Comunista Chino. Cuando me vi con el embajador, me dijo: ¡®?Sabe usted la deuda espa?ola que tiene China?¡¯. Yo le intent¨¦ hablar de la separaci¨®n de poderes y no hizo ni caso. La deuda te hace m¨¢s o menos soberano¡±.
Un poder, por lo dem¨¢s, tan penetrante y capaz que no entiende ni de fronteras ni de idearios ni de distinciones entre trabajo y capital, tal y como vino a demostrar Jos¨¦ Mar¨ªa Gonz¨¢lez, Kichi, el alcalde por Podemos de C¨¢diz, al ceder tambi¨¦n su soberan¨ªa ¡ªya no jurisdiccional sino ideol¨®gica¡ª al dictado del mercado. A pesar de que sus principios lo obligaban a no fabricar ni vender jam¨¢s fragatas de guerra a Arabia Saud¨ª, acab¨® ignor¨¢ndolos: ¡°Si no hacemos nosotros los barcos, los har¨¢n otros¡±, declar¨® al respecto. El dios bifronte exige, tambi¨¦n, sacrificar los propios ideales.
3. El alma y el lenguaje. Es en el lenguaje donde se refleja del modo m¨¢s descarnado esta suerte de sostenida, inconsciente y generalizada entrega del alma. La palabra ¡°dictador¡± se emitir¨¢ en televisiones y prensa no de acuerdo con el sencillo y elemental significado del t¨¦rmino, sino m¨¢s bien en consonancia con el correspondiente nivel de colaboraci¨®n mercantil. As¨ª, Al Sisi es el presidente, o el l¨ªder, o el dirigente de Egipto, pero jam¨¢s el dictador militar del pa¨ªs. Lo mismo con su hom¨®logo saud¨ª, al que se anuncia siempre como rey, como pr¨ªncipe, como jeque o como gobernante, nunca como d¨¦spota. Miren en los peri¨®dicos e informativos de ma?ana c¨®mo llamamos al dictador chino, se sorprender¨¢n. No es el diccionario el que establece los significados de las palabras, es el inter¨¦s contable. Tapamos estatuas, comerciamos con tiranos y pervertimos el lenguaje, que es como envenenar nuestra alma. Es la parte del mercado la que parece haber acabado ganando, en el doble juego de la modernizaci¨®n, a la parte de los principios democr¨¢ticos. Como en una profec¨ªa girada sobre s¨ª misma, la mercantilizaci¨®n de todo amenaza con acabar desdemocratizando el mundo. No se trata de ellos; se trata de nosotros: hemos dejado de creer, ya solo comerciamos.
4. Enriquecerse es leg¨ªtimo. Cuando, hace ahora 30 a?os, Deng Xiaoping inici¨® el giro de China hacia la econom¨ªa de mercado, hizo fortuna, como s¨ªntesis y eslogan ¡ªnunca mejor dicho¡ª de la decisi¨®n, la frase ¡°enriquecerse es glorioso¡±, que, por lo visto, ¨¦l mismo habr¨ªa formulado. Ya entonces me chirri¨®, en boca de un ateo, esa alusi¨®n nada menos que a la gloria, mezclada adem¨¢s con algo tan del todo prosaico y terrenal como el dinero. Pero ahora, con 30 a?os m¨¢s y alguna que otra experiencia en el peligro que acecha siempre tras toda traducci¨®n, no puedo sino sospechar que lo que el dictador quiso realmente decir no fue tanto que enriquecerse era glorioso como, probablemente, que era leg¨ªtimo. No solo por el mencionado ate¨ªsmo, ni tampoco por la igualmente mencionada convivencia de la gloria con el pecunio, sino, sobre todo, porque, en la medida en que se trataba de la primera e incipiente fase del tr¨¢nsito desde una econom¨ªa planificada y centralizada, en la que el Gobierno asume para s¨ª la tarea de guiar al pueblo y decidir por ¨¦l, y en la que el af¨¢n de lucro, el inter¨¦s propio y, en fin, todo lo que suene a individualismo, se entienden de modo inevitable como traici¨®n a la comunidad y se asumen como uno de los mayores y m¨¢s peligrosos males morales, resultar¨ªa contra natura declarar, de un d¨ªa para otro y sin atisbo de continuidad, que lo que hasta ayer mismo se prohib¨ªa y se declaraba herej¨ªa y anatema ha de considerarse ahora no ya solo permitido, sino nada menos que honroso y admirable. Es probable, as¨ª, que la legitimidad del enriquecimiento ¡ªentendida como mera permisividad, esto es, como desnuda ausencia de prohibici¨®n del mismo¡ª hubiera sido por aquel entonces tan solo el primer paso de una vertiginosa carrera hacia lo que hoy, al paso que vamos y si nadie lo remedia, es ya una omn¨ªmoda glorificaci¨®n moral del dinero que ha triunfado no solo en China sino en el entero orbe, y que ha arrasado, a su paso, intuiciones de otras tradiciones morales que har¨ªamos bien en rescatar, estas s¨ª, como gloriosas.
Algunas de tales intuiciones son eminentemente pol¨ªticas, y han concebido siempre la democracia no como una mera carcasa del mercado, sino como un fin en s¨ª misma sustentada sobre la comprensi¨®n de la libertad como valor supremo. Otras son de ¨ªndole ¨¦tica ¡ªesto es, sirven para la buena vida¡ª y tambi¨¦n la mercantilizaci¨®n del mundo las est¨¢ devastando: la compa?¨ªa y el cuidado de los otros; la felicidad entendida como ternura y no como poder, o la sencilla y elemental certeza, en fin, de que en esta vida no se trata tanto de acumular riquezas como de disfrutar con los otros del escaso y precioso tiempo que nos ha sido concedido.
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