La ciudad cambia o caduca
La mayor¨ªa estamos dispuestos a pagar el precio por reformar las urbes y hacerlas vivibles, pero el Estado est¨¢ en la bronca en el Congreso
Escucho la ¨²ltima bronca en el Congreso. Imagino la l¨®gica perversa que siguen los partidos para alimentar la crispaci¨®n ¡ªas¨ª unos as¨ª recuperan cuota de pantalla y otros desplazan el foco para que no se discutan sus pol¨ªticas, leyes o nombramientos. Me cabreo al constatar c¨®mo los bloques y las luchas intestinas degradan el Parlamento. Salgo a la calle para no gritarle a la pantalla y me digo que para relajarme voy a chillar todo el mundo al s...
Escucho la ¨²ltima bronca en el Congreso. Imagino la l¨®gica perversa que siguen los partidos para alimentar la crispaci¨®n ¡ªas¨ª unos as¨ª recuperan cuota de pantalla y otros desplazan el foco para que no se discutan sus pol¨ªticas, leyes o nombramientos. Me cabreo al constatar c¨®mo los bloques y las luchas intestinas degradan el Parlamento. Salgo a la calle para no gritarle a la pantalla y me digo que para relajarme voy a chillar todo el mundo al suelo. Pero desde hace meses, si bramas al pisar lo que queda de nuestra antigua acera, nadie te puede o¨ªr. Taladradoras en marcha y boquetes abiertos, gr¨²as que recogen bloques de asfalto y m¨¢quinas que aplanan el suelo mientras los viejos ¨¢rboles resisten solo porque los han apuntalado. No dir¨¦ que me relaje mientras escucho esa sinfon¨ªa del ruido. Tampoco que no me pierda al descubrir que hoy tampoco puedo cruzar ese paso cebra o que debo sortear coches en marcha. Pero me fascina contemplar las tripas del subsuelo y la modificaci¨®n de los tubos. Los trabajos y los d¨ªas para cambiar la piel de mi ciudad.
Si en tu barrio no ves transformaciones similares a estas, si nadie est¨¢ repensando la ciudad, puedes estar seguro de que el proyecto de los responsables de tu municipio es un modelo caduco.
Mientras estos d¨ªas algunos de nuestros pol¨ªticos actuaban como agentes de la polarizaci¨®n en la Carrera de San Jer¨®nimo, en Barcelona se ha desarrollado un debate serio sobre el futuro de las zonas metropolitanas espa?olas. Comparten mesa los responsables de los planes estrat¨¦gicos de Barcelona, Bilbao, M¨¢laga, Sevilla y Zaragoza. En la fila cero escuchan los de Granollers, Valencia o Pamplona. Y lo que muchos constatan, tras impulsar procesos participativos para legitimar sus apuestas estrat¨¦gicas, es la predisposici¨®n de la mayor¨ªa de la ciudadan¨ªa a pagar el precio para que su ciudad sea un lugar habitable: asumir el coste cotidiano de implementar la agenda de la sostenibilidad cuyo primer objetivo es la lucha contra el cambio clim¨¢tico desde la propia calle donde se vive. Por la m¨ªa, en pocos meses, apenas circular¨¢n coches. Ahora es el caos y los atascos, de acuerdo, pero solo quienes han vivido de explotar la ciudad no asumen que esos son los cambios necesarios, inc¨®modos y arriesgados, para que la ciudad vuelve a ser la gente (como defini¨® el pol¨ªtico barcelon¨¦s que aqu¨ª mejor entendi¨® el urbanismo democr¨¢tico del siglo XX: Pasqual Maragall).
La escala territorial donde hoy puede ser efectivo un urbanismo ecol¨®gico va m¨¢s all¨¢ de la ciudad estricta. Los cambios ser¨¢n a escala metropolitana o ser¨¢n in¨²tiles. El ejemplo m¨¢s evidente: el transporte y la contaminaci¨®n. Se calcula que el 80% de los desplazamientos que realizan los ciudadanos en su ciudad ya no son altamente contaminantes. No son solo los peatones. Se suman usuarios del transporte p¨²blico, patinete y cada vez m¨¢s ciclistas. El problema principal son los accesos y salidas a las capitales desde las segundas coronas metropolitanas ¡ªlas de la regi¨®n, en el caso de Barcelona¡ª porque en demasiadas ocasiones no hay alternativa al coche para ir al trabajo o vivir la experiencia urbana, cultural, que es un derecho de todos los habitantes de la metr¨®polis. Por eso el cambio de modelo debe pensarse en otra dimensi¨®n, ampliada, para poder planificar al mismo tiempo los retos de la segregaci¨®n, el acceso a la vivienda o la desigualdad por barrios o por ciudades. Apenas hay instrumentos de gobernanza que permitan liderar cambios consensuados, lo m¨¢s habitual son los foros de alcaldes sin capacidad ejecutiva.
En este punto el arquitecto Salvador Rueda pide la palabra. Claro que los planes estrat¨¦gicos locales podr¨ªan iniciar los procesos de cambio institucional para convertir la agenda en pol¨ªticas p¨²blicas. Pero los retos planteados solo podr¨¢n superarse si el Estado decide liderar junto a las administraciones locales. No parece que vaya a ocurrir. No hay predisposici¨®n para impulsar reformas de esta ambici¨®n sistem¨¢tica. Las comunidades aut¨®nomas tienen las competencias, pero temen crear un contrapoder en su territorio. As¨ª mucho m¨¢s sencillo la bronca en el Congreso, pensar un presente que se degrada con un modelo caduco.