Reclinado como una Venus
Sylvia Sleigh quiso retratar a ambos sexos ¡°con dignidad y humanismo¡±. Para ella era necesario hacerlo porque las mujeres hab¨ªan sido pintadas como objetos de deseo, en poses humillantes
Escribo desde un avi¨®n que cruza el oc¨¦ano Atl¨¢ntico y m¨¢s tarde lo hago sentada sobre la moqueta de un aeropuerto norteamericano. Cuando tome el siguiente vuelo seguir¨¦ con ello. Es un viaje largo, y a ratos busco en internet im¨¢genes de pinturas que me conmueven (Sylvia Sleigh, Mary Cassatt, ...
Escribo desde un avi¨®n que cruza el oc¨¦ano Atl¨¢ntico y m¨¢s tarde lo hago sentada sobre la moqueta de un aeropuerto norteamericano. Cuando tome el siguiente vuelo seguir¨¦ con ello. Es un viaje largo, y a ratos busco en internet im¨¢genes de pinturas que me conmueven (Sylvia Sleigh, Mary Cassatt, Remedios Varo) o entrevistas que me interesan (Rafael Chirbes responde con un lamento por el estado de nuestro pa¨ªs cuando le preguntan qu¨¦ siente al saber que uno de sus libros ha sido el m¨¢s aclamado por la cr¨ªtica, y Sylvia Sleigh habla tranquilamente desde un sof¨¢ mullido ¡ªcon su cuerpo octogenario fundido con el mueble¡ª sobre lo rid¨ªculo que le parec¨ªa que, en su ¨¦poca de estudiante, los modelos hombres posaran con los genitales tapados). Dormito un par de horas sobre la moqueta del aeropuerto y cuando me levanto para lavarme la cara, leo en una pancarta llena de glamur que somos la manera en c¨®mo viajamos.
Vuelo al invierno con la ilusi¨®n de poder aislarme del mundo en un taller de grabado y ver nevada la cordillera de los Andes, el gran tel¨®n de fondo que pinta de un blanco luminoso la ciudad de Santiago de Chile, pero me recibe un cielo rojo que recorta la silueta negra de la hilera de monta?as. Me gustar¨ªa pintar este amanecer que parece el fin del mundo, pero me cuesta trasladar paisajes a un papel. Prefiero los rostros: para m¨ª, la pintura es vincularse irremediablemente con el referente, construir una correspondencia entre quien mira y aquello que es mirado y, al contrario que algunas personas, soy incapaz de apasionarme con un estante de medicinas.
En mi juventud solo ment¨ª dos veces y ambas tuvieron que ver con la pintura: me matricul¨¦ a escondidas en la carrera de Bellas Artes (en casa esperaban estar orgullosos de una hija abogada o arquitecta) y ped¨ª sin informar a nadie una beca de pintura que me llev¨® a cruzar la cordillera de los Andes cuando todav¨ªa no hab¨ªa hecho nada sin la ayuda de nadie. ?Por qu¨¦ pintamos, si llevamos tiempo leyendo que la pintura pertenece al pasado? Parece ser que est¨¢ muerta pero no podemos explicar la fuerza de una tela en la pared de una sala, la emoci¨®n delante de un fundido, los enfrentamientos que la pintura puede provocar. La hija quiere estudiar Bellas Artes, la madre le dice que ella sirve para algo m¨¢s grande, la hija se enfada y se desata la tormenta.
Sigo mirando im¨¢genes sentada sobre la moqueta azul. Los desnudos de Sylvia Sleigh y los autorretratos de Celia Paul. Qu¨¦ cerca y qu¨¦ lejos est¨¢n ambas autoras. Las dos cuestionan las representaciones tradicionales del cuerpo humano pero cada una las aborda desde un lugar distinto. Observo una pintura con seis figuras de hombres desnudos, peludos y l¨¢nguidos. ¡°Quise dar mi perspectiva, retratando ambos sexos con dignidad y humanismo¡±, leo que dijo Sleigh. Para ella era necesario hacerlo porque las mujeres hab¨ªan sido pintadas como objetos de deseo, en poses humillantes. El deseo no le molestaba; era la objetualizaci¨®n lo que la disgustaba. Sleigh, como Paul, tambi¨¦n se autorretrat¨® en innumerables ocasiones. En una de ellas es su marido, el cr¨ªtico de arte Lawrence Alloway, el que aparece desnudo en primer plano reclinado como una Venus, entreg¨¢ndose a una mujer que pinta su propio reflejo en un espejo.
Sylvia Sleigh se deleita con los pelos de los cuerpos que retrata, su pincelada parece torpe, sus figuras est¨¢n deformadas. Su obra me lleva hasta la obra de otra mujer que tambi¨¦n busca la igualdad en la representaci¨®n y parece partir del trabajo de la primera, desde un lugar hiperrealista nos lleva a la abstracci¨®n. Ellen Altfest fragmenta los cuerpos con la precisi¨®n de un cirujano. Su estudio parece min¨²sculo y est¨¢ lleno de plantas. La veo enfundada en un polar de capucha roja con pinceles de dos pelos en la mano, mirando el tronco de un ¨¢rbol muerto, congelada de fr¨ªo. Me maravilla admirar la belleza con la que pinta todos y cada uno de los pelos de los cuerpos de los hombres¡ y yo que pensaba que eso de pintar pelos era anecd¨®tico¡